La Trinidad en nosotros
Si pudiéramos salir por un momento de nosotros mismos, podríamos percatarnos de que somos una tríada de “personas” en un solo ser. La mente, el espíritu y el cuerpo nos constituyen como una identidad única e irrepetible, llamadas a imitar a la Santísima Trinidad: fluyendo, amándose e integrando Sus dones en perfecto equilibrio.
Sin embargo, como seres humanos frágiles, heridos y limitados, nos resulta muy complejo armonizar estas dimensiones. La mayoría de las veces hay una que “toma el poder” y somete a las otras dos a un rincón. Con ello no solo comenzamos a cojear y a resentir nuestras partes más débiles, sino que todo el ser pierde la oportunidad de brillar y ser luz para los demás.
Las triadas varían de una persona a otra, y solo el Señor Jesús logró la perfecta integración. Pero quizá reconocernos en una de ellas nos ayude en el proceso de sanación:
- La mente al mando: cuando es nuestra psique la que toma el control del ser, suele creerse superior al cuerpo, descuidándolo, maltratándolo o abusando de él sin compasión. Tarde o temprano este se resiente y se rebela con achaques y dolores, lo que solo aumenta la ira de la mente, incapaz de controlar “la rebelión”. El espíritu intenta intervenir en su favor y logra, a veces, apaciguar a la tirana con sus reproches, pero su voz carece de fuerza y finalmente se rinde ante el dominio de la mente, que cree poder resolverlo todo con más control, exigencia y rigor. El cuerpo, sin voz ni voto, pierde la conexión con el gozo y el disfrute, y enferma como forma de resistencia, buscando que la psique tome conciencia de su error.
- El espíritu y la espiritualización: podríamos pensar que, si esta dimensión toma el mando, es algo positivo. Y lo es, en tanto representa nuestra naturaleza más esencial. Pero, mientras estemos encarnados, no podemos dejar de dialogar con respeto y escucha con lo que dicen la mente y el cuerpo en esta triada de amor. No podemos dejar de comer, dormir o disfrutar los regalos de la vida, porque sería desaprovechar la oportunidad que se nos da y negarnos a aportar, desde nuestras ideas y razones, a dejar el mundo mejor de como lo encontramos. La mente es una bendición cuando se equilibra con el espíritu, porque se ordena hacia un bien mayor; desoírla, en cambio, es necedad. Dios nos hizo seres pensantes y encarnados para que el espíritu se manifestara a través de esos dos canales.
- Cuando el cuerpo lleva la batuta: hay quienes se dejan guiar solo por su dimensión corporal, embriagándose en la búsqueda del placer, evitando el dolor y persiguiendo nuevas sensaciones como bulímicos del vivir. Han olvidado que la vida es más que materia, y que lo trascendente nos humaniza y nos eleva por sobre lo meramente instintivo y animal. Un cuerpo exacerbado, sin una mente que lo conduzca, es un peligro para sí mismo y para los demás, porque carece de conciencia, empatía y la capacidad de abstenerse de un deseo por un bien mayor.
Nadie encarna una triada de forma absoluta, pero sí existen tendencias que hoy restan a nuestro potencial humano y divino. Desde Descartes en adelante, la mente se ha erigido como hermana mayor, sometiendo la conexión con las necesidades y emociones del cuerpo.
Al mismo tiempo, el espíritu y la interioridad se han ido extinguiendo, porque no encontramos el tiempo ni el silencio para escucharlos. Por eso, muchos somos “cabezotas”, inconscientes de nuestro cuerpo hasta que enferma, y ciegos de nuestro espíritu hasta que nos enfrentamos a la muerte.
Miremos con atención a las tres “personas” de nuestra Trinidad y vayamos en rescate de aquellas dimensiones que están en la oscuridad. Somos mente, cuerpo y espíritu en un solo baile existencial. Hacerlo consciente puede ayudarnos a dar voz y voto a las partes sometidas, logrando una mayor armonía interna, salud física y plenitud personal.
Por Trinidad Ried. Publicado en Vida Nueva



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