Entre el puente y el río, cabe la misericordia de Dios

Entrevista de Tamara Cordero a Javier Díaz Vega. Publicada en 21RS

Cristiano, esposo y padre, este psicólogo especializado en afectividad y sexualidad es también superviviente al suicidio de su madre. Ocurrió hace 12 años, mientras estudiaba la carrera. Su libro, ‘Entre el puente y el río. Una mirada de misericordia ante el suicidio’ acerca la esperanza de la fe al camino de sufrimiento que viven cada día los supervivientes y sus familiares. 

La prevención del suicidio es la asignatura pendiente de nuestra sociedad, donde esta causa de muerte sigue siendo tema tabú para la mayor parte de la población. Javier Díaz propone en ‘Entre el puente y el río’ (Nueva Eva, 2020), a través de su testimonio en el que narra cómo vivió la muerte de su madre, escuchar a las víctimas desde la perspectiva humana pero también desde la óptica cristiana.

¿En qué consiste este libro y qué valor tiene?

Este libro es el testimonio personal acerca del suicidio de mi madre. De cómo sucedió, de cómo lo vivimos, desde una mirada puramente humana de una realidad tan silenciada como es la del suicidio, y también desde una mirada cristiana, porque la fe tuvo y tiene un protagonismo importante en la vida de mi madre y en la mía propia, sobre todo en este camino tan difícil. También es un libro que recoge otros testimonios similares que intentan poner luz y una mirada de misericordia ante el suicidio.

Llama mucho la atención el título del mismo…
El título nace de la experiencia del Santo Cura de Ars, San Juan María Vianney, que tuvo un encuentro con la viuda de un suicida y con esa mirada de misericordia que también queremos transmitir en este libro, fue capaz de acercarse al dolor de esta mujer para darle una palabra de esperanza, y es que su marido, a pesar de la gravedad del acto del suicidio, no se había condenado porque entre el puente y el río cabe la misericordia de Dios. Por eso, cuando conocí esta historia tenía en el corazón que el libro no podía tener otro título.

¿Por qué es tan incómodo hablar de este tema?
En primer lugar, porque todavía hay muchísimo desconocimiento sobre la gravedad de este problema, que depende de muchas causas, no solo factores psicológicos, sino también factores sociales, económicos, etc. Es una realidad de la que los expertos hablan como multicausal y eso hace que no sea fácil abordar este tema cuando aparece en conversaciones o en los medios de comunicación. En segundo lugar, creo que puede ser más cómodo este silencio porque mucha gente ha tenido relación con del suicidio y es como si no se quisiera abordar este tema por el peligro de juzgar, de transmitir ideas equivocadas o prejuicios acerca del suicidio. Y, en tercer lugar, creo que las sociedades modernas tienden mucho al hedonismo y a pensar todo siempre de una forma tan extra positiva que nos olvidamos de que el sufrimiento forma parte de la realidad y de la experiencia humana.

Sigue siendo un tema tabú… ¿cómo luchar contra ello?
Sí. Hace falta más formación a nivel profesional, a nivel divulgativo. Creo que es bueno que entidades públicas, políticos y organismos se hagan eco de esta problemática, aunque tengo ciertos reparos a que lo conviertan en otra arma más en la batalla política y no haya un verdadero diálogo profundo, humano y científico que busque principalmente soluciones. Porque lo que necesitamos sobre todo los que hablamos del suicidio es que se prevenga. Los datos hay que conocerlos, y son datos terribles: estamos hablando de más de 10 suicidios al día en España, de los últimos datos que conocemos, que son los de 2019. Y los expertos y algunos que hablamos de este problema sabemos que con la pandemia va a ir a más, y está yendo a más esta realidad tan dura.

En el libro narra en primera persona la situación que vivió cuando se produjo el suicidio de su madre.
El suicidio de mi madre tuvo lugar hace ya cerca de doce años. Yo tenía veintidós años y estaba estudiando Psicología. Mi madre estaba enferma. Padecía desde hacía muchos años una depresión que al final pudo con ella. Y aunque es algo que durante la vida de mi familia teníamos presente, esa depresión, esa enfermedad y una posibilidad de suicidio, es algo que quizá nunca te terminas de creer hasta que pasa. El dolor fue terrible, porque la experiencia de la pérdida y el mogollón de preguntas que te haces cuando aparece el suicidio, es algo que luego tardas en poder colocar e iluminar para no dejarte llevar por la desesperanza y por los sentimientos de culpa, que en el proceso de duelo son los más comunes. Tengo que decir que mi experiencia de dolor profundo por la muerte de mi madre también fue una experiencia de fe, porque ese dolor, esa cruz, lo viví en una fe que en gran parte me había transmitido mi propia madre, y que vi encarnada en muchas personas, en la Iglesia… Esa experiencia fue acompañada desde los primeros momentos tanto en el hospital, como en el tanatorio, el funeral, etc., y después en todos los momentos que siguieron, en una vida que cambió por completo y que poco a poco fue saliendo de la sombra que supone el duelo y esta vivencia tan dolorosa.

¿El sentimiento de culpa es el más peligroso que se puede experimentar en el duelo por suicidio?
Es normal, es lógico preguntarse por qué: por qué esta persona se ha suicidado, qué se ha podido o qué no se ha podido hacer para evitarlo, quién estaba ahí, quién no estaba… Es muy fácil culpar y buscar culpables. Esto lo hacemos todos los seres humanos. Sin embargo, con el suicidio este sentimiento es peligroso porque puedes echar la culpa a todo el mundo, a la persona que se ha suicidado, llenarte de rencor hacia esa persona o hacia un familiar, o hacia el médico que no actuó bien -o qué, según tú, no hizo todo lo que pudo-. Puedes echarle la culpa a Dios, y quizá también lo más peligroso es que puedes echarte la culpa a ti mismo. Vivir con esa culpa no te permite estar en paz y no te deja superar del todo la pérdida, porque al final transformas el dolor en un rencor, en una experiencia amarga que, aunque tú pretendas que otras personas carguen con ella, en el fondo eres tú el que te estás tragando constantemente esa realidad amarga que ni siquiera va a poder devolver a la persona que ha fallecido.

En este sentido, yo creo que por eso el duelo como tal tiene esa raíz etimológica de dolor, pero también esa otra raíz de una palabra que significa batalla, porque el duelo por suicidio quizá necesita de una batalla contra uno mismo, en el sentido de saber plantearse esas preguntas de por qué, sin que se transforme en un ataque furibundo que te destruya a ti mismo o que destruya a otras personas, cargando con culpas innecesarias, tal y como cuento en el libro que me dijo la psicóloga del Anatómico Forense: que la culpa es una carga innecesaria.

¿Qué lugar ocupa el perdón en el recorrido de sanación de las heridas de los supervivientes?
El perdón es el arma definitiva para vencer esa culpa. Yo creo que cuando uno es capaz de recomponer las piezas sin juzgar y con una mirada amplia de saber lo que ha sucedido y saber los porqués, puede hacer ese trabajo de perdonar lo que haya que perdonar. Primero, perdonar a la persona que se ha suicidado. En este sentido, mi perdón hacia mi madre es sencillo, porque tengo la conciencia de que mi madre no lo hizo a propósito. Ella sufría. Sufría mucho por una depresión y en un momento determinado pensó que era lo mejor para todos. No hay culpa en ella y ese perdón a mí me ha permitido perdonar cualquier otra mala acción de otras personas o de mí mismo que haya podido hacerle mal a mi madre y provocarle un mayor sufrimiento. Yo convivía con mi madre y puedo pensar qué hice o qué no hice. También es necesario saber decirse uno mismo: “Tú no tienes la culpa. Estás perdonado”. En ese sentido, la experiencia de perdón de un cristiano, que nace del perdón de Dios, enriquece e ilumina de una forma mucho más completa lo necesario que es este perdonar.

¿Dónde encontró la esperanza para superar el duelo?
En muchas personas concretas. En mi esposa, que por aquel entonces era mi novia; en sacerdotes; en amigos; en mi propia familia; en la necesidad de intentar reponerse para salir todos juntos adelante, junto con mi hermano y mi padre, que obviamente también sufrieron muchísimo. Encontré esperanza en todas las personas que trataron, sin tampoco saber mucho acerca del tema, de acompañarme. Encontré esperanza en Dios, porque desde el primer minuto sabía que estaba sufriendo con mi madre, que estaba sufriendo con mi madre y con nosotros. Y la encontré en la Iglesia, que tiene palabras de esperanza sobre esta problemática.

Cuando se habla de esperanza necesito hablar de mi experiencia personal de sentirme hijo de la Virgen María, que estaba al pie de la cruz, y que en el camino sombrío que supone el duelo, se manifestó en mí de una forma particularmente poderosa: la de la Virgen María como Estrella que ilumina un camino nocturno, frío y oscuro, pero en el que también se reconoce que hay una meta y que no importa lo negra que sea la realidad. Desde la propia realidad uno no puede mirarlo todo, pero sabe que guiándose por esa estrella puede llegar hasta el final y que cuando llegue podrá ver todos los obstáculos y las ayudas que ha ido recibiendo mientras los superaba, como sé que en mi caso ha sucedido.

¿Cuánta importancia tiene compartir con otros aquello que estás viviendo en el duelo?
Desde el suicidio de mi madre, ha tenido una importancia fundamental el que haya sido capaz de expresarlo sin tapujos. Mucha gente, por el shock que le supone, por el tabú existente, etc., prefiere no sacar el tema. Sin embargo, yo creo que no tanto por un valor propio, sino por ayuda divina, por pura gracia de Dios, he sido capaz siempre de poder hablar de ello. Eso me ha ayudado. Y al final, por providencia, ha sido la clave para que la editorial Nueva Eva se pusiera en contacto conmigo y me pidiese escribir este libro, que ha tenido también un efecto terapéutico en mí, porque me ha dado la posibilidad de volver a toda la experiencia que viví y desde una mirada tanto humana como de fe, poder encontrar todas las dificultades, gracias y ayudas que recibí de muchísimas personas, y también de parte de Dios.

¿Qué dice la Iglesia católica sobre el suicidio?
La Iglesia pone el foco en que el único que puede juzgar el corazón de cada persona es Dios. El único que puede conocer las circunstancias más o menos desesperantes, la realidad psiquiátrica, la voluntariedad de los actos de una persona, etc., es Dios. Solo Dios puede juzgar. Creo que esto es importante, porque tanto dentro como fuera de la Iglesia, a veces se ha tenido una idea equivocada acerca de que el suicida se condenaba automáticamente, y esto es profundamente falso y muy peligroso para una persona que tiene fe ante el suicidio de un ser querido.

Creo que la Iglesia acierta mucho al considerar el suicidio como un acto grave, porque no deja de ser pecado: porque ofende a Dios, que es el dueño de la vida; porque ofende a uno mismo, porque autoinfligirse daño es un mal; y porque, evidentemente, hace daño a otras personas. Eso los supervivientes lo tenemos muy claro. Pero también tenemos que tener claro que las circunstancias y la posibilidad de los trastornos psiquiátricos, aunque no siempre se debe a ellos, y los momentos de estar fuera de sí pueden conducir a la persona al suicidio sin que haya una verdadera voluntad y una verdadera libertad. Por eso la Iglesia desde los puntos 2.280 a 2.283 del Catecismo deja claras estas cuestiones, hablando de que no podemos desesperar de la salvación de las personas que han cometido suicidio, porque solo Dios, que es eternamente misericordioso, conoce el corazón y las circunstancias y es capaz de juzgarlo adecuadamente. A nosotros nos queda la esperanza de que haya sido así y de que el Señor conoce caminos de arrepentimiento en los que una persona puede reconocer el mal que ha hecho y así alcanzar la misericordia.

¿Cómo puede ayudar la sociedad a prevenir el suicidio?
Es importante que nos concienciemos de la realidad del problema, pero que también tengamos claro que es un problema que se puede prevenir, que no es cuestión inevitable. El pasado 11 de septiembre hubo una manifestación para que el Gobierno tomase medidas preventivas verdaderamente eficaces. Pienso, por ejemplo, en un teléfono de tres cifras de Atención al suicidio, de más medios en salud mental -más medios significa más personal sanitario dirigido hacia la psicología y la psiquiatría, que en este país en la Sanidad Pública está muy poco desarrollado-, más herramientas en las empresas, en las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, más personas a la hora de ayudar a los jóvenes en los centros educativos… También debemos mejorar en la atención a las personas que han perdido a un ser querido y que pueden necesitar ayuda terapéutica. No podemos evitar tratar este problema, sino evitar que llegue a suceder, y en el caso de que ocurra, que sepamos acompañar a quienes lo necesiten.

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