Cómo confesarse y hablar sobre sexo con un cura

En mis clases de preparación a los futuros confesores, hacíamos prácticas que cubrían los diez mandamientos, los siete pecados capitales y, a veces, hasta los guiones de las películas de moda. (Cuando se le pidió que improvisase una confesión uno de mis alumnos se presentó a sí mismo como Al Pacino. Entretenido, desde luego, pero tal vez no demasiado útil).

Hablamos sobre adulterios, conflictos familiares, trabajo y hasta asesinatos. ¿Sabes de lo que no hablamos mucho? De sexo.


No es ninguna sorpresa, en realidad. Muchas personas se incomodan cuando la conversación se dirige, incluso ligeramente, hacia cuestiones sexuales. Los hombres célibes no son exactamente los compañeros de conversación más naturales para hablar sobre las realidades y las luchas del día a día de una vida sexual. Pregúntame cualquier otra cosa sobre cómo vivir con cuarenta hombres célibes, o sobre intentar ser obedientes, o sobre la soledad. ¿Pero sobre tratar a tu mujer durante veinte años como un objeto para tu gratificación, o de la frustración con un esposo que no puede tener sexo, o de estar con alguien por primera vez y no dar lo mejor de uno mismo? 

Recientemente se han conocido relatos de mujeres que han sido tratadas de forma errónea en el confesionario, incluido al tratar de cuestiones sexuales, lo que subraya que a demasiados sacerdotes todavía les falta un sentido pastoral apropiado cuando se llega a conversaciones sobre el sexo y el género, especialmente en el sacramento de la confesión.

Pero el sexo y la intimidad son partes esenciales de la vida de la mayoría de la gente; son la materia de algunas de nuestras aspiraciones y luchas más fundamentales. La gente debería ser capaz de hablar de sexo en el confesionario, si lo desea, sin ser obligados a sentir vergüenza. Y los sacerdotes deberían ser capaces de recibir sus relatos sin transformarse en monstruos fóbicos (o fascinados) por el sexo.

Incluso cuando ambas partes tienen buenas intenciones, la decisión sobre si confesarse o no, qué confesar y qué preguntas formular puede ser confusa o inquietante. Aquí hay algunos consejos que tener en mente la próxima vez que pienses en ir al confesionario.

1.- No tienes que hablar de sexo en el confesionario

Decir que la Iglesia ha tenido una historia algo accidentada sobre la forma en la que enseña al pueblo sobre sexo sería como decir que el Titanic se desvió un poco del trayecto previsto. Muchos, si no todos, los católicos, han sido educados para ver el sexo prácticamente como sinónimo de pecado. E incluso si la propia experiencia vital ha revelado (esperemos) que, absolutamente, no es el caso, mi propia observación como sacerdote es que, para algunos católicos, los pecados sexuales (o lo que perciben como pecados sexuales) siguen siendo su foco principal al considerar qué pecados deben confesar. De hecho, una de las cosas para las que menos preparado estaba cuando fui ordenado era para la gran cantidad de confesiones que versaban exclusivamente sobre un pensamiento erótico o sobre un acto de masturbación.

Dicho esto -y a mi parecer lo que sigue es lo más importante que se debe recordar sobre el sacramento de la reconciliación- la confesión siempre es un servicio a aquel que se confiesa, no al confesor. Así que, si una fantasía fugaz o un lapsus momentáneo pesa sobre tu conciencia, tú, absolutamente, debes llevarlo al Señor en confesión y nosotros, sacerdotes, debemos tomárnoslo seriamente, porque tú lo haces. De la misma manera, si en tu cama ocurre algo por lo que te sientes mal o que quieres llevar ante el Señor, mejor que lo hagas. Pero no hay ninguna expectativa de que en el contexto de la confesión siempre se necesite hablar sobre sexo.

2.- Tómate tiempo para considerar lo que quieres decir antes de entrar en el confesionario.

Si lo has pensado y has decidido que debes hablar en confesión sobre algún aspecto de tu vida sexual, dedica un tiempo a pensar lo que vas a decir.

Por ejemplo, pregúntate de qué, concretamente, vas a hablar. ¿Es, ante todo, el hecho de haber tenido sexo? ¿Es la persona con la que estuviste? ¿Algo que sucedió en el contexto de la actividad sexual? ¿O la clase de actividad en la que participaste?

Merece la pena preguntarte tales cuestiones, en parte para que puedas acudir a la verdadera experiencia de la confesión con una idea clara de lo que necesitas decir. Cuando se trata de sexo, las cosas se complican. Ciertamente, está bien intentar ir desentrañando tus pensamientos con un confesor, pero tal vez obtengas más de la experiencia si anticipas algo de esa tarea con un poco de tiempo.

Tal vez incluso descubras que lo que realmente atormenta tu alma procede de otra razón -si te estás tratando y si estás tratando a los demás de una forma buena y amorosa; si tu comportamiento se adecúa a los estándares que te han enseñado en la Iglesia, en tu familia o en la cultura; otros estreses de tu vida-.

Si, con un poco de reflexión, es mucho más claro que aquello de lo que tienes que hablar es algún aspecto de tu vida sexual, entonces confía en las palabras de Jesús y no tengas miedo. Di lo que tengas que decir. Tal vez descubras que, en realidad, tu sacerdote es un mejor escuchante de lo que esperabas. Ya estuviesen en una relación antes de unirse al sacerdocio o entrasen al seminario en su más inocente infancia, la mayoría de los sacerdotes han escuchado todo lo imaginable y también han cometido suficientes errores a lo largo del camino como para haber aprendido lo que las personas verdaderamente necesitan, que es escucha y no ira ni ninguna forma de micromanager.

Pero si te encuentras confesando con un sacerdote que no puede realizar adecuadamente la confesión, que se vuelve enfadado o abusivo o demasiado curioso, también puedes elegir perfectamente marcharte del confesionario y volverlo a intentar con otro sacerdote.

3.- Aunque un sacerdote puede hacerte preguntas en el confesionario, no tienes que contestarlas.

Hay muchos estilos pastorales distintos a la hora de escuchar confesiones. Algunos (esperemos que no muchos) parecen creer que la confesión es un interrogatorio policial, lo que es absolutamente erróneo. Si un sacerdote te formula preguntas inapropiadas, puedes decirlo. Por ejemplo, si confiesas algo sobre tu vida sexual y el confesor comienza a hacer preguntas al respecto o quiere escuchar detalles particulares sobre la experiencia, no tienes que responderle. Tu respuesta puede ser tan sencilla como esta: "Sabe, Padre, no voy a responder a eso". O: "En realidad, eso es todo lo que tengo que decir hoy, Padre. ¿Puede imponerme la penitencia e impartirme la absolución, por favor?".

Si el sacerdote que escucha la confesión no puede soportar tal respuesta o sigue haciendo lo que te molesta, también puedes levantarte e irte. Seamos claros: marcharse en medio de una confesión no es ningún pecado. No dejes que ningún sacerdote te convenza de otra cosa.

Tienes agencia en el contexto del sacramento. La resistencia a comentarios inapropiados de un sacerdote no constituye un pecado ulterior ni te impide recibir la absolución.

Si has sufrido una experiencia horrible o abusiva en una confesión, por favor considera la posibilidad de comunicárselo al párroco, en el caso de un vicario, o al obispo, y también a alguien no sacerdote implicado en la parroquia. El secreto de confesión vincula al confesor, no al confesante. Si el sacerdote te ha tratado mal, es casi seguro que ha tratado mal a alguien más y que lo volverá a hacer. (Por cierto, sin necesidad de que sean circunstancias dramáticas o traumáticas, también puedes dar tu feedback a los sacerdotes sobre otras cuestiones en general. Nosotros los sacerdotes casi nunca recibimos opiniones sobre lo que hacemos bien o mal. Si estamos haciendo algo que no funciona, queremos saberlo).

4.- Un confesor no tiene que comprender plenamente tus pecados para ofrecerte la absolución.

Mi propia aproximación al confesionario es dejar que la gente diga lo que quiera decir y entonces normalmente formular un par de preguntas muy generales. Por ejemplo, si alguien viene y me da una lista de todas las cosas que ha hecho mal, le podría preguntar: "De todas esas cosas, ¿cuál parece ser la que está pesando más sobre tu conciencia? ¿Y por qué?".

Para ser claro, no me corresponde como sacerdote intentar encontrar "la suciedad" de la vida de alguien ni comprobar lo "malas" que son sus acciones. Un confesor no es un policía ni un juez. Nuestro trabajo es ayudar a las personas a decir las cosas que tienen que decir, a compartir con Dios las elecciones o experiencias que les han hecho sentirse lejos de Él, para que Dios pueda ayudarles a dejarlas en el pasado, sabiéndose perdonados y reconciliados.

Si no necesitas decir nada más que tu frase inicial sobre tu pecado, eso está bien. El objetivo no es que el sacerdote comprenda, es la misericordia de Dios. Y Dios puede trabajar incluso atravesando las barreras lingüísticas. He recibido el sacramento y he actuado como confesor con personas con las que no compartía idioma y me resultó impactante lo rica que puede ser tal experiencia. Es un buen recordatorio de que la reconciliación es obra de Dios.

5.- Por último, una nota a mis hermanos sacerdotes: recordemos nuestras propias experiencias.

Es crucial que nosotros, sacerdotes, recordemos lo vulnerables que son las personas cuando vienen a confesarse. Vienen a hablar con nosotros, con una persona que probablemente ni conozcan, sobre una herida que llevan. Hay mucho riesgo en eso en general, y más todavía si están aquí para hablar de su vida sexual. Por lo tanto, nosotros sacerdotes debemos ser verdaderamente amables y circunspectos en nuestra aproximación.

Y para ayudarnos tenemos nuestra propia experiencia vital, como penitentes y sencillamente como personas. Sabemos por nosotros mismos lo que supone que un sacerdote formule demasiadas preguntas, o no escuche, o se vuelva duro con nosotros, y cómo nos impacta. Incluso si guardamos fielmente el celibato, nosotros sacerdote seguimos siendo seres humanos, con luchas y deseos.  Estamos comprometidos en el trabajo largo y lento de vernos y aceptarnos a nosotros mismos y de aprender a amar bien. Y sabemos lo que es mirar al frente del camino y ver a Dios que sigue contemplándonos como Sus hijos, con cuidado, amor y delicia.

Ese es el don que nos ha sido dado y el don que estamos llamados a compartir.

Por Jim McDermott, SJ. Traducido de America Magazine                                                

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