Seremos capaces de cambiar el mundo

«Si tuvierais fe como un grano de mostaza…»

Hay varias formas de entender a Jesús; muchas de ellas válidas y la mayoría insuficientes. Unos lo conciben como un gran maestro de sabiduría al igual que tantos que ha habido en el mundo, otros, como portador de unos criterios que propician una sociedad más justa e igualitaria, otros, como encarnación de Dios que se hace hombre para abrirnos las puertas de la vida eterna… Otros, finalmente, como el camino a seguir para que el proyecto de Dios, el Reino de Dios, llegue a hacerse realidad: «Yo soy el camino…».

Jesús se sintió enviado por Dios para marcar el rumbo de la humanidad, y a Su muerte nos envió a nosotros para completar Su obra: «Como Dios Me envió, así os envío Yo a vosotros»… Los cristianos somos, por tanto, enviados por Jesús con Su misma misión, y nuestra seña de identidad por excelencia es el compromiso con la misión; es decir, con esa tarea apasionante y descomunal de avanzar hacia una humanidad de Hijos que buscan Su plenitud amándose como hermanos… Resulta muy difícil entender el evangelio si no es desde la misión: «Id por el mundo y proclamad…»… pero es evidente que el compromiso con la misión no está de moda.


“Proclamar” el evangelio no significa “predicar” (porque predicar no sirve para casi nada), sino vivir de forma «que los hombres vean en vuestras buenas obras el amor del Padre». Nosotros hemos visto el amor del Padre en Jesús, y el mundo sólo creerá si lo ve reflejado en nosotros. Y ésa es nuestra misión y nuestra razón de ser como cristianos: «Vosotros sois la luz del mundo … y no se enciende una lámpara para ponerla debajo del celemín». Esto significa que el sentido de nuestra vida no se limita al aquí y al ahora, sino que tenemos una misión que nos trasciende, que permanece en el tiempo, y es crear humanidad.

En el texto de hoy (y más concretamente en su paralelo en Mateo) se alude a la capacidad de la fe de mover montañas, y lo que en principio parece una ocurrencia sin fundamento, se convierte en uno de los mensajes más relevantes del evangelio si lo miramos desde la misión. Porque nos está diciendo que no seamos tímidos ni timoratos; que, si tenemos fe en Jesús, en la fuerza del Espíritu, seremos capaces de cambiar el mundo para convertirlo en el reino de Dios, es decir, seremos capaces de mover la mayor montaña que alguien haya imaginado jamás. Así lo entendieron las primeras comunidades, y a pesar de las persecuciones y las mil calamidades que tuvieron que vivir, fueron fértiles.

Y así se espera que lo hagamos nosotros… Y ésa es nuestra tarea, mover montañas, pero como no tenemos la fe de aquellos primeros cristianos, estamos perdiendo estrepitosamente la batalla. Derrotados de antemano, hemos renunciado a la misión, hemos bajado los brazos como los malos boxeadores que se sienten impotentes ante su rival, y lo único que esperan es salir con bien del trance. Mientras tanto, Jesús nos dice desde el rincón del cuadrilátero: “No os rindáis, no os resignéis, está a vuestro alcance, y si tenéis fe lo lograréis”.

Por Miguel Ángel Munárriz Casajús. Publicado en Fe Adulta

El evangelio de hoy puede resultar algo extraño, ¿por qué Lucas nos presenta dos textos seguidos tan aparentemente inconexos entre sí? Comenzamos leyendo una petición, hecha por los discípulos a Jesús: “auméntanos la fe” y acabamos el texto con una respuesta de Jesús: “decid: somos siervos inútiles, hemos hecho lo que teníamos que hacer”. ¿Qué tienen que ver estos textos entre sí?

Respetando que, en este relato, nos encontramos dos partes (un diálogo sobre la fe y una parábola sobre el servicio) y que cada una de ellas debe ser entendida en sí misma, nos podemos permitir una pequeña concesión interpretativa y pensar que, quizás, para que la fe crezca en nosotros, lo que tenemos que hacer es “lo que tenemos que hacer”. O sea, disponernos a vivir en profundidad y humildemente lo cotidiano, en medio de la familia o la comunidad, en el trabajo o entre los amigos… Mantener una disposición sencilla viviendo “lo que nos toca”, sin mayor pretensión que ponernos al servicio de Dios y Su Reino en lo pequeño y concreto de cada día.

Si recordamos los evangelios dominicales anteriores, Lucas exhorta, de un modo u otro, a no poner nuestra confianza en el dinero, en las riquezas, en el poder… en nada fuera de Dios. Hoy nos presenta a los discípulos que, después de escuchar estas propuestas en boca de Jesús, le piden: “auméntanos la fe”, conscientes y experimentados en la dificultad que supone no buscar seguridades en todo ello y depositar nuestra confianza solo en Dios.

La respuesta de Jesús ante la petición vuelve a trastocar nuestros planteamientos. La fe, señala, no es algo que dependa de su “tamaño”. No es cuestión de tener más o menos fe. Basta una minúscula fe −como un granito de mostaza− para movilizarnos y hacer cosas que nunca seríamos capaces solo contando con nuestras fuerzas humanas. Seguramente todos podríamos compartir alguna experiencia de ello.

La fe no se pesa ni se mide. Como dijo Benedicto XVI, es una respuesta de confianza libre a la iniciativa amorosa de Dios. No es un mero asentimiento intelectual, sino un "sí" personal y transformador a un "Tú" divino que trae esperanza y plenitud. La fe, como una semilla depositada por Dios en nuestro interior, crece desde dentro, en ese camino interior forjado en los encuentros personales con Él, donde nos abrimos a Su amor y en los que, por nuestra parte, depositamos en Él nuestra absoluta confianza. Hoy recibimos de Jesús esa invitación. ¿Qué paso de confianza he de dar en mi vida? ¿En dónde o en qué puedo ejercitar esa confianza libre en Dios?

En la segunda parte del evangelio encontramos la pequeña parábola del siervo conocido como “inútil”… No es una expresión que nos guste en esta época. Pero si la trascendemos, podemos encontrar el sentido. Jesús se dirige a personas acostumbradas a vivir una espiritualidad del mérito. Nuevamente, buscando “seguridades”. Y, en su discurso, afianza la misma idea anterior de otro modo: la fe es un encuentro personal con un Dios que nos ama infinita y bondadosamente. Y hacer Su voluntad, servir en Su Reino, participar de Su proyecto ha de ser la respuesta confiada que nos brota de esa experiencia de amor.

Si pensamos que haciendo algo (yendo a misa, rezando, haciendo voluntariado, dando limosna, etc., etc.) nos vamos asegurando un buen puesto al lado del Señor, igual tenemos que leer varias veces este evangelio. La mejor “recompensa” y “seguridad” ya se nos ha dado desde el principio: Dios, que nos ama, nos invita y cuenta con nosotros en Su Reino.

Que la fe aumente en nosotros, sí, pero porque damos pasos confiados y generosos respondiendo a tanto amor.

Por Inma Eibe, ccv. Publicado en Fe Adulta

Comentarios

Entradas populares