Él estaba en el barro

Cuando la noche del 29 de octubre de 2024 la dana escribió uno de los peores episodios de la Comunidad Valenciana, la violencia de la lluvia persistente derribó barreras físicas y emocionales. Doce meses después, el párroco de la parroquia de la Asunción de Nuestra Señora, en Torrent, y vicario episcopal de la Vicaría III del Arzobispado de Valencia, Jesús Corbí, describe un paisaje que oscila entre la herida abierta y la reconstrucción posible.

Hombre de firme carácter y tradicionalmente vinculado a la Iglesia valenciana —fue nombrado al frente de la parroquia de Torrent el 1 de noviembre de 2019, tras más de una década en Algemesí—, Corbí ha asumido estos meses una responsabilidad pastoral y humana de gran alcance.

Hace un año, le tocó vivir una de las crisis humanas más duras que recuerda, mientras detalla cuáles fueron las víctimas mortales que dejó la dana en su localidad: “En Torrent tuvimos 7 muertos —dos niños que eran hermanos, un matrimonio mayor, un joven ucraniano, una mujer mayor…— y me cuesta seguir”, confiesa. No hay distancia posible ante el dolor.


La dana dejó pueblos enteros devastados, con templos inundados y calles intransitables. Muchas iglesias quedaron llenas de barro. “¿Dónde estaba Dios en ese momento? Solo se puede decir que Él estaba en el barro”, dice Corbí. “Y en los niños que murieron —continúa—, en los padres desconsolados, en los ancianos ahogados en las residencias. Dios estaba allí también, dando fuerza a través de los voluntarios y de la solidaridad”.

Los primeros días fueron de caos. “Había mucha improvisación y descoordinación. No sabíamos cómo atender todo lo que se ofrecía. Restaurantes y bares llevaban comida caliente cada día. Poco a poco, todo se estabilizó”, rememora. Pero, a pesar de esta apariencia de normalidad, las heridas aún supuran. “Nunca he tenido la sensación de haber cerrado el capítulo de la dana”, asegura. “Cuando vuelvo a alguna parroquia y veo a alguien que todavía sufre, todo se remueve. El tiempo no lo cura todo”.

En medio del desastre, los gestos adquirieron una fuerza inesperada. Uno de los más emotivos fue el regalo de un pequeño ángel, de unos cuarenta centímetros, procedente de la parroquia de Nuestra Señora de Montserrat de Picanya, que fue entregado al papa Francisco durante un vuelo papal. “Tenía que ser una pieza pequeña, transportable, que no fuera demasiado representativa de una sola parroquia”, explica Corbí. “El Papa había tenido muchos detalles con Valencia, y queríamos corresponder con un signo sencillo y lleno de sentido”, añade.

También hay símbolos que resistieron la tormenta. En Picanya, el Ecce Homo es considerado el patrón del pueblo y un auténtico signo de identidad. Curiosamente, fue una de las pocas imágenes que quedaron casi intactas, explica Corbí, aunque ha sido necesario intervenirla meticulosamente. Para el vicario, la vuelta de las imágenes y la reapertura de los templos tiene un valor emocional enorme: “Cuando reabrimos las iglesias, la gente mostraba alegría. Al fin y al cabo, son los segundos hogares de los cristianos: allí se han bautizado, casado y despedido a sus seres queridos. Cuando eso se pierde, se nota”, añade.

La Semana Santa de 2025 se convirtió en un momento de emoción colectiva. “Todavía había casas por reconstruir, y ver pasar al Cristo crucificado o a la Virgen de los Dolores por calles donde el agua había causado tanto daño fue muy impactante”.

El primer aniversario de la tragedia llega también con un reconocimiento público. La Conferencia Episcopal Española otorgó el Premio ¡Bravo! Especial a la respuesta solidaria de las parroquias y voluntarios afectados por la dana, con Corbí como representante. “Los reconocimientos sirven más para dar a conocer un trabajo que como mérito personal. Que este premio sea un altavoz y un recordatorio: aún queda mucho por hacer en muchos pueblos”, dice.

Él mismo vive la fecha con inquietud. “El 29 de octubre tendrá horas críticas para mí, sobre todo cuando oscurezca. Recordaré aquellos momentos en que comenzó la dana”. Aquella noche, explica, llamó a todos los sacerdotes de su vicaría. “Había dos que no conseguía localizar, y pasé miedo. Pensaba lo peor”, reconoce. También recuerda la sensación de culpa por tener casa y descanso mientras muchos feligreses lo habían perdido todo. “Fue un sufrimiento, y eso no lo olvidaré nunca”.

Jesús Corbí sabe que la reconstrucción no es solo material. Las paredes se rehacen, pero hay corazones que tardarán años en recuperarse. La visita que hizo la imagen peregrina de la Virgen de los Desamparados un mes después de la catástrofe dejó una huella profunda. “Cada familia que había perdido seres queridos hizo una ofrenda al lado de los barrancos. Aquel día se mezcló el dolor con una gratitud silenciosa”, sentencia.

Ahora, cuando entra en una iglesia todavía húmeda, o escucha la lluvia golpeando el tejado, Corbí habla de un silencio que no es ausencia, sino memoria. Sabe que el barro no se borra del todo: queda como un rastro que recuerda la fragilidad, pero también la capacidad de volver a empezar. Quizá la fe —dice entre pausas— no es otra cosa que esto: saber mirar el barro y seguir viendo vida.

Por Xabi Pete. Publicado en Religión Digital

El arzobispo de Valencia, Mons. Enrique Benavent, destacó que tras la DANA, “la Iglesia de Valencia desde el primer momento ha estado presente y acompañando a las poblaciones y a las parroquias que han sufrido las consecuencias”.

“Yo mismo prácticamente he visitado todas las parroquias. Cáritas está haciendo una gran labor de ayuda a personas afectadas distribuyendo ayudas concretas a personas concretas. Nos hacemos cargo de su situación. Yo pienso que, como Iglesia, estamos intentando responder a esto, y continuaremos haciéndolo. Quiero llamar a la unidad pensando que en estos momentos lo más importante son las personas afectadas, sobre todo aquellas familias que han tenido alguna víctima en sus familias. Entre todos debemos luchar para que el bien común sea más importante que nuestros propios intereses”, afirmó.

Desde las primeras visitas tras la tragedia, ya manifestó“cuando estamos en dificultades tan grandes como esta, la tensión en la vida de la sociedad se manifiesta. Hemos de dar un testimonio de unidad, espíritu de colaboración, y podremos construir una sociedad más justa y mejor”.

En el funeral por las familias y sus familiares fallecidos señaló: Hay dolores que no podemos curar. Nos encontramos con personas que no podemos liberarlas de su cruz, únicamente podemos ayudarlas a llevarla. En estos casos, los cristianos anunciamos que únicamente en Cristo podemos encontrar el consuelo y que nuestra misión es llevar a las personas a Cristo para que encuentren en Él la paz que necesitan”.

La esperanza es el mensaje que ha transmitido también en todo este año tan difícil, precisamente en la celebración del Jubileo: “todos deberíamos aprender que la auténtica solidaridad es la de aquellos que ponen a las personas que sufren en el centro de su acción y se olvidan de sí mismos y de sus intereses. Una solidaridad cristiana es una solidaridad desinteresada. El sufrimiento se superará si juntos somos capaces de ponernos en pie, de mirar el futuro con esperanza, de unir nuestras fuerzas en favor de los más golpeados por la tragedia. Que las diferencias no lleguen a convertirse en divisiones, que las perspectivas distintas a la hora de afrontar los problemas no perjudiquen a los más necesitados, que los intereses propios no prevalezcan sobre el bien común. Solo así podremos mirar el futuro con esperanza, solo así nos podremos levantar de nuestra postración”.

El arzobispo también apeló al ejemplo de la Mare de Déu: ”Ella comparte también el sufrimiento de todos los que sufren. Que todos los afectados tengan también la certeza que Dios no ha dejado de estimarlos y que no han sido abandonados por Él. Los que más sufren son los que ocupan el primer lugar en Su corazón”.

Por Archivalencia. Publicado en Religión Digital

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