Transformar las armas en herramientas de paz

Hace poco me enteré de la curiosa historia de la pareja de leones –Daoíz y Velarde, como los héroes del Dos de mayo; aunque, popularmente, están asociados a Hipómenes y Atalanta, los leones que tiran del carro de la diosa Cibeles– que están en la entrada del Congreso de los Diputados. Al parecer, la idea inicial era poner un par de farolas, pero la idea no gustó a los señores diputados. Después hubo una pareja de leones de yeso pintado que imitaba bronce, que, lógicamente, acabó deteriorándose. Luego


vino una segunda pareja de leones, que fue rechazada por su aspecto un tanto infantil; decían que parecían perros rabiosos, no leones. Esos leones se encuentran hoy en los jardines de Monforte, en Valencia. Finalmente, llegó la tercera pareja –la actual–, obra de José Bellver y Collazos, tío de Ricardo Bellver, autor de la imagen del Ángel caído que se encuentra en el parque de El Retiro, de Madrid. La obra fue recibida con alabanzas, salvo por parte de un grupo de diputados, que, según parece, se quejaban del origen del material con que estaban hechos: unos cañones capturados al enemigo en la batalla de Wad-Ras, en la Guerra de África. En su opinión, dos figuras hechas con material de guerra no podían representar dignamente al Congreso.

Este último detalle es el que me llamó la atención, ya que, justamente, que un material de guerra se “recicle” como símbolo de una actividad eminentemente pacífica es lo que cabría desear. Eso, al menos, es lo que leemos en el famosísimo oráculo de Isaías: De las espadas forjarán arados; de las lanzas, podaderas. No alzará la espada pueblo contra pueblo, no se adiestrarán para la guerra” (2,4).

Una variante mucho menos conocida de este oráculo de Isaías lo encontramos en Ezequiel, en una sección (caps. 38-39) con fuertes tonos apocalípticos: “Entonces saldrán los habitantes de las ciudades de Israel, quemarán en una hoguera todas las armas: escudos y adargas, arcos y flechas, mazas y lanzas: con ellas harán el fuego durante siete años. No acarrearán leña del campo ni la recogerán en los bosques, porque harán el fuego con las armas” (39,9-10). Aquí las armas se transforman no en otras herramientas, pero sí en el fuego indispensable para las actividades “civiles” de la vida.

Transformar las armas en herramientas de paz es un símbolo elocuente del anhelo del ser humano de una vida sin conflictos y, sobre todo, cumplida, plena, que es lo que significa el ‘shalom’ hebreo.


Por Pedro Barrado. Publicado en Vida Nueva

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