La sensibilidad ecológica es una manifestación del Espíritu

Eduardo Agosta es una referencia en el diálogo entre ciencia y fe. Licenciado en Física y doctor en Ciencias de la Atmósfera y los Océanos, dirige el Departamento de Ecología Integral de la Conferencia Episcopal Española. Asimismo, es asesor del Dicasterio para el Desarrollo Humano Integral del Vaticano, colaborador del Movimiento Laudato si’ e investigador visitante en la Universidad de Valencia.

—¿Qué balance hace del primer año al frente del Departamento?
—Muy positivo. Hemos logrado duplicar el número de diócesis con delegaciones o coordinaciones de ecología integral —pasando de 20 a más de 40— y articularnos con ellas de manera adecuada. Nos queda el desafío de la coordinación interdepartamental, como el diálogo interreligioso, o con las pastorales de la salud, el trabajo o las migraciones, pero la interacción con otras organizaciones eclesiales está siendo muy favorable. Hay esperanza en seguir avanzando.

—En usted conviven lo científico y lo religioso. ¿Qué pueden aportar una y otra dimensión a la ecología integral? ¿Pueden dialogar? 
La mirada científica permite comprender la magnitud inimaginada de la crisis ecológica, señalando que hemos transgredido unos límites planetarios y estamos en riesgo de una sexta extinción masiva. Ayuda a percibir el problema con realismo y a salir del paradigma tecnocrático de crecimiento infinito. La fe y la dimensión religiosa aportan esperanza, creyendo en la capacidad humana para revertir el daño cuando se unen la inteligencia, el amor y la empatía. Y sí, pueden dialogar: la creciente sensibilidad ecológica se ve como una manifestación del Espíritu que impulsa al cambio.

—No pocos se preguntan por qué la Iglesia debe entrar en esta cuestión. ¿Qué les respondería? 

—La Iglesia habla de ecología porque somos nosotros, los seres humanos, quienes vivimos en esta tierra, consumimos, trabajamos, deterioramos… pero también subsanamos y cambiamos. Forma parte de la Doctrina Social de la Iglesia, cuya misión es evangelizar todos los espacios donde está el ser humano. La dimensión ecológica es constitutiva de nuestro presente porque el pecado estructural se manifiesta también en el ambiente. Gran parte del deterioro se debe a que las sociedades han olvidado a Dios y el misterio de la creación, viendo la tierra como mera materia prima y obviando la dignidad humana. La Iglesia no puede quedarse callada.

—¿Esconde, por tanto, la crisis ecológica una crisis moral? 
—Sí, de hecho, la crisis ecológica planetaria es una crisis moral. Los países desarrollados, que más contaminan y deterioran la casa común con su sobreconsumo, son los que menos sufren las consecuencias, mientras que los países empobrecidos, que apenas contribuyen, son los más afectados. Existe una deuda ecológica por parte del norte global. Además, es una crisis de valores espirituales y éticos, donde la prioridad del poseer y consumir se antepone a la relación con Dios y el prójimo.

—Ha pasado una década de Laudato si’. ¿Qué sigue aportando hoy esta encíclica y qué falta por extender todavía? 
Laudato si’ marcó un punto de llegada en la reflexión teológica y un punto de partida para la acción evangelizadora en clave de ecología integral. Su calado es profundo como horizonte de pastoral social. Promueve la justicia socioambiental y la búsqueda del desarrollo humano integral dentro de un bien común, forjando una mirada integradora que ahora incluye el ambiente natural donde se desarrollan las vidas, especialmente las de los pobres. Lo que falta por extender es una mayor conversión ecológica individual y comunitaria, que se manifieste en nuestros estilos de vida, opciones de consumo y decisiones políticas, iluminadas siempre por la fe.

—León XIV habla en su mensaje para la Jornada por el Cuidado de la Creación de la naturaleza como «campo de batalla»…
—El mensaje es muy potente, profético y claramente doctrinal. La imagen de la naturaleza como «campo de batalla» es muy significativa, ya que los bienes de la tierra normalmente se instrumentalizan para el conflicto, convirtiéndose en un objeto de negociación económica y política. Esto vincula la crisis ecológica con la violencia, la injusticia geopolítica y la guerra. Cuidar la casa común, como idea nuclear de nuestra fe, es parte de una existencia virtuosa e implica hacer justicia, especialmente a los más pobres, primeros afectados por el deterioro ambiental y la guerra de la codicia por los bienes de la tierra.

—La Santa Sede ha presentado recientemente un nuevo formulario litúrgico para la Misa por el Cuidado de la Creación. ¿Qué opinión le merece y por qué cree que es importante? 
—Tiene un profundo sentido, porque lo que rezamos es lo que creemos, y lo que creemos se manifiesta en nuestras acciones. La Misa busca recuperar el misterio de la creación dentro de la economía de salvación, recordándonos que todas las cosas reconciliadas en Jesucristo participan de la restauración universal. Se pretende celebrar esta dimensión de la fe. Además, es un punto intermedio en la búsqueda ecuménica de las Iglesias para lograr una festividad cristiana de la creación en el calendario litúrgico, en torno al 1 de septiembre, y que anima a quienes ya trabajan en este ámbito.

—El Papa también ha pedido pasar de las palabras a los hechos: ¿qué pueden hacer los católicos de a pie en materia ecológica? 
—Primero, reconocer que la crisis ecológica es una realidad y no negarla. Después, practicar la conversión del corazón, sintiéndose empáticos con la tierra y los que sufren las consecuencias de su explotación; o adoptar un estilo de vida sencillo, simple, sobrio, con menos consumo, que priorice el compartir, ayudar, amar y celebrar sobre el poseer. Consumir productos locales y de temporada, ahorrar energía, optar por formas de transporte menos contaminantes… Mostrar otra forma de vivir menos obsesionada con el consumo, recuperando la ascética cristiana de la abstinencia y el ayuno de lo superfluo. 

Entrevista a Eduardo Agosta por Luis Rivas en Ecclesia

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