Padre nuestro
Así comienza la oración que Jesús enseñó a los apóstoles (Lc 11:1-4), cuando éstos le pidieron que les enseñara a rezar, como el Bautista lo hizo con sus discípulos.
Jesús comienza Su oración llamando a Dios: Padre nuestro. No, Padre mío. Y es que el Padrenuestro es esencialmente una oración comunitaria, nunca una oración individual. Por eso decimos Padre nuestro. De aquí que de la paternidad de Dios, nace, necesariamente, la fraternidad de los unos con los otros. Porque no es posible rezar a un mismo Padre, sin que nos reconozcamos hermanos todos los que nos dirigimos al mismo Dios.
¿Cómo rezará el Padrenuestro el presidente Putin, cuando en Ucrania está masacrando a sus hermanos, hijos de un mismo Padre? Cuando está asesinando a los hijos del Padre, al cual él reza.
¿Cómo rezará el Padrenuestro (porque seguro que lo reza), el presidente Trump, cuando, por una parte juró su cargo sobre la Biblia y por la otra, está criminalizando y persiguiendo a los inmigrantes, intentado hacer deportaciones masivas de las personas que llama “ilegales” y que son hijos de un mismo Padre?
¿Cómo rezarán el Padrenuestro los que, a través de las redes sociales, incitan a la violencia contra los inmigrantes, hijos de un mismo Padre?
¿Cómo rezarán el Padrenuestro los que desprecian y señalan a los inmigrantes “irregulares” y de una manera especial a los menores no acompañados?
¿Cómo rezarán el Padrenuestro los grupos violentos que agreden a sus hermanos en Torre Pacheco, haciendo daño a los hijos de un mismo Padre?
¿Cómo rezarán el Padrenuestro los que han incendiado mezquitas (como la de Piera) o lugares de culto de los musulmanes, haciéndolo, seguramente, invocando el nombre de Dios ?
Cuando rezamos el Padrenuestro estamos invocando a un mismo Padre y por eso mismo, estamos reconociendo a los demás, como a hermanos. De aquí que el Padrenuestro nos urge a la fraternidad, a descubrir en los demás a unos hermanos. No a unos enemigos, ni a unos que vienen a “hacer daño”, como dicen de sus hermanos inmigrantes, los que después “devotamente”, e hipócritamente rezan el Padrenuestro.
Decía Plauto (254-184 aC), que “el hombre es un lobo para el hombre”. Y los filósofos de la sospecha decían: “El otro es el infierno”. Los cristianos Putin, Trump, los que criminalizan a los que llaman “inmigrantes irregulares”, los salvajes que incendian mezquitas o agreden a las personas “sin papeles” que vienen de otros países, ¿ven a estas personas como enemigas? ¿Cómo pueden rezar el Padrenuestro, con sinceridad, despreciando y criminalizando a sus propios hermanos?
San Juan, en su primera carta, nos dice: “El que dice que está en la luz y odia a su hermano, todavía está en la tiniebla” (1Jn 2:9). Y también: “Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida, porque amamos a los hermanos” ya que “todo aquel que odia a su hermano, es un homicida” (1Jn 3:14-15).
El Padrenuestro nos evita que caigamos en la aporofobia, que como la definió la profesora Adela Cortina, es “el rechazo, la aversión, el miedo y el desprecio hacia el pobre”. Simplemente por el hecho de ser pobre, ya que el racismo (normalmente), no se manifiesta en los futbolistas que llegan de Latinoamérica o de África, que no solamente no sufren ningún rechazo, sino que son aplaudidos y admirados. Tampoco hay ningún problema con el color de la piel, con los turistas que llegan con las carteras llenas de dinero. El único problema que encuentran los racistas es con los inmigrantes pobres.
Aquellos que, llenos de odio, quieren expulsar a los inmigrantes “ilegales”, criminalizándolos, los que incendian mezquitas o los que incitan al odio y agreden a los extranjeros, demuestran su hipocresía cuando rezan el Padrenuestro, porque rezan esta oración sin reconocer como hermanos a todos los hijos de Dios. A todos éstos, más les valdría no rezar el Padrenuestro, porque odiando a sus hermanos inmigrantes, rezan hipócritamente la oración del Señor, ya que no reconocen como a hermanos a los inmigrantes que vienen a nuestro país, no a hacer daño (como dicen algunos), sino a buscar una vida más digna.
Por Josep Miquel Bousset. Publicado en Religión Digital (con adaptaciones)
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