El cuidador debe ser cuidado

Que un joven sacerdote se suicide es una noticia triste que te deja paralizado y sin palabras. Italia, las redes, la Iglesia, se convierten en un improvisado velatorio donde unos callan y otros comentan sin prudencia, sin vergüenza, sin una pequeña chispa de compasión.

Los curas somos, antes que cualquier cosa, personas, como todo el mundo. Por mucho que nos vistamos de otra manera, que nos sitúen o nos situemos en un escalón superior de la santidad, somos ante todo, personas. Con una vocación, preciosa, compleja, luminosa y difícil, pero ante todo personas.

Cuando nos divinizan nos suben a púlpitos altos desde donde más grande y terrible será la caída. Mucho mas inteligente , prudente y real, sería sabernos a la altura existencial de todo el mundo.

Nuestro estilo de vida que a veces se idealiza o se llena de espiritualismos, muchas veces es difícil, azuzados por la soledad, los fracasos pastorales o existenciales, las colisiones con los que nos mandan, el cansancio ante tantos frentes, la ingratitud después de tanto esfuerzo. Y no digamos las puñaladas y las criticas y envidias entre nosotros mismos. Hay curas Torquemadas que reparten mandobles a diestro y siniestro a curas obispos , incluso el Papa… Envidias, incomprensiones, incapacidad para trabajar juntos. Solteros avinagrados y raros que aburren a las moscas. Todo el día hablando de sotanas, clerygmans, ornamentos y trapitos como primer artículo de la fe.


También tenemos nuestro carácter, nuestras propias taras; somos débiles y nos cansamos. Tenemos familias con sus problemas, frustraciones, nuestra propia ración de pecados e incoherencias. Nos sentimos elegidos inexplicablemente y llevamos nuestros tesoros en vasijas barro agrietado y mil veces reconstruido. Tenemos nuestra afectividad y sexualidad, nuestro cuerpo muchas veces poco cuidado, nuestra mente, nuestras depresiones y adicciones, nuestros milagros cotidianos que vemos que ocurren a través nuestro para mayor gloria de Dios, porque nuestra debilidad es nuestra fortaleza.

Para el mundo somos abusadores, pederastas, vagos, vivimos y comemos como curas. Somos todos fachas, amanerados, herederos de todas las crueldades de la Iglesia a lo largo de los siglos y por ello obligados a callar en los espacios públicos, llenos de prejuicios hacia los sacerdotes. Los curas que salen en la series y en las pelis suele ser raros, malos, pervertidos… Estamos apañados. Cada vez menos y más viejos.

Y a veces las comunidades tampoco cuidan mucho de sus curas. Eres blanco de críticas, de incomprensiones, cercado por la soledad de la noche que a veces se hace tan larga.

Hay curas maravillosos en nuestras historias. Con sus vidas entregadas crearon comunidades donde nos pudimos encontrar con Dios a través de ellos, tan cercanos, tan apasionados, tan únicos. Ser cura es una experiencia de vida maravillosa también, compartiendo la fe y la vida de tantas personas en momentos tan centrales de su vida: nacer, amar, perdonar, a compartir, morir...

Estos días y noches pienso en la noche oscura de este joven padre italiano que se quitó del medio. Y lo dejo en manos de Jesús que conoce nuestras simas y debilidades. Recuerdo a los curas rurales que hacen la vida en un coche todo el día haciendo funerales. Los curas que son el corazón del barrio llevando fe y esperanza a todos los rincones de la ciudad. Los que cayeron y los que permanecen..

Cuidémonos, amigos. Valoremos nuestra diversidad, Respetemos nuestros estilos pastorales. Tengamos compasión ante los que lo dejaron, se enamoraron, o se fueron tras años y años de vida entregada. Los curas viejos del asilo, los curas que lo dieron todo y pocos les van a ver.

Cuidadnos, con vuestra cercanía, con vuestro cariño, con vuestra oración, con vuestra comprensión y también, como no, con vuestro perdón. Vuestros curas. Vuestros siempre.

Por Toño Casado. Publicado en Religión Digital

Recientemente en la misa de domingo de una parroquia rural de la España vaciada me encontré con un cura que comenzó la homilía confesando que estaba deprimido, solo y se sentía abandonado. Era latinoamericano, joven, muy simpático y de carácter abierto, y quizás por ello nos sorprendió más ese padecimiento. Y también hace unos meses, dando una conferencia en una capital de provincia, supe de un joven cura que se intentó ahorcar con su propio cinturón arrojándose por una ventana. Me dejó muy impresionado y el dramático suicidio del joven cura Matteo Balzano en Italia, me lo ha traído a la memoria.

El servicio de los curas, religiosos o laicos con ministerios de acompañamiento y cuidado de personas afronta situaciones muchas veces extremas de vida y muerte, o se vinculan a personas que sufren dramas de muy difícil solución. La experiencia y cuidado de la vida extrema forma parte de la vida ordinaria de casi cualquier cura.


Hay mucho más queme o burnout del que se reconoce. Es el síndrome del Cireneo, el que carga con la cruz del otro en su Calvario. Todas las profesiones del acompañamiento personal comparten riesgos similares y requieren elevar el grado de autocuidado y cuidado comunitario. Y también es común entre esos profesionales que sean reacios a exponerse abiertamente a esos cuidados. El cuidador de almas debe ser cuidado.

Hay estudios puntuales en diócesis del mundo occidental que señalan que un 20% de curas tienen relaciones problemáticas con el alcohol y un 8% sufren otras adicciones. El síndrome del burnout también afecta al clero, y hay estudios que miden su incidencia elevada o grave en un 9% de los mismos.

Se ha avanzado mucho al contar con psicoterapeutas disponibles para religiosos, novicios, seminaristas y curas. Pero hay que avanzar más y cada diócesis necesita un plan específico de cuidado integral de su presbiterio.

El problema es notable y se va a agudizar en los próximos años dado el excesivo grado de ideologización con que ha sido programado una parte abundante del joven clero y que los hace más vulnerables. Si durante la formación en el seminario no ha habido una relación muy inmediata, acogedora y compasiva con la realidad, el choque será radical, romperá el corazón y puede que la vocación. El grado de rigidez suele ser proporcional al de fragilidad.

El nuevo clero también comparte riesgos con una generación en la que la salud mental es más quebradiza, la soledad se ha convertido en una pandemia, la inmersión en las pantallas es nociva y las identidades ideologizadas son tan polarizadas como frágiles.

El problema es profundo: es una crisis de cuidados. Principalmente es el pueblo el que cuida de su pastor y puede cuidarle tanto cuanto está inmerso entre la gente. El mundo fluido, diverso y de alta incertidumbre que vivimos requiere estar más inserto en el corazón de la gente. Y ahí solo hay una forma de estar como pastor, que es al modo de Jesús.

En el mundo que vivimos, si no se sabe acompañar bien, es difícil que a su vez uno sea acompañado bien.

Nuestro mundo ha sufrido la gran desvinculación y los territorios han visto disolverse los lazos que antes unían a las comunidades vecinales. Quizás el modelo parroquial no ejerció durante demasiado tiempo su labor unitiva de la gente y perdió o incluso expulsó las nutridas comunidades que había heredado en la década de 1980. La revitalización plural y vecinal de las comunidades aumenta la probabilidad de que los curas tengan comunidades de cuidado.

El modelo pastoral también puede acentuar o paliar el problema. La pastoral que no cultiva procesos, sino que organiza eventos puntuales acaba vaciando la vida ordinaria entre instante e instante, y en el fondo se da cuenta de que esos impactos mediáticos no nutren la vocación más profunda a servir, consolar y celebrar en el corazón del pueblo común.

La solución a que se recurre a veces es vincularse a tal o cual movimiento, evitar el barrio yéndose a otros lugares o incluso sumergirse en Internet, pero en todos esos casos, la incomunicación se agudiza. Todo lo que sea alejarse del pueblo, empobrece el sentido cotidiano de la propia acción. La ideologización de la acción, el clericalismo en el contexto actual y percepciones catastróficas también forman un modo de relación con la gente y un modo de estar que tarde o temprano acabará quebrando y provocando crisis profundas que ningún espiritualismo ni doctrinalismo podrá contener.

En ese contexto desocializador, la labor del pastor sigue siendo la de quien sirve a la comunión, quien une a todos entre sí, con la Iglesia y con el Evangelio de Jesús. Es cierto que a poco que salga a la calle, le guste la gente, sea acogedor y se mezcle entre el pueblo, sentirá cómo se forma una red y comunidad de relaciones que llenan toda su vida. Pero si no hay tal activación y actitudes, es fácil que se sienta el mordisco de la soledad, que la rigidez de los entornos induzca a que las crisis pasen desapercibidas y a que finalmente se llegue al colapso.

Independientemente de que un modelo rígido de religiosidad pueda estar acentuando el burnout, hay un desafío que es común a todo cuidador de almas en este mundo en el que ha crecido el abandono, y requiere cuidar a nuestros pastores en el corazón del pueblo, dándole la paz y normalidad de tantas personas y familias que también comparten y conllevan sus inquietudes y malestares, siendo también sus cireneos.

Por Fernando Vidal. Publicado en Religión Digital

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