Con Pedro y con Pablo
A todos nos habitan las voces de Pedro y Pablo y el arte de la vida y la irenología, o la ciencia de la paz, está en equilibrarnos en un sutil equilibrio que permite integrar fuerzas aparentemente opuestas y gestar comunión en medio de la diversidad.
San Pedro y san Pablo fueron los primeros en experimentar la compleja y desafiante tensión entre el carisma y el magisterio, la forma y el fondo, el amor y la estructura, la pasión y la disciplina, el cielo y el suelo donde estamos encarnados. Aquella tensión les costó disputas, desgastes y sufrimientos; pero, finalmente, en Dios lograron andar por el camino del medio y comprender con el corazón que ambas fuerzas son igualmente necesarias para que la vida crezca.
A cada uno de nosotros también nos habitan esas fuerzas en conflicto cuando buscamos equilibrar los sueños con las necesidades, la entrega con los límites, el autocuidado con el servicio, la fe con la realidad. Son como dos piernas: si no se conectan y coordinan, nos hacen tropezar.En los matrimonios, comunidades, sociedades, en la Iglesia e incluso en el orden mundial, hay quienes se alían con una de estas fuerzas y la imponen como única verdad. En nombre de ella, arrasan con quienes piensan distinto, rompiendo el frágil pero fértil camino del medio, el único que permite la fecundidad.
Si optamos exclusivamente por la forma, el orden, la norma, la disciplina y la estructura como parámetros únicos de relación, los vínculos se quiebran, el espíritu se seca y el futuro se hipoteca en nombre de lo predecible y controlable. Es pan para hoy y hambre para mañana: se ahoga el amor, se debilita la gracia y se pierde la diversidad, que es condición de sobrevivencia.
Pero, si prescindimos de esa estructura y nos entregamos solo al carisma, la pasión, el fuego y la creatividad, la entropía de la materia se adueña de la realidad, generando el caos y abriendo un terreno fértil para que surja el mal. Sin límites, todo puede acabarse.
El camino del medio es la conjunción de ambas fuerzas por medio del diálogo fraterno. Saber que nos necesitamos mutuamente y que nadie debe imponerse por la fuerza. Porque allí donde se impone una sola visión, tarde o temprano, germina un mal mayor, aunque algunos líderes crean haber conquistado la paz. La verdadera paz no se impone: se gesta, se cultiva y se cuida en la comunión de la diversidad. Nunca con bombas, misiles ni con ninguna forma de violencia disfrazada de armonía.
Pedro y Pablo son los padres y pilares de la Iglesia, no porque pensaran igual, sino porque comprendieron que había algo más grande que sus propias posturas: seguir al Señor con fidelidad. Dios es el Uno, el Todo, el Cuerpo, el Alfa y la Omega, donde todos caben. Solo le daremos gloria si comprendemos la profunda interdependencia entre todos y todo.
Lo demás es ceguera y necedad destructiva, camino seguro hacia la infelicidad. Ojalá podamos acoger y replicar la sabiduría de estos santos y construir equilibrios internos y externos que gesten vida y vínculos nutritivos para hoy y para el mañana. Que dejemos que la tensión se vuelva creadora y no pura tensión tóxica.
Sin embargo, solos no podemos. Es ahí donde la Virgen María y el Espíritu Santo deben ser invocados como nuestros mejores aliados para no sulfurarnos, para seguir escuchando y perseverar en el diálogo hasta comprendernos de verdad. Solo con palabras —dichas con respeto, empatía, confianza, apertura y plena conciencia de su poder— podemos construir una nueva realidad. Nuestra Madre no quiere vernos pelear. Por eso nos enseña, con ternura y valentía, que sí es posible convivir como hermanos y hermanas si nos dejamos llenar por el Espíritu de benevolencia, misericordia y humildad, sabiendo que cada uno posee apenas una partecita de la verdad.
Por Trinidad Ried. Publicado en Vida Nueva
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