Señor y dador de vida

En Occidente, solemos representar al Espíritu Santo como una paloma; en cambio, en la Iglesia de Oriente se le simboliza como la Ruah, ese soplo que, viniendo de Dios, crea y da vida.

Cada vez más, los cristianos —como parte de esta sociedad— vivimos agobiados, estresados, sin tiempo… sin aliento que vivifique nuestro ser. Corriendo como vamos de un lado a otro, respiramos hondo y el cuerpo clama: “¡Dame aire, que me ahogo! ¡Dame vida, que me desvanezco!”.


Respira. Toma aire. ¿Quién nos da la Vida? El Espíritu Santo, el auténtico Dador de vida.

El Espíritu está presente desde la creación, actúa a lo largo de la historia de la salvación mediante los profetas del Antiguo Testamento; vivificará al ser humano y transformará el cosmos. Es el gran artífice de la nueva creación. Los santos Padres expresaron con firmeza su esperanza en el Espíritu: “Señor y Dador de Vida”, recreador de cielos y tierra. Nos capacita para dirigirnos a Dios como Abbá; nos transforma en hijos. Respira. Inhala aire.

La teología oriental ha sabido acoger con mayor profundidad esta presencia del Espíritu que la teología occidental, incluso en sus aportaciones más específicas dentro de la escatología. Subraya el papel teleológico del Espíritu en la divinización del ser humano. Todo lo que implique vínculo y comunión está unido a Él. Respira. Llénate de Vida.

¿Quién de nosotros no anhela una comunicación más íntima y fluida con Dios? ¿Y quién mejor que el Espíritu, tercera Persona de la Trinidad, para guiarnos por el Camino hacia el Padre? Respira. Recobra tu identidad de criatura y reconoce que Él es el Señor, el verdadero Dador de Vida. Permite que inunde tu ser con la Vida. Respira. Recuerda que en el bautismo recibiste al Espíritu, quien te otorgó una vida nueva para ser profeta de esperanza.

Por Gregorio Montilla. Publicado en Pastoral SJ

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