Así funciona el Cónclave

Cuando un papa renuncia o fallece, la ley eclesiástica exige que los cardenales se reúnan en Roma en un plazo de 15 a 20 días para elegir al nuevo papa. Los cardenales decidieron reunirse el 7 de mayo, 16 días después de la muerte del papa Francisco, porque el Vaticano necesitaba tiempo para preparar el cónclave de 133 cardenales electores, el mayor de la historia.

La reunión de cardenales para elegir al papa se llama cónclave, del latín "con llave", ya que la elección


se lleva a cabo a puerta cerrada; desde hace siglos, tras las puertas cerradas de la Capilla Sixtina del Vaticano.

Solo los cardenales menores de 80 años pueden votar en un cónclave. Técnicamente, pueden elegir papa a cualquier varón, siempre que esté, o esté dispuesto a estar, bautizado y ordenado sacerdote y obispo (en cuyo caso, inmediatamente después de la aceptación y antes de la proclamación formal sería ordenado sacerdote y consagrado obispo, o incluso bautizado en su caso). Sin embargo, han pasado más de 600 años desde que se eligió a alguien que no sea cardenal.

Los cardenales electores residen en la Domus Santae Marthae, una residencia dentro del Vaticano, a pocos pasos de la Capilla Sixtina. Antes de que los cardenales entren al cónclave, se inspecciona la capilla para detectar dispositivos electrónicos. Solo los cardenales pueden estar en la Capilla Sixtina durante la votación, pero son acompañados por un pequeño número de confesores, personal médico y asistentes litúrgicos, así como cocineros y personal de limpieza. Estos asistentes deben jurar mantener el secreto sobre lo que sucede en el cónclave.

Si los cardenales siguen el mismo horario que la última vez, se reunirán en la Capilla Sixtina de 16:30 a 19:30 h el primer día del cónclave. No habrá discursos ni debates; de hecho, no se hablará en absoluto, salvo lo necesario para los juramentos y el recuento de votos. Todas las discusiones y politiquerías tendrán lugar fuera de la Capilla Sixtina.

Además de jurar observar las reglas establecidas para el cónclave, los cardenales juran mantener el secreto del cónclave y no seguir ninguna instrucción de las autoridades civiles. Y, de ser elegidos Papa, prometen proteger la libertad de la Santa Sede.

Los electores también escuchan en esa primera reunión a un clérigo previamente elegido para predicar sobre "el grave deber que les incumbe y, por lo tanto, sobre la necesidad de actuar con recta intención por el bien de la Iglesia universal". Al terminar, él y cualquier persona que no sea cardenal elector deben abandonar la capilla.

Se puede votar la primera tarde del cónclave, pero en el último cónclave, en 2013, no se votó el primer día. Se necesitan dos tercios de los votos de los presentes para elegir un papa.

Si al final de cada día, no se ha elegido papa, los cardenales rezan las vísperas juntos.

El segundo día comienza con la misa a las 8:15h en la Capilla Paulina, seguida a las 9:30 h por la oración de laudes del Oficio Divino y la votación en la Capilla Sixtina. Si no hay ningún elector elegido, se realiza un receso a las 12:30 h para almorzar y se regresa a las 16:50 h para continuar la votación hasta aproximadamente las 19:30 h.

Normalmente se realizan dos votaciones por la mañana y dos por la tarde.

La votación está cuidadosamente organizada para evitar cualquier posibilidad de fraude o duda sobre los resultados. Los cardenales no quieren que ningún candidato impugne los resultados de las elecciones.

En el último cónclave, los cardenales se sentaron, según su antigüedad, detrás de cuatro filas de mesas, dos a cada lado de la capilla. Necesitarán más sillas debido al mayor número de cardenales. En cada lugar hay un bolígrafo y papeletas donde cada elector escribe el nombre de su elección. La papeleta es una tarjeta rectangular con la inscripción "Eligo in summum pontificem" ("Elijo como Sumo Pontífice") impresa en la parte superior. Doblada por la mitad, la papeleta mide solo 2,5 cm de ancho.

Antes de votar, se eligen por sorteo tres "escrutadores" entre los electores para contar las papeletas. El cardenal de menor antigüedad extrae los nombres. A continuación extrae tres nombres adicionales de cardenales (llamados enfermeros) que recogerán las papeletas de los cardenales del cónclave que estén demasiado enfermos para asistir a la Capilla Sixtina. En este caso, algunas informaciones apuntaron a que un cardenal bosnio votaría desde la Casa de Santa Marta, aunque las más recientes parecen desmentirlo. 

Se extraen por sorteo tres nombres finales para que actúen como revisores, quienes revisan el trabajo realizado por los escrutadores. Cada mañana y cada tarde, se eligen por sorteo nuevos escrutadores, enfermeros y revisores.

Cada cardenal imprime o escribe el nombre de su elección en la papeleta, ocultando su letra, para mantener el secreto del voto. Uno a uno, por orden de precedencia, los cardenales se acercan al altar con la papeleta doblada en alto para que se pueda ver.

Tras arrodillarse en oración un momento, el cardenal se levanta y jura: «Pongo como testigo a Cristo el Señor, quien será mi juez, de que mi voto se otorga a quien ante Dios creo que debe ser elegido». Luego, coloca la papeleta en una urna de plata y bronce dorado con forma de wok y tapa.

Los enfermeros utilizan una segunda urna más pequeña para recoger las papeletas emitidas por los cardenales demasiado enfermos para ir a la Capilla Sixtina.

El primer escrutador agita la urna para mezclar las papeletas y preservar el anonimato. El último escrutador cuenta las papeletas antes de desplegarlas. Si el número de papeletas coincide con el de electores, los escrutadores, sentados en una mesa frente al altar, comienzan el recuento de votos. Si el número de papeletas no coincide con el de electores, se queman sin contar y se procede inmediatamente a otra votación. Esto ocurrió durante la elección del papa Francisco, cuando un cardenal depositó por error una papeleta en blanco en la urna junto con la suya.

El primer escrutador desdobla la papeleta, anota el nombre en un papel y se la pasa al segundo escrutador. Este anota el nombre y se la pasa al tercer escrutador, quien la lee en voz alta para que la escuchen todos los cardenales. Si hay dos nombres en una misma papeleta, esta no se cuenta.

El último escrutador perfora cada papeleta con una aguja enhebrada a través de la palabra "Eligo" y la coloca en el hilo. Tras la lectura de todas las papeletas, se atan los extremos del hilo y las papeletas así unidas se colocan en una tercera urna. Los escrutadores suman los totales de cada candidato.

Finalmente, los tres revisores verifican tanto las papeletas como las notas de los escrutadores para asegurarse de que cumplieron con su tarea con fidelidad y exactitud. Así, seis cardenales, elegidos por sorteo, revisan cada papeleta delante de los cardenales antes de anunciar los resultados. Así no cabe fraude alguno. 

Las papeletas y las notas se queman en una estufa especial instalada en la Capilla Sixtina, a menos que se realice otra votación inmediatamente. Los escrutadores queman las papeletas con la ayuda del secretario del cónclave y el maestro de ceremonias, quienes añaden sustancias químicas para que el humo sea blanco o negro. Desde 1903, el humo blanco señala la elección de un papa; el humo negro, una votación no concluyente. En el último cónclave, el repique de la campana más grande de San Pedro se añadió al humo blanco como señal de la elección de un papa.

El humo negro aparecerá alrededor del mediodía y a las 7 de la tarde desde la estufa hasta que se elija un papa. El humo blanco podría aparecer en estos momentos o antes, alrededor de las 10:30 o las 17:30, si se elige un papa en la primera votación de la mañana o de la tarde.

El único registro escrito de la votación es un resumen de cada sesión preparado por el camarlengo, quien dirige la iglesia durante la sede vacante (el período de "asiento vacío" entre papas). Este es aprobado por los tres cardenales asistentes y entregado al nuevo papa para que lo guarde en los archivos en un sobre sellado que nadie puede abrir, salvo orden del papa.

Si después de tres días los cardenales aún no han elegido a nadie, las sesiones de votación pueden suspenderse por un máximo de un día para la oración y el debate entre los electores. Durante este intermedio, el cardenal diácono de mayor rango ofrece una breve exhortación espiritual. A continuación, se realizan otras siete votaciones, seguidas de una suspensión y una exhortación del cardenal presbítero de mayor rango. A continuación, se realizan otras siete votaciones, seguidas de una suspensión y una exhortación del cardenal obispo de mayor rango. La votación se reanuda para otras siete rondas.

Este proceso tomaría unos 13 días. En el pasado reciente, los cónclaves no han durado más que unos pocos días, aunque no hay una fecha límite fija para que los cardenales concluyan.

Si ningún candidato obtiene dos tercios de los votos tras los 13 días de votación, se lleva a cabo una segunda vuelta entre los dos candidatos con mayor número de votos. Sin embargo, dado que aún se requieren dos tercios de los votos para elegir a un papa, esta innovación instituida por el papa Benedicto XVI podría resultar en un cónclave estancado, sin posibilidad de encontrar un tercer candidato de consenso.

La innovación de Benedicto reemplazó el cambio instituido por el papa Juan Pablo II, que permitía a una mayoría simple de cardenales suspender el requisito de los dos tercios en este punto del cónclave. El cambio de Juan Pablo II dificultaba la destitución de un candidato una vez que recibía la mayoría de votos.

Juan Pablo II y Benedicto XVI parecen haber temido que un cónclave prolongado escandalizara a los fieles y perjudicara a la Iglesia, pero sus soluciones causaron otros problemas. Las antiguas reglas obligaban a los cardenales a llegar a un acuerdo y buscar un candidato de consenso.

La innovación de Benedicto XVI podría resultar en un cónclave estancado si más de un tercio de los cardenales se oponen vehementemente al candidato mayoritario. La nueva regla de Benedicto XVI tampoco explica qué hacer si dos candidatos empatan en el segundo puesto.

Tras ser elegido papa en 2013, Francisco afirmó haber recibido 40 de los 115 votos en el cónclave anterior, celebrado en 2005. Bajo las antiguas reglas, esto habría impedido la elección del cardenal Josef Ratzinger (como Benedicto XVI), a menos que algunos de sus votantes se inclinaran por él. Con las nuevas reglas, los votantes de Ratzinger simplemente debían mantener su apoyo hasta que pudieran suspender las reglas y elegirlo por mayoría de votos. Francisco puso fin a la demora declarando a los cardenales que apoyaba a Ratzinger y que no aceptaría el papado si era elegido.

Una vez elegido un papa, el decano del Colegio Cardenalicio le pregunta: "¿Acepta su elección canónica como sumo pontífice?". Si es obispo y acepta, es papa inmediatamente. Si no es obispo, tendría que ser ordenado obispo antes de convertirse en papa, ya que el papa es el obispo de Roma. El sacerdote británico Timothy Radcliffe, nombrado cardenal por Francisco, es el único elector que no es obispo.

Cuando el cardenal Giovanni Colombo, arzobispo de Milán de 76 años, comenzó a recibir votos durante el cónclave de octubre de 1978, dejó claro que rechazaría el papado si era elegido.

El decano también pregunta por qué nombre desea ser conocido el papa.

El primer papa en cambiarse el nombre fue Juan II en 533. Su nombre de pila, Mercurio, en honor a la deidad romana, se consideró inapropiado. Otro papa adoptó el nombre de Juan XIV en 983 porque su nombre era Pedro y no se consideró correcto que compartiera el nombre del primer papa.

A finales del primer milenio, un par de papas no italianos cambiaron sus nombres por otros que los romanos pudieran pronunciar con mayor facilidad. La costumbre de cambiarse el nombre se generalizó a partir del siglo XI. El último papa en conservar su nombre fue Marcelo II, elegido en 1555.

Una vez que el Papa ha aceptado y ha designado su nombre, los cardenales se acercan al nuevo Papa y le rinden homenaje y obediencia. Se reza una oración de acción de gracias y el Papa se cambia la túnica cardenalicia por la sotana papal blanca. Anteriormente, el Papa se presentaba con la vestimenta papal completa, con la muceta de terciopelo rojo ribeteada de armiño. Pero Francisco solo vestía una sencilla sotana blanca con una sencilla cruz de metal.

Mientras tanto, los romanos acuden a la Plaza de San Pedro para ver al Papa y recibir su primera bendición.

Cuando el Papa está listo, el cardenal diácono de mayor rango informa a los presentes en la Plaza de San Pedro que la elección ha tenido lugar y anuncia el nombre del nuevo Papa: «Habemus Papam», que en latín significa «Tenemos un Papa».

El Papa puede entonces dirigirse a la multitud y otorgar su primera bendición solemne «urbi et orbi», a la ciudad y al mundo.

Por Thomas Reese. Traducido del National Catholic Reporter

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