Acoger la debilidad
Estas fechas suelen ser de una gran actividad sacramental. Con los calores de mayo y el brío pascual, se inicia la temporada alta de la BBC, que, más que un canal de televisión británica, se trata de esa tríada sacramental que sobreabunda: Bodas, bautizos y comuniones. Cuando menos te lo esperas, cualquier feligrés de a pie acaba encontrándose en medio de una lluvia de arroz y, si no te pillan prevenida, puedes acabar siendo testigo accidental de la primera comunión de unos cuantos churumbeles. En esta temporada una servidora está preparada para asumir cualquiera de estos riesgos cuando va a misa, pero lo que no resulta tan habitual es participar accidentalmente en la celebración de una unción de enfermos. Esto es lo que me sucedió a mí el pasado domingo.
Quizá debería habérmelo imaginado, pues “la Pascua del enfermo” parece un momento más que propicio para normalizar la celebración de uno de esos sacramentos que aún tiene mala fama y poca repercusión social. Cuando quien presidía la eucaristía invitó a que se acercaran quienes iban a recibir la unción, cerca de cuarenta personas se dispusieron en torno al presbiterio. De entre todos ellos había una mujer que rompía llamativamente la media de edad de los asistentes que, como es de suponer, era bastante alta. Desconozco las circunstancias de esa mujer y la situación que le hizo dar el paso público de celebrar y acoger la fortaleza y el cuidado que Dios envía, pero me ayudó a pensar en cuánto nos cuesta vivir las situaciones de fragilidad.
Yendo más allá del sacramento y de las situaciones de enfermedad, tengo la convicción de que, en general, no solemos gestionar demasiado bien nuestra debilidad, sea la que sea. Hemos aprendido a relacionarnos con los demás ocultando todo aquello que pueda poner en evidencia nuestra condición frágil, permaneciendo muy atentos a que ninguna grieta de nuestras armaduras ponga en evidencia que todos somos blanditos por dentro. Lo curioso es que, como experimentó el mismo Pablo, cuando nos sabemos débiles es, en realidad, cuando más fuertes llegamos a ser (cf. 2Cor 12,10). Cuanto más capaces somos, como esa mujer, de dar un paso al frente y reconocer que en ciertos momentos necesitamos apoyo, cuidado o protección, más ganamos en calidad humana, en abrirnos a que sea Otro y los otros quienes nos den impulso y en aprender de ternura con quienes nos rodean… por más que no celebremos por ello la unción de enfermos.
Por Ianire Angulo. Publicado en Vida Nueva
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