Ungidos por el Espíritu para ungir al mundo con amor

Agradezco vuestra presencia en esta Eucaristía tan significativa. Un año más como presbiterio de nuestra Iglesia diocesana, venimos a agradecer el don del sacerdocio y a renovar juntos la entrega de nuestras vidas al servicio de este pueblo de Dios sacerdotal que peregrina en Madrid. Gracias a todos los miembros del pueblo de Dios que hoy nos arropáis, laicos y laicas, consagrados, consagradas, que impulsáis nuestro ministerio y nuestras vidas y os comprometéis desde la dignidad bautismal en esta única misión evangelizadora que compartimos. 

«El Espíritu del Señor está sobre mí, porque Él me ha ungido»

Son las palabras del profeta Isaías que Jesús lee en la sinagoga de Nazaret, y que nos narra el evangelista Lucas como el primer ministerio de Jesús en su vida pública, después de la experiencia del desierto y el Bautismo. Es el texto que se proclama cada año en la Misa Crismal. Jesús hace suyas estas antiguas palabras del profeta Isaías. Unas palabras que cada uno de nosotros puede hacer ahora nuevas y decir en verdad. Todo bautizado, todo sacerdote, todo obispo puede hacerlas suyas, porque el mismo Espíritu que nos ha ungido en el Bautismo, en la Confirmación, en la ordenación sacerdotal, es el mismo Espíritu con el que el Padre unge al Hijo; el mismo Espíritu que descendió sobre los apóstoles en Pentecostés y les hizo comprender lo que no habían entendido, les cambió la vida, los envió a anunciar el Evangelio al mundo entero como testigos hasta dar la vida. 

En esta celebración, pedimos que se renueve en nosotros esta misma unción para continuar la misión de Cristo: ungidos por el Espíritu para ungir al mundo con amor.

Sí, hemos sido ungidos y enviados a ser cauces de esta única misión en la que Cristo sigue empeñado. En la oración de consagración del crisma pediremos a Dios Padre «que se digne bendecir y santificar el ungüento para que aquellos cuerpos que van a ser ungidos con él sientan interiormente la unción de la bondad divina…».

Somos ungidos para hacer sentir a todos la ternura de Dios. A los cercanos y a los lejanos, a los que creen y a los que dudan, a los sanos y a los heridos por la vida. Porque nuestro pueblo sigue necesitando sanación, escucha, acogida, reconciliación. Hay heridas que solo se curan con presencia compasiva, con gestos sencillos de paz. Es a esta realidad a la que somos enviados a llevar la unción de la bondad divina. Unción que hemos recibido no para dividir ni imponer. Es para construir puentes donde otros levantan muros, para sembrar concordia donde hay polarización, para anunciar esperanza allí donde reina el desencanto.


También somos ungidos y enviados a nuestro propio presbiterio. Necesitamos abrir el ánfora de la unción del Espíritu de la unidad y la comunión entre nosotros. A veces eso cuesta, pero necesitamos que, por medio de cada uno de nosotros, hoy se extienda la fragancia de la unidad en el amor; y su aroma llegue a nuestros corazones, a nuestros encuentros, a nuestros consejos pastorales, familias y comunidades. Necesitamos la unción de la unidad con la disponibilidad de cada corazón ungido.

Unción también para solucionar nuestros conflictos y roces, siempre desde la verdad de la Eucaristía que compartimos. Es la que nos ayuda a poner en la patena esos conflictos y poder solucionarlos desde el amor entregado del Maestro y solo bajo Su mirada, y no como lo hace nuestro mundo.

Por todo eso hoy renovamos nuestras promesas sacerdotales, y pedimos la gracia de la fidelidad al don recibido en esta Iglesia diocesana concreta. La unción permanece en nosotros y nos imprime carácter. A nosotros se nos pide permanecer en ese amor que se nos ha regalado. Permaneciendo seremos ciertamente consolados, se llenará de gozo nuestra vida, y la alegría nos abrirá sus puertas, más allá de la fatiga, del cansancio de la tarea y las dificultades de cada día.

Al renovar nuestras promesas sacerdotales, os invito con sencillez a no perder la mirada de nuestra tarea en Cristo. Sin distracciones, pero no lo hagamos solos: unámonos a esa nube de testigos de la que habla la Carta a los Hebreos. Es nuestro pueblo fiel, que participa del sacerdocio de Cristo por el Bautismo y nos acompaña con su fe y su esperanza.

Mirando a Cristo a través de su pueblo, me atrevo a presentaros tres ánforas de este óleo que quiero pediros abrir, para que su perfume siga llegando a nuestra diócesis. Son tres perfumes de la unción que hemos recibido y que, si las abrimos, pueden llenar de fragancia nuestras comunidades. Son símbolos vivos de lo que somos y de lo que estamos llamados a renovar:

1.- El ánfora del Bautismo que estamos subrayando este curso. Os pido seguir ayudando, desde nuestro ser pastores, a profundizar en el Bautismo a cada miembro de la Iglesia y, en especial, de los laicos para que reconozcan su dignidad. Pongamos nuestro corazón sacerdotal en medio de ese pueblo sacerdotal que se nos confía, para que acoja con fuerza y creatividad su Bautismo y la llamada a ser parte de la evangelización. Sabiendo que nuestra vocación nace de la suya, se enraíza en su fe sencilla y se sostiene en su oración silenciosa.

2.- El ánfora del discernimiento comunitario. Esta es la que nos habla del perfume del discernimiento compartido. La unción que recibimos no nos separa ni nos eleva. Al contrario, nos entrelaza, nos implica unos con otros. 

Tampoco la misión que se nos ha confiado es fruto de nuestros planes, sino de un envío que nos supera. Por eso, necesitamos continuar trabajando, codo a codo, con las comunidades cristianas y con los sacerdotes cercanos, siempre al servicio de nuestro pueblo fiel.

El discernimiento lleva a no tomar decisiones solitariamente, sin dar razones o sin escuchar a los otros. En cada diócesis no somos islas ni piezas separadas de un gran rompecabezas. Saboreamos y acogemos que «somos miembros de un mismo cuerpo, miembros los unos de los otros».

Es por eso que, amasados en la misma unción, quedamos implicados con nuestros consejos, con los sacerdotes de nuestros equipos parroquiales y con los del arciprestazgo para escuchar, unos con otros, la voluntad de Dios en cada momento. Este discernimiento nos está llevando directamente al corazón de la sinodalidad, a un nuevo modo de mirar la pastoral, no como gestión de tareas, sino como escucha conjunta del Espíritu que habla en medio de Su Iglesia.

3.- La tercera ánfora es la del perfume más necesario de este tiempo: el ánfora de la esperanza. El Evangelio de Lucas nos recuerda que Jesús fue ungido para «proclamar el año de gracia del Señor».

Este año jubilar, que el Papa Francisco ha querido dedicar a la esperanza, es una oportunidad providencial para que volvamos a decirle al mundo que no todo está perdido, que Dios no se ha ido, que la gracia sigue brotando. «La esperanza no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones»  y así anunciamos que «Jesús es nuestra esperanza».

Y ahora, hermanos, abramos las ánforas como tan bien sabéis hacer. Dejemos que su perfume nos invada. No nos limitemos a llevar los óleos a nuestras parroquias: llevemos también el alma renovada, la fe encendida y la alegría de estar juntos y ungir.

Queridos hermanos sacerdotes, es un gozo veros. Gracias por acoger la unción con disponibilidad para servir al pueblo santo de Dios. En este momento quisiera tener un recuerdo lleno de afecto y agradecimiento a los hermanos sacerdotes que, por su edad o por la enfermedad, no pueden estar aquí con nosotros en esta celebración. Siguen ungidos por el don imperecedero del Espíritu y, como miembros de este presbiterio, participan con su testimonio de vidas orantes y ofrecidas en oblación a la voluntad de Dios, en la misión de anunciar el evangelio de Jesús, en esta Iglesia de Madrid. Gracias por ellos.

Y a todos vosotros, gracias por vuestro testimonio y el bien escondido que hacéis a tantos. Gracias por vuestro ministerio que con frecuencia realizáis con poco reconocimiento y con viento contrario. Seguid remando juntos, en nuestra barca está presente el Ungido por el Espíritu del Padre. Y sigamos escuchando sus palabras: estoy con vosotros, no tengáis miedo, echad las redes.

Cardenal José Cobo, arzobispo de Madrid. Homilía en la Misa Crismal

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