Que surja la oración
Hay un ritmo entretejido en todo. Late en la salida y la puesta del sol, en el brote y la caída de las hojas, en el nacimiento y la muerte de cada ser vivo. Este ritmo —vida, muerte y nueva vida— no solo nos rodea. Está dentro de nosotros. Es la forma de nuestro devenir.
La Semana Santa nos invita a observar este ritmo y a adentrarnos en él, no como observadores, sino como participantes. No es solo un recuerdo de acontecimientos del pasado. Es también una inmersión en el patrón sagrado de la realidad misma. La Semana Santa refleja nuestra vida: un camino marcado por el amor, la pérdida, la espera, la entrega y, por gracia, la resurrección.
¿Y qué nos acompaña en este viaje? La oración.
La oración no es algo que se añade a la vida; es cómo la vivimos. Es cómo caminamos con consciencia de la Presencia de Cristo a nuestro lado. La oración no es solo lo que hacemos antes de las comidas o en lugares sagrados. Es la relación continua entre el espíritu humano y lo sagrado que habita dentro y alrededor de todos nosotros. No es magia ni transacción. Es intimidad, sintonía y confianza.Como cristianos, oramos con frecuencia. Pero la Semana Santa nos enseña a vivir la oración de nuevo, no como palabras aisladas ni posturas fijas, sino como una relación viva que se profundiza en cada aspecto de la vida.
El Domingo de Ramos rezamos con alegría y acogida.
El Jueves Santo oramos en comunidad, servicio y vulnerabilidad.
El Viernes Santo oramos en silencio, dolor y entrega.
El Sábado Santo oramos con las manos vacías y el corazón inseguro.
En la mañana de Pascua, oramos con asombro porque el amor ha hecho lo que no nos atrevíamos a esperar: ha traído vida de la muerte.
Esta es la forma de toda oración verdadera: no lineal, sino cíclica. Venimos con alabanza. Traemos nuestro dolor. Pedimos, esperamos, escuchamos. Y, finalmente, damos gracias, una y otra vez.
El Catecismo de la Iglesia Católica habla de cuatro formas clásicas de oración:
- Adoración, cuando nos abrimos con asombro al misterio que es más grande que nosotros.
- Contrición, cuando nos dirigimos honestamente a Aquel que recibe nuestras faltas con misericordia.
- Súplica, cuando traemos nuestras necesidades y las necesidades del mundo.
- Acción de gracias, cuando reconocemos que todo es un regalo.
No son casillas para marcar, sino movimientos para sentir junto a Dios que nos acompaña tanto en el sufrimiento como en la alegría, que camina con nosotros en cada etapa de la espiral de la vida.
El padre franciscano Richard Rohr escribe: «La oración no consiste principalmente en decir palabras ni pensar. Es, más bien, una posición. Es una forma de vivir en la Presencia, de vivir consciente de la Presencia e incluso de disfrutarla».
La Semana Santa nos invita y nos vuelve a invitar a ser personas de oración que avanzan lentamente por el mundo, están despiertos a lo que es real y buscan no controlar a Dios sino acoger la gracia.
En esta Semana Santa, permitamos que la oración surja de nuestras vidas, no de forma perfecta, sino sincera. Que la oración surja de nuestra confusión, esperanza, cansancio y alegría. Que la oración nos impulse a una relación más profunda con los demás, con la creación y con un Dios siempre cercano.
Editorial, traducido, del National Catholic Reporter
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