Porque pongo mi fe en Cristo, no te afiljas
Durante las últimas semanas, mi pastor ha estado revisando varias teorías sobre la expiación para intentar responder a la eterna pregunta de por qué Jesús tuvo que morir. ¿Murió Jesús por razones puramente altruistas? ¿Fue un acto de penitencia moral o de retribución? ¿Fue la crucifixión una transacción de nuestros pecados a cambio de la muerte del Hijo de Dios? ¿Cuál fue el mensaje de Dios?
Como concepto, la muerte es difícil de asimilar. En un momento, una persona que amamos y apreciamos está con nosotros y, al siguiente, se ha ido. Esa repentina sensación, incluso si estamos preparados de alguna manera por una larga enfermedad o por cuidados paliativos, no se puede asimilar tan rápidamente. Por eso, el duelo es una emoción tan difícil de procesar. Es complejo y doloroso.
Ahora traten de entender por qué Dios envió a su Hijo a morir por nosotros. Todos hemos experimentado la pérdida, el dolor y la muerte. ¿Por qué es tan fácil dar por sentado la crucifixión de Jesús? ¿Cómo debemos reconocer Su sacrificio durante esta Semana Santa?
El papa Francisco, quien se presentó ante más de 20.000 peregrinos el Domingo de Ramos, nos da una pista. «Hermanos y hermanas», dijo el papa, «para experimentar este gran milagro de misericordia, decidamos cómo debemos llevar nuestra cruz durante esta Semana Santa: si no sobre nuestros hombros, en nuestros corazones».
Perdí a mi abuela hace unas semanas. Pasé la última semana con mi familia llorando su partida, pero también celebrando su plena vida.
Perder a la matriarca de una familia es duro. El vínculo que unía a todos se ha perdido, dejando esas relaciones desgarradas y transformadas. La incertidumbre nos rodeaba como una niebla, haciendo casi imposible encontrar el camino.
Es apropiado que el funeral, junto a la tumba, se celebrara justo antes de la Semana Santa. Mi abuela tenía una fe muy profunda, la cual la sostuvo durante la pérdida de mi abuelo 25 años atrás. Una vez me dijo que, aunque extrañaba mucho a mi abuelo, nunca se sintió sola. Tenía a su familia de la Iglesia y a su Salvador.
En el servicio, el pastor de mi abuela leyó en voz alta un poema que mi abuela había escogido hacía años. No mencionaba autor ni título, lo cual es extraño porque mi abuela era una bibliotecaria de referencia. Busqué y busqué al autor del poema, pero no encontré información al respecto.
Sin embargo, la estrofa final me dio un gran consuelo y no he dejado de pensar en ella desde entonces:
Porque pongo mi fe en Cristo,con Él viviré para siempre.Así que, por favor, no te aflijas, pero ten la seguridadde que estoy vivo y bien.
¿Será por esto que es fácil sentir la gracia de Dios a través de la muerte y resurrección de Jesús? ¿Por que sabemos que Jesús está vivo y bien?
«María y los demás experimentaron el precio de la resurrección antes de comprender su gracia», escribe Mary McGlone, hermana de San José, en una reflexión sobre las lecturas de Pascua. «Pudieron proclamar con autenticidad a Cristo vivo porque, con Él, sufrieron el poder del mal y presenciaron su desaparición. El anuncio de Pascua tiene su significado más profundo para quienes se han enfrentado a lo demoníaco, han esperado contra toda esperanza y han recibido un indicio de la caída del mal y de las transformaciones que comenzaron con la victoria de Cristo».
Quizás eso sea algo que todos debamos recordar en esta Semana Santa. A pesar de la incertidumbre sobre nuestro futuro, ya sea personal o social, tenemos un lazo al que aferrarnos, tenemos la cruz a la que aferrarnos.
Como escribimos en nuestro reciente editorial: «En esta Semana Santa, dejemos que la oración surja de nuestras vidas, no de forma perfecta, sino con sinceridad. Que la oración surja de nuestra confusión, esperanza, cansancio y alegría. Que la oración nos impulse a relaciones más profundas entre nosotros, con la creación y con un Dios siempre cercano».
Por Stephanie Yeagle. Traducido del National Catholic Reporter
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