No somos autosuficientes

Auxi Rueda, directora de comunicación de la diócesis de Ávila, ha presentado el pasado jueves, 20 de marzo, su libro ‘Atrincherados. Una pandemia que nos cambió la vida’, un relato íntimo y personal de los días de confinamiento en 2020 por la pandemia de Covid-19. Un diario en el que la periodista comparte no solo sus vivencias personales, sino también las transformaciones que ocurrieron en su entorno familiar, laboral y en la propia Iglesia. Rueda comparte con ‘Vida Nueva’ el viaje emocional que supone este libro.

PREGUNTA- ¿Por qué recordar cinco años después lo que fue la pandemia?

RESPUESTA- Este libro lo inicié como una especie de legado que quería dejar a mis hijas, para que nunca olvidaran aquellos intensos meses que vivimos cerrados en casa. Sin embargo, a medida que iba escribiendo, me di cuenta de que quizá era el momento para que todos hiciéramos memoria viva de todo lo que pasó entre marzo y mayo de 2020, porque, aunque han pasado cinco años, aún no hemos tenido tiempo de pararnos a reflexionar sobre nuestras vivencias. El ser humano tiende a olvidar demasiado pronto aquello que le hace daño. Quizá como mecanismo de supervivencia. Solemos cerrar en un cajón todos los recuerdos negativos. Pero, de vez en cuando, es necesario airear esos cajones, porque incluso de las experiencias más duras podemos sacar una enseñanza.


La palabra “recordar” significa “volver a pasar por el corazón”. Ese es el proceso que yo he seguido con el libro. He vuelto a pasar por el corazón todas mis vivencias, que son las mismas que las de tanta gente. He vuelto a sentir angustia y miedo, a emocionarme. Y ese es el deseo que tengo para los lectores: que lo hagan suyo, que se permitan sentir, dejarse emocionar, y recordar que, tras la oscuridad, siempre vuelve la luz.

P.- ¿Cuál sería la lección que más hemos aprendido?

R.- Aquella frase tan manida de entonces, el “Saldremos más fuertes”, creo que fue excesivamente optimista. No me atrevo a aventurar si hemos salido mejores o no, porque, para ello, cada uno debería de hacer examen de conciencia sobre su propia situación. Desde luego, como sociedad, lamentablemente, no solo no hemos salido más fuertes, sino que hemos salido aún más divididos. Nos hemos topado de nuevo con el individualismo exacerbado que caracteriza la cultura dominante en nuestro tiempo. Por eso decía antes que hemos olvidado demasiado pronto todo lo que pasó.

Pero, desde luego, la gran lección que nos dio la pandemia es que no somos nada, que somos tremendamente vulnerables. No somos autosuficientes: necesitamos a los demás, pues la solidaridad es clave para superar cualquier crisis. Y necesitamos abandonarnos en manos de Dios, confiados en que, como dijo el Papa en aquella bendición en soledad del 27 de marzo de 2020, Él no nos abandona en medio de la tormenta.

P.- ¿Y la que hemos olvidado?

R.- Con el paso del tiempo, hemos olvidado muchas de las lecciones que la pandemia nos dejó. Durante aquellos meses difíciles, valoramos más que nunca la fragilidad de la vida, la importancia del cuidado mutuo y el sentido de comunidad. Sin embargo, poco a poco hemos vuelto a viejas rutinas, y en muchos casos, al individualismo y la indiferencia. Tal vez hemos olvidado que la verdadera normalidad no debería ser volver a lo de antes, sino construir un mundo más humano y más abierto a Dios y a los demás.

P.- El título es “atrincherados” y parece que de un tiempo a esta parte la sociedad se empeña en levantar trincheras, ¿cómo superar estas restricciones de pensamiento?

R.- El título del libro proviene de los post que yo subía con imágenes de aquellos días de confinamiento. Los llamé así, atrincherados, porque para mí, cerrarme en casa con mi familia, era como meterme en una trinchera de una guerra contra el virus. Con miedo, protegiendo a los míos, y luchando contra las circunstancias.

Pero es cierto que toda la pandemia ha supuesto también un confinamiento emocional y psicológico, pues levantamos demasiadas barreras mentales y emocionales, muchas veces sin darnos cuenta. En tiempos de incertidumbre y crisis, es natural buscar refugio en nuestras propias convicciones, pero esto puede llevarnos a una especie de aislamiento ideológico. Para superar estas restricciones de pensamiento, creo que es clave recuperar la capacidad de escuchar, dialogar y empatizar con quienes piensan diferente. La apertura al debate sin prejuicios y el contacto con realidades distintas a la nuestra son esenciales para derribar trincheras y construir puentes en lugar de muros.

P.- También se recogen en el libro los desafíos que la pandemia supuso a la Iglesia, ¿cómo sale retratada?

R.- Recuerdo que, tras la Semana Santa, una televisión emitió una noticia sobre los términos más buscados en Google en el último mes. Y el tercero que aparecía era “Iglesia Online”. ¿Esto qué significa? Que la gente demandaba la cercanía de la Iglesia, necesitaba la fe para superar la dificultad. Y la respuesta fue muy positiva. Creo sinceramente que la imagen de la Iglesia salió reforzada, por el gran esfuerzo que se hizo de hacer realidad esa cercanía, ese acompañamiento.

La pandemia supuso un desafío sin precedentes para la Iglesia, no solo en términos organizativos, sino también espirituales y comunitarios. De un día para otro, los templos cerraron, las celebraciones se trasladaron al ámbito digital y muchas de las formas tradicionales de acompañamiento quedaron interrumpidas. Sin embargo, en el libro intento mostrar cómo también vimos una Iglesia que supo adaptarse, que encontró nuevas maneras de estar cerca de la gente y que reforzó su papel en el acompañamiento de quienes más lo necesitaban. Se muestra una Iglesia humana, con sus luces y sombras, pero que en medio de la crisis buscó seguir siendo un punto de apoyo y esperanza.

Y el libro muestra, sobre todo, un reconocimiento a la labor de los sacerdotes, tan necesaria en aquellos días. En aquellos dolorosos entierros, en los que no podía haber más de 5 personas, y no se podía consolar a quienes habían perdido a un ser querido. En aquellas llamadas en nuestros pueblos, preocupándose por el bienestar de sus parroquianos. En llevar (cuando se podía) la comunión a los ancianos y a los enfermos. La labor importantísima de los capellanes de los hospitales, que entraban en nuestras UCIS para que nadie muriera solo. Es mi homenaje también para todos ellos.

P.- En el Jubileo de la Esperanza, ¿podemos ser optimistas?

R.- No es que podamos. Es que debemos. El Jubileo de la Esperanza nos recuerda que, como cristianos, estamos llamados a vivir con una esperanza que no es simple optimismo, sino una confianza profunda en Dios. La pandemia nos puso a prueba, pero también nos enseñó que la fe es un ancla en medio de la tormenta. La esperanza cristiana no niega el sufrimiento ni las dificultades, pero nos invita a mirar más allá, a creer en la posibilidad de un mundo renovado por el amor y la misericordia de Dios. Podemos ser optimistas si vivimos este tiempo como una oportunidad para reforzar nuestra fe, para construir comunidades más fraternas y para ser testigos de la esperanza que Cristo nos ofrece.


Entrevista por Mateo González Alonso en Vida Nueva

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