De falsos dilemas y verdaderas unidades
La pregunta clave que enfrentan los cardenales, y que se aborda en las congregaciones generales de esta semana, es una pregunta perenne: ¿Qué necesita la Iglesia en este momento?
Esta pregunta se malinterpreta cuando se plantea como una elección entre un papa liberal y un líder más conservador. Estas categorías han perdido gran parte de su relevancia para describir el mundo contemporáneo y son aún menos útiles para comprender la Iglesia.
En el Concilio Vaticano II de 1962-65, existían dos claves hermenéuticas: aggiornamento (actualización) y ressourcement (retorno a las fuentes). Por fuentes, los padres conciliares se referían a las Escrituras y las tradiciones de la Iglesia, especialmente a los escritos de los primeros Padres de la Iglesia.
Todo documento emitido por el concilio refleja ambas hermenéuticas y nunca priorizó una sobre la otra. En cambio, las dos hermenéuticas existen en una tensión creativa: el camino a seguir, la actualización, se logra con mayor claridad y solidez al conectar con las fuentes de la tradición, el ressourcement. Ambas están inextricablemente entrelazadas.
Esta dinámica no es una dialéctica hegeliana. El método de Georg Wilhelm Friedrich Hegel comenzaba identificando las contradicciones (las tesis y sus antítesis) en cualquier tesis cultural. Para la Iglesia, la tensión creativa es dialógica, en el sentido más estricto, un discernimiento a través de la palabra, o, mejor dicho, la Palabra, el Logos, Jesucristo.
El discernimiento cristiano no comienza con la identificación de contradicciones, sino con la búsqueda de evidencias de la gracia. Los "signos de los tiempos" a los que los católicos están llamados a prestar atención no son un cúmulo de datos sociológicos, un conjunto de resultados de encuestas ni ningún tipo de comentario cultural. Cuando observamos los "signos de los tiempos", buscamos evidencias de la gracia, de la actividad de Dios en el mundo. Este punto fue planteado brillantemente por uno de los cardenales electores, el cardenal jesuita Michael Czerny, en su libro, coescrito con el padre Christian Barone, Hermanos todos, signo de los tiempos: la enseñanza social del Papa Francisco.
La distinción entre un enfoque más pastoral y uno más dogmático también puede ser exagerada. El enfoque pastoral del Papa Francisco no fue ajeno a los dogmas. "Dogmático" es un adjetivo negativo para los católicos solo cuando se pervierte su sentido, confundiendo verdad con rigidez y fariseísmo.
Francisco proclamó, sin temor, los dogmas más esenciales de nuestra fe: la bondad misericordiosa de Dios, la dignidad trascendente de la persona humana creada a imagen y semejanza de Dios, la fraternidad propia de los hermanos y hermanas en el Señor, y la necesidad de la compasión como fundamento de la cual debe brotar una vida eclesial y cívica sana.
Todo Papa enseña. Todo Papa cree que el Espíritu Santo nos habla en las Sagradas Escrituras y en la tradición de la Iglesia. Algunos se apoyan en la enseñanza misma como fuente de gracia, mientras que otros se centran en su aplicación en el mundo real, con personas reales. Quienes se apoyan en la enseñanza correctamente ven a Dios obrando en ella, mientras que quienes siguen un enfoque más pastoral ven a Dios encarnado en la necesidad humana aquí y ahora. Pero la distinción no es absoluta, y ambos enfoques pueden y deben complementarse. ¿Qué ofrece la Iglesia a la humanidad sufriente hoy, aparte de su propia enseñanza? ¿Qué relevancia tiene esa enseñanza a menos que se presente al pueblo de Dios de una manera que pueda comprenderla y abrazarla?
Lo mismo ocurre, por cierto, en cualquier disciplina o materia. Hay personas que -porque esa es su vocación no solo legítima, sino inspirada por el Espíritu Santo como necesaria- se dedican a su estudio y desarrollo teórico. Hay otras que se dedican a aplicarlo en el mundo. Y ciertamente una cierta tensión, una cierta dificultad de comprensión, surge en no pocas ocasiones entre unos y otros. Pero tensión o fricción no puede significar ruptura ni auténtica contradicción. No hay teoría sin realidades y experiencias sobre las que teorizar, ni práctica sin teoría que aplicar. Cuando la sima se hace demasiado profunda, es que unos, otros o ambos no están desarrollando su disciplina, sino sus meras preferencias, intereses o gustos.
La distinción puede convertirse en una diferencia poderosa y corrosiva si se pierde esa tensión creativa. Esto se vio con mayor claridad durante los debates de los sínodos gemelos sobre la familia en 2014 y 2015, cuando la claridad moral se contrapuso a la aplicación pastoral misericordiosa de la enseñanza moral.
Quienes desconfiaban de Francisco parecían sugerir que lo único que la Iglesia podía hacer era reiterar su enseñanza, dejarla clara y, con eso, quedaba cumplida su tarea. Otros creían que la Iglesia debía proclamar su enseñanza con gran claridad, pero aplicarla con la misma misericordia.
La genialidad de Francisco consistió en señalar que la misericordia era en sí misma el núcleo de la enseñanza.
El medio que Francisco adoptó para mantener esta sana tensión creativa es la sinodalidad. El objetivo de la sinodalidad no es promover una agenda específica. Es un medio para sortear las tensiones entre las dos hermenéuticas centrales del Vaticano II.
De hecho, la sinodalidad exige que los católicos reconozcamos que pertenecemos a una tradición rica y variada y que el Espíritu Santo ya está activo en la vida y el alma de cada persona con la que nos relacionamos. Ser pastor no es como ser bibliotecario o archivista. Tampoco es como ser inventor o especulador.
El abad benedictino Donato Ogliari captó bien esta tensión en su meditación espiritual al comienzo de la congregación general del martes. «La Iglesia arraigada en Cristo es una Iglesia que rehúye la autorreferencialidad y que sabe trascender sus propios límites para llegar incluso a aquellos hermanos y hermanas de la humanidad que no forman parte de ella y que experimentan el sinsentido de la vida o están marcados por el estigma de la marginación y la exclusión», afirmó.
Es el arraigo en Cristo lo que impulsa a la Iglesia a salir de sí misma y a entrar en el mundo.
El gran filósofo católico francés Jacques Maritain afirmó que todos nacemos con un corazón liberal o conservador, y que la mayor parte del éxito intelectual proviene de buscar comprender las perspectivas y la sabiduría propias del tipo de corazón con el que no nacimos, y de preguntarnos, una y otra vez, cómo ven y entienden el mundo las personas que son diferentes a nosotros. Es demasiado fácil pintar a quienes son diferentes como una caricatura, una figura monótona, carente de complejidad. La sinodalidad exige que encontremos a quienes tienen un corazón diferente al nuestro.
¿Qué necesita la iglesia? Más que nada, se necesita un pastor como Francisco, comprometido con el proceso sinodal como medio, el medio, para mantener el equilibrio entre el aggiornamento y el ressourcement. No hay otra receta.
La renovación, de cara al futuro, debe arraigarse en una comprensión más profunda de quiénes somos como Iglesia, dejando que la tradición riegue esas raíces. No basta con el mantenimiento institucional y doctrinal: si las raíces se extienden, el árbol muere.
Quien entre en la logia de San Pedro la próxima semana vestido de blanco debe ser alguien que comprenda profundamente el valor de la sinodalidad.
Por Michael Sean Winters. Traducido del National Catholic Reporter
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