Nuestra vida frente al espejo
En el periplo vital hay dos instantes que tienen un valor muy importante. El primero acontece cuando advertimos que esta vida que vivimos es la única que tenemos y tendremos, lo cual nos conduce a una revalorización inevitable, permitiendo así mismo el descubrimiento de una cualidad de vitalidad que al principio no se advertía. El segundo de los momentos llega cuando reconocemos con honestidad que el modo de vivir que llevamos está hueco y vacío o, si se prefiere, está rebosado de una insatisfacción encubierta. Esta verdad logra que todos los espejismos que nos embelesan en el día a día se diluyan como niebla que disipa las horas.
Este miércoles no es otro más cualquiera, ni tan siquiera el mismo de todos los años, sino que está colmado de la originalidad de todo momento, está repleto de la oportunidad que le es propia. Este miércoles, señalado real y simbólicamente con la ceniza del Domingo de Ramos anterior que cierra la circularidad en espiral propia del tiempo del alma, se brinda como una buena ocasión para poner nuestra vida frente al espejo de bondad que es Dios. Con Jesús nos adentramos en el desierto del alma para afrontar y enfrentar los espejismos que distraen nuestra vida de lo esencial.
Tan pronto como descubramos la insatisfacción de la oquedad inerte de la que permanentemente huimos, nos daremos cuenta de que en el fondo late un deseo genuino. Un anhelo que descubre la satisfacción y la plenitud que en algún momento tuvo lugar y al que sin saber muy bien cómo hemos querido responder, y continuamos haciéndolo, desde múltiples sucedáneos.
Descubrir esta verdad puede conducirnos a una experiencia de compunción que no vendrá exenta de dolor, pero tras ello lo que se esconde es un reclamo, una especie de plegaria que Dios no tardará en atender a poco que nos abandonemos en Él. Decía Thomas Merton que “la compunción es una tristeza necesaria, pero va seguida de gozo y alivio, porque nos obtiene una de las mayores bendiciones: la luz de la verdad y la gracia de la humildad.” La verdad de la realidad siempre confronta, pero también siempre libera. El regalo es un nuevo punto de partida que nos libra de la arrogancia y del orgullo inflamado tan propio de nuestro tiempo.
Este tiempo que inauguramos hoy es una buena oportunidad para comenzar de nuevo, ¿por qué no? ¿Acaso Dios no nos brinda a cada instante esa posibilidad? “Porque Dios mismo dice: en el tiempo favorable te escuché; en el día de la salvación te ayudé. Pues mirad, éste es el tiempo favorable, éste es el día de la salvación” (2 Cor 6, 2). Por esto mismo es por lo que podemos decir que la misericordia está siempre al alcance de la mano o, más bien, en el umbral del corazón que es capaz de reconocer que no puede proferirse lo que sólo Dios ya está dando. Dios es la Fuente que sacia la sed y el fundamento de todo lo real; Él es, como dice Isaías, quien multiplica la alegría y acrecienta el gozo (9, 2).
Por todo esto es por lo que este es el mejor momento para abrir el corazón al deseo de desear, pues en el fondo es el Espíritu quien ya está deseando en lo más íntimo de uno mismo. Nacimos para ser mucho más de lo que creemos. Debemos ahondar en esa búsqueda interior donde podemos advertir ese reclamo, esa llamada que nos permite conocer a Dios en la medida en que nos conocemos. Decía San Agustín: “que te conozca a Ti, que me conozca a mí mismo”. Porque sólo desde ahí podemos reconocer ese Deseo, así con mayúscula, que Dios depositó en nuestro corazón para que no perdamos el vínculo con Él.
Esta Cuaresma es, por tanto, la oportunidad que se nos da para seguir ahondando en la experiencia árida del desierto que, poco a poco, nos irá conduciendo hacia las fuentes tranquilas, a ese no-lugar interior que posibilite el despertar de una primavera pascual interior.
Por José Chamorro. Publicado en Religión Digital
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