Fortaleza en la debilidad

Durante su primer viaje al exterior en 2013, el Papa Francisco fue noticia cuando llevó su propio maletín de cuero negro mientras abordaba el avión charter de Alitalia con destino a Brasil, ya que los papas nunca llevan bolsos y hasta los años 1970 ellos mismos eran llevados en tronos.

Al preguntarle qué contenía la bolsa, Francis bromeó diciendo que no eran los códigos nucleares. Pero parecía desconcertado de que algo tan normal como un pasajero de avión con un maletín pudiera armar tanto alboroto.

"Siempre he llevado una maleta conmigo cuando viajo; es normal", declaró en su primera rueda de prensa como Papa. "Tenemos que acostumbrarnos a la normalidad. A la normalidad de la vida".


Durante más de 12 años, Francisco ha buscado imponer una especie de normalidad en el papado con su estilo informal y su desdén por la pompa, mientras se asegura de que todavía ejerce el asombroso poder del vicario de Cristo en la Tierra y el último monarca absoluto de Europa.

La manera en que Francisco ha manejado su hospitalización de cinco semanas por neumonía ha seguido ese mismo esquema, y el 22 de marzo permitió a sus médicos anunciar la muy normal noticia de que el Papa de 88 años sería dado de alta al día siguiente.

En una conferencia de prensa, los médicos dijeron que Francisco necesitará dos meses de descanso y convalecencia en el Vaticano, pero que eventualmente podría reanudar toda su actividad normal al frente de la Iglesia Católica, con1.300 millones de fieles.

Pero nunca se detuvo. Entre crisis respiratorias, oración y fisioterapia, Francisco nombró a más de una docena de obispos, aprobó a un puñado de nuevos santos, autorizó una prórroga de tres años de su emblemático proceso sinodial y envió mensajes públicos y privados. Los cardenales del Vaticano lo sustituyeron en eventos que requerían su presencia.

No es un equilibrio tan fácil como parece, ya que hay pocos puestos de poder que sean tan absolutos como el papado y, en tiempos de enfermedad, tan aparentemente frágiles: según el derecho canónico de la Iglesia, el papa posee «poder ordinario supremo, pleno, inmediato y universal en la Iglesia». No responde ante nadie más que ante Dios y sus decisiones son inapelables.

Y aunque los papas no están sujetos a campañas de reelección ni a mociones de censura, esencialmente deben su cargo a los 120 hombres que los eligieron. Si bien esos mismos cardenales juran obediencia al papa, eventualmente también elegirán a su sucesor entre sus propias filas. No sorprende, entonces, que las conversaciones sobre cónclaves, aspirantes papales y desafíos que enfrenta un futuro papa hayan sido un tema recurrente en Roma desde que Francisco ingresó en el hospital Gemelli el 14 de febrero.

Francisco es muy consciente de que cada vez que enferma, se intensifican las conspiraciones para la elección del próximo papa, lo que contribuye a su condición de papa saliente a medida que envejece. «Algunos querían verme muerto», dijo tras su hospitalización en 2021, al enterarse de que ya se habían celebrado reuniones secretas para planificar el cónclave. Sabe también que, incluso antes de su actual hospitalización, un cardenal anónimo había circulado un memorando de siete puntos con las prioridades del próximo papa para corregir la «confusión, división y conflicto» sembrado por Francisco.

Y, sin embargo, Francisco nunca ha sido tímido a la hora de mostrar sus debilidades, edad o enfermedades de maneras que parecen impensables para figuras públicas para quienes cualquier signo de fragilidad puede amenazar su autoridad y socavar su agenda.

Además, a los pocos meses de ser elegido, Francisco se puso en contacto con un médico y periodista argentino, el Dr. Nelson Castro, y le sugirió que escribiera un libro sobre la salud de los papas, incluido él mismo.

"Mi hipótesis es que él quería, en primer lugar, mostrarse como un ser humano", dijo Castro en una entrevista. "Tendemos a ver a los papas como santos, pero la forma en que hablaba de sus enfermedades me mostró: 'Soy como tú y como yo, estando expuesto a enfermedades'".

Francisco había leído y apreciado el libro anterior de Castro, La enfermedad del poder, sobre las dolencias que han afligido a los líderes de Argentina y cómo el poder mismo los había afligido. Invitó a Castro a investigar y escribir sobre los papas del pasado y su propio caso bajo una luz similar, no muy halagadora.

La salud de los Papas se publicó en 2021. Castro dijo que lo que más le impactó fue que Francisco reveló no solo sus dolencias físicas, sino también sus problemas de salud mental. Francisco reveló que había ido a una psiquiatra cuando era jesuita provincial durante la dictadura militar argentina en la década de 1970 para que lo ayudara a lidiar con el miedo y la ansiedad.

"El papá Francisco es un hombre con poder", dijo Castro. "Solo un hombre con poderío, sintiéndose completamente seguro de sí mismo, se atrevería a hablar de sus enfermedades tan abiertamente".

Para el padre jesuita John Cecero, provincial para el noreste de los Estados Unidos 2014-2020, la voluntad de Francisco de mostrar sus debilidades mientras ejerce la autoridad suprema es coherente con su formación jesuita y la enseñanza bíblica de San Pablo de que "cuando soy débil, entonces soy fuerte".

"Una virtud principal por parte de todos en la práctica de la autoridad jesuita es la humildad", dijo Cecero en una entrevista. "Por parte del jesuita individual (eso significa) pensar más allá de mi propio interés para el bien común".

"Sé que es algo que impulsa a Francisco: que tiene esa misma humildad", dijo.

Y, sin embargo, los críticos de Francisco a menudo se quejan de que es autoritario, que toma decisiones en el vacío y sin tener en cuenta la ley, y que ejerce el poder como un papa dictador, el título de un libro escrito por un crítico tradicionalista al principio del papado de Francisco.

Muchos recitan el chiste sobre la forma en que los superiores jesuitas ejercen el poder, que se supone que es un proceso de discernimiento conjunto entre el superior y el subordinado, pero, según el chiste, puede ser todo lo contrario: "Yo discierno, tú disciernes, nosotros discernimos... Yo decido".

Esos mismos críticos conservadores, por supuesto, han estado observando atentamente la hospitalización de Francisco y preguntándose si el final de su papado está cerca.

Incluso si está ausente, e incluso si tiene que reducir sus actividades públicas en el futuro, Francisco sigue en el poder y liderando la Iglesia, dijo Kurt Martens, abogado canónico de la Universidad Católica de América.

"Estamos acostumbrados a ver a un Papa que está en todas partes todo el tiempo", dijo. "Pero no hay que olvidar que en el pasado, no hace mucho tiempo, los papás aparecían solo en contadas ocasiones".

La desaparición de Francisco de la vista pública ha llevado a algunos a dudar de la autenticidad de la primera, y hasta ahora única, fotografía de Francisco publicada por el Vaticano desde su hospitalización. Fue disparado desde atrás y mostró a Francisco rezando en la capilla de su hospital privado, con el rostro oculto.

Avvenire, el periódico de la conferencia episcopal italiana, afirmó que la foto no solo era real, sino que mostraba a Francisco controlando la imagen que quiere que los fieles tengan del papado y la enfermedad. Francisco quiere que los espectadores se centren no en el espectáculo de un papa enfermo, sino en lo que realmente debería importar más a un católico.

«Si no podemos ver su rostro... lo que debemos mirar es precisamente lo que él mismo tiene delante: el altar y el crucifijo», escribió Avvenire.

Por Nicole Winfield. Traducido del National Catholic Reporter

Quienes conocen al papa Francisco, saben que siempre va por delante. No solo en sus diagnósticos eclesiales y ante las minas que se le presenta en el camino, sino también en lo que a las convocatorias se refiere. Salvo que otros agentes externos se lo impidan, llega el primero y con tiempo. En esta mañana de domingo de ‘rentrée’ pública después de cinco semanas de ingreso hospitalario hizo una excepción. De solo dos minutos.

A las 12:02 se asomaba en silla de ruedas a un balcón del Policlínico Agostino Gemelli de Roma. Sonriente, con su mano en  alto como signo de victoria y dificultades  para hablar, pero con más fluidez que el mensaje que lanzó hace unos días para cuantos rezaban por él en la Plaza de San Pedro. Pero, sobre todo, sonriente, con sus manos saludando, con un gesto de victoria y apretando el puño. Y agradecido, a esa mujer con su ramo de flores que representa a tantos que ha rezado y rezan por él.

Y, desde allí, en una aparición de apenas 90 segundos, bendecía a los fieles y curiosos que se agolpaban en el asfalto, cerca de la estatua de san Juan Pablo II que se ha convertido en centro de peregrinación para rezar por el Pontífice que está de vuelta a casa, en la residencia de Santa Marta del Vaticano. Pero también bendecía a cuantos se pegaron a las pantallas de sus televisores, móviles, tabletas y ordenadores para constatar cómo se encuentra Jorge Mario Bergoglio después de 38 días de internamiento, una neumonía bilateral y dos crisis respiratorias que casi le cuestan la vida.

Sin serlo oficialmente, el movimiento de sus brazos haciendo la señal de la cruz inauguraba una nueva modalidad de bendición ‘Urbi et orbi’. Para la ciudad de Roma y para el mundo desde una habitación de hospital, desde el lugar donde tantos enfermos le contemplan y se han sentido bendecidos. Sin mitra ni capa pluvial, pero sí con la autoridad del Sucesor de Pedro.

Pero, además, es un volver a empezar, como aquella tarde noche lluviosa del 13 de marzo de 2013, justo después de ser elegido Papa. Se presenta, de alguna manera renacido y reconfirmado en su ministerio, ante el que él considera el Santo Pueblo Fiel de Dios. Hace doce años, el cardenal arzobispo de Buenos Aires se asomaba a la Logia de las Bendiciones con algo más de vigor físico. Ahora, con unos cuantos kilos menos y  unos años más, lo que permanece intacto, según relatan quienes han estado a su lado en este particular viacrucis hospitalario, es ese  buen humor. Reflejo de un interior que desborda ganas de vivir y que ha resultado clave para salir de esta. Ni se le ha pasado por la cabeza dimitir. Se sabe respaldado. Por ese “Maestro de la mies”, como se lo presentó a la primera ministra Meloni hace unas semanas, que “quiere que siga aquí”.

Lo ha demostrado, continuando al pie del cañón, trabajando en la medida de sus posibilidades. Con la voz mermada y con una flojera física propia de quien ha visto cómo sus pulmones se han dañado sobremanera y cómo su cuerpo se ha frenado en seco para combatir una infección polimicrobiana que no puede perder de vista en los próximos dos meses.

Ese hombre, al que no ha parado ni el clericalismo ni el ‘siempre se ha hecho así’ ni las resistencias nostálgicas de un tradicionalismo ideologizado, tiene que frenar ahora, por prescripción médica, de un ritmo agotador de audiencias, reuniones, representación institucional y celebraciones maratonianas. Toca trabajo de oficina. De gobierno. Y de oración. Que en las dos áreas también es avezado el estratega jesuita. No es raro que una de las personas que más le tiene radiografiado haya dejado caer que quedan muchas “sorpresas” por delante. No es para menos. Es Jorge Mario Bergoglio.


Por José Beltrán. Publicado en Vida Nueva

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