Europa, vuelve a encontrarte

 Nosotros,  obispos  representantes  de  las  Conferencias  Episcopales  de  los  27  Estados  miembros  de  la  Unión  Europea,  reunidos  para  la  Asamblea  Plenaria  de  Primavera  de  2025  de  la  COMECE  en  Nemi  (Italia),  adoptamos  la  siguiente  Declaración:

Reunidos  en  este  Año  Jubilar,  como  peregrinos  de  esperanza,  observamos  con  profunda  preocupación  cómo  el  mundo  se  hunde  en  una  peligrosa  espiral.  El  aumento  de  la  tensión  global,  fomentado  por  el  creciente  aislacionismo  y  la  profundización  de  las  divisiones,  está  erosionando  el  multilateralismo  y  debilitando  los principios  democráticos.  Esta  combinación  está  dando  lugar  a  una  competencia  despiadada  y  a  enfrentamientos violentos,  a  menudo  en  flagrante  violación  del  derecho  internacional.

La  guerra  en  curso  contra  Ucrania  y  la  incertidumbre  que  enfrenta  el  pueblo  ucraniano  a  la  luz  de  los  recientes  acontecimientos  geopolíticos  (por  nombrar  solo  uno de  los  numerosos  conflictos  violentos  y  situaciones  inestables  en  todo  el  mundo)  es  un  recordatorio  particularmente  trágico  de  esta  realidad  tan  preocupante.

Como  cristianos,  creemos  en  Jesucristo,  que  es  nuestra  Esperanza,  y  encontramos  consuelo  en  Sus  palabras:  «La  paz  os  dejo,  Mi  paz  os  doy»  (Jn  14,27).

Conscientes  de  las  conmemoraciones  importantes  de  este  año  –  el  80º  aniversario  del  fin  de  la  Segunda  Guerra  Mundial,  el  75º  aniversario  de  la  Declaración  Schuman  y  el  50º Aniversario  del  Acta  Final  de  Helsinki:  hacemos  un  llamamiento  a  los  líderes  europeos  y  mundiales  para  que  se  inspiren  y  guíen  de  nuevo  por  el  espíritu  de  estos  acontecimientos  históricos  y  por  los  valores  que  los  sustentaron.  Estos  acontecimientos  históricos  sirven  de  testimonio  para  nuestros  tiempos  de  cómo  el  diálogo  y  la  cooperación,  en  pos  de  esfuerzos  creativos  por  la  paz  y  arraigados  en  los  valores  compartidos  de  la  dignidad  humana,  la  solidaridad,  la  democracia  y  el  bien  común,  pueden  fomentar  la  unidad  y  ayudar  a  superar  los  conflictos.

En  estos  tiempos  turbulentos  e  inestables,  muchos  miran  hacia  Europa,  y  en  particular  hacia  la  Unión  Europea,  con  la  esperanza  de  que  marque  el  camino.  Coincidimos  con  el  papa  Francisco  al  ver  en  Europa  una  promesa  de  paz  y  una  fuente  de  desarrollo  para  ella  y  para  el  mundo  entero.

Reconocemos  la  necesidad  de  una  Unión  Europea  fuerte,  capaz  de  proteger,  en  estos  tiempos  de  incertidumbre,  no  solo  a  sus  ciudadanos,  sino  también  los  valores  defendidos  en  Europa  y  en  todo  el  mundo.  No  obstante,  creemos  que  la  vocación  original  de  la  UE  es  ser  un  proyecto  de  paz.  Por  lo  tanto,  cualquier  inversión  necesaria,  proporcionada  y  adecuada  en  la  defensa  europea  no  debe  ir  en  detrimento  de  los  esfuerzos  destinados  a  promover  la  dignidad  humana,  la  justicia,  el  desarrollo  humano  integral  y  el  cuidado  de  la  Creación.  Unos  mecanismos  de  control  eficaces  y  un  firme  compromiso  con  la  diplomacia  son  esenciales  para  prevenir  una  peligrosa  carrera  armamentística  que  no  serviría  a  la  causa  de  la  paz,  sino  únicamente  a  intereses  comerciales.

En  respuesta  a  los  cambios  actuales  en  la  economía  mundial  y  el  panorama  geopolítico,  reconocemos  los  esfuerzos  de  la  UE  por  mejorar  su  competitividad  y  su  capacidad  de  acción  autónoma.  No  obstante,  instamos  a  que  estos  esfuerzos  no  socaven  el  compromiso  histórico  de  la  UE  con  la  solidaridad,  especialmente  con  las  regiones  más  vulnerables  del  mundo,  así  como  con  quienes  sufren  pobreza  o  buscan  refugio.  Estas  iniciativas  tampoco  deben  comprometer  la  credibilidad  de  la  UE  como  líder  mundial  en  la  promoción  de  los  derechos  humanos,  la  justicia  social  y  la  sostenibilidad  ambiental.  En  un  contexto  de  creciente  polarización  internacional,  destacamos  la  importancia  de  preservar  las  asociaciones  y  alianzas  consolidadas,  a  la  vez  que  buscamos  abrir  nuevos  procesos  de  diálogo  y  cooperación.

Mientras  la  Unión  Europea  atraviesa  estos  tiempos  inciertos,  abrigamos  la  profunda  esperanza  de  que  se  mantenga  fiel  a  sus  principios  fundadores  y  siga  actuando  como  una  fuerza  unida,  confiable  e  integradora  para  su  vecindad  y  para  el  mundo.

En  este  período  de  Cuaresma,  mientras  los  cristianos  nos  preparamos  para  la  Pascua,  fiesta  de  la  esperanza  y  de  la  renovación,  encomendamos  Europa,  de  modo  particular,  al  Señor  Jesús  Resucitado,  e  invocamos  la  intercesión  de  María,  Reina  de  la  Paz.

Declaración de la Asamblea del Consejo de Conferencias Episcopales de la Unión Europea

Santiago de Compostela no es sólo meta y destino. En este momento también es punto de partida de reflexión serena y prospectiva sobre la Iglesia y su ser y estar en el mundo. Lejos de estridencias, la apuesta, como la lluvia que acompaña a menudo aquella realidad, es la de ir calando, empapando de diálogo y propuestas, aunque tristemente conscientes de que cada vez son menos las instancias que cuentan o esperan la aportación de la Iglesia. 

En un momento en donde se vislumbran nubes de tormenta en el horizonte de Europa, hay una parte de la Iglesia ombliguista y de sacristía que espera a que escampe y otra que señala y alumbra. Lo hace Francisco. O el cardenal Zuppi, que ha apelado a una 'refundación' europea al estilo de los padres fundadores. Y desde Compostela, desde donde Juan Pablo II y Benedicto XVI intentaron agitar la enmarañada conciencia de la Europa de los mercaderes, aparece una voz que invita a no bajar los brazos.

"Me duele reconocer que, a lo mejor, no nos esperan y menos están dispuestos a escucharnos. Aún así, tengamos parresia, tengamos el valor de proponer caminos que a los oídos de muchos suenan a ingenuidades utópicas o propuestas “exentas de realismo”: reconciliación, misericordia, fraternidad… No son invento de una revolución, sino Evangelio en estado puro", señala en entrevista con Religión Digital sobre este interpelante momento histórico el arzobispo Francisco José Prieto.

En un histórico discurso desde Compostela, en 1982, Juan Pablo II hizo un canto europeísta. “Tú puedes ser todavía faro de civilización y estímulo de progreso para el mundo”, decía Wojtyla. Cuatro décadas después, en Europa lo que se oye es una llamada al rearme. ¿Cómo se explica lo que está pasando?

Una Europa desconcertada, casi diría asustada, tras el giro provocado por las decisiones de la administración Trump en asuntos de tanto calado como la seguridad y la búsqueda de una paz justa para la guerra en Ucrania, se ha encontrado con el reto de asumir un papel de actor, y no de mero espectador, en el panorama internacional y, de modo especial, en lo que afecta a las propias naciones europeas. Es como descubrir que de repente estás solo y el miedo te acecha; surgen entonces “fantasmas” que precipitan decisiones a la defensiva y arrinconan aquello que hizo grande a Europa: el valor de la razón y del derecho.

Europa tiene un patrimonio moral y espiritual único en el mundo, que merece ser propuesto una vez más con pasión y renovada vitalidad, y que es el mejor antídoto contra la falta de valores de nuestro tiempo, terreno fértil para toda forma de extremismo.

Europa está dando la espalda a los valores fundacionales nacidos tras la devastación del continente, arrasado por dos guerras mundiales. ¿Es imparable la pendiente por la que parece que comienza a deslizarse el continente?

Incluso más reciente. Por qué no recordar lo que dice la Carta de los Derechos Fundamentales de la


Unión Europea (2000-2007): “Consciente de su patrimonio espiritual y moral, la Unión está fundada sobre los valores indivisibles y universales de la dignidad humana, la libertad, la igualdad y la solidaridad, y se basa en los principios de la democracia y el Estado de Derecho. Al instituir la ciudadanía de la Unión y crear un espacio de libertad, seguridad y justicia, sitúa a la persona en el centro de su actuación”.

¿Dónde queda esa afirmación de la centralidad de la persona? Si la olvidamos, entonces sí caeremos por una pendiente sin retorno: el otro es enemigo y la respuesta es la confrontación violenta. Europa encuentra de nuevo esperanza cada vez que pone al hombre en el centro y en el corazón de las instituciones. Como no recordar aquellas palabras del papa Benedicto XVI en su viaje a Santiago de Compostela en noviembre de 2010: “No se puede dar culto a Dios sin velar por el hombre, Su hijo, y no se sirve al hombre si no le respondemos a la pregunta por Dios”. El olvido de uno lleva al silencio sobre el otro, y viceversa.

El domingo 16 de marzo, miles de personas llenaron la Piazza del Popolo, en Roma exhibiendo únicamente banderas europeístas. ¿Faltan líderes que reivindiquen las raíces de Europa, en el sentido de los padres fundadores, o estamos en shock por la magnitud y rapidez de los cambios geoestratégicos que estamos viendo desde la toma de posesión de Donald Trump?

La crisis de liderazgo es grave. No es lo mismo chillar y pretender que así te oigan. El liderazgo no se impone por invadir las redes sociales o por generar titulares de consumo, sino por ser un “provocador” de las conciencias con palabras y gestos que se acreditan por un compromiso inquebrantable con la justicia, la dignidad y la verdad, sagrados valores cuya realización o negación acreditan o desacreditan a una persona. En el origen de la civilización europea se encuentra el cristianismo, sin el cual los valores occidentales de la dignidad, libertad y justicia resultan incomprensibles. En nuestro mundo multicultural tales valores seguirán teniendo plena valor si saben mantener su nexo vital con la raíz que los engendró.

Por eso, hacen falta voces, liderazgos, como el del papa Francisco que, en su frágil salud, nos invita a encontrar esperanza en la solidaridad, que es también el antídoto más eficaz contra los modernos populismos.

¿Qué puede hacer la Iglesia en medio de este cambio de época, como la denomina Francisco, o es un actor que ahora ya, aunque esté, no se la espera en el concierto europeo?

Me duele reconocer que, a lo mejor, no nos esperan y menos están dispuestos a escucharnos. Aún así, tengamos parresia, tengamos el valor de proponer caminos que a los oídos de muchos suenan a ingenuidades utópicas o propuestas “exentas de realismo”: reconciliación, misericordia, fraternidad… No son invento de una revolución, sino Evangelio en estado puro.

Estamos viviendo en los agobiantes espacios de la exclusión y la polarización, y como creyentes y como Iglesia, no podemos temer al diverso y al distinto, sino únicamente a los prejuicios que arman al laicismo excluyente o al creyente maniqueo (ambos fundamentalistas). Hay pocas cosas más atrevidas que la ignorancia, y la libertad de expresión no es en modo alguno libertad para insultar o herir. Y esto vale para las dos orillas… sobre todo aquellas empeñadas en no buscar puentes.

Se está dando un fenómeno curioso: la ultraderecha reivindica las raíces cristianas de Europa frente a una pretendida invasión musulmana, pero quiere dinamitar desde dentro las Europa nacida desde la democracia cristiana, que apostaba por la acogida. ¿Cómo cabe interpretarlo?

Quizás lo curioso de este fenómeno es fruto, como planteo en la pregunta anterior, de esas pretendidas exclusividades, donde se confunde, en ambas orillas, la fe con la ideología. La consecuencia es la perversión de la Verdad (con mayúsculas) dispersa en la niebla del rechazo y la descalificación. Evoco de nuevo al Papa Benedicto en su homilía desde la Plaza del Obradoiro, el 6 de noviembre de 2010: “La Europa de la ciencia y de las tecnologías, la Europa de la civilización y de la cultura, tiene que ser a la vez la Europa abierta a la trascendencia y a la fraternidad con otros continentes, al Dios vivo y verdadero desde el hombre vivo y verdadero”.

Invocar las raíces cristianas nos compromete a mirar a cada persona como un hijo de Dios “igual que yo”, para llegar a lo que cada persona, en su dignidad, tiene de único e irrepetible. «Quien no quiere el ‘nuestro’, no quiere el ‘Padre’», decía san Juan de Ávila comentando el Padrenuestro.

¿Qué le parece que la Unión Europea esté convirtiendo -por decirlo de algún modo, tras la aceptación de las deportaciones de inmigrantes a terceros países- el rechazo al extranjero en política de Estado?

Comenzaba esta entrevista con una pregunta en la que se mencionaba el histórico discurso europeísta de san Juan Pablo II en Santiago de Compostela en 1982. Me permito evocar de nuevo sus palabras, quizás las más vibrantes: “Te lanzo, vieja Europa, un grito lleno de amor: Vuelve a encontrarte. Sé tú misma. Descubre tus orígenes. Aviva tus raíces”.

En la Europa actual, que encontró y encuentra una de sus realizaciones y expresiones más genuinas en el Camino de Santiago, debemos volver a redescubrir ese proyecto común, ante todo de personas y pueblos, no únicamente de estrategias políticas y económicas, que deben ser escuchadas para construir mejor una fraternidad social que nos conduzca a ser, como dijo el papa Francisco ante el Parlamento Europeo, en noviembre de 2014, “un mensaje de esperanza basado en la confianza de que las dificultades puedan convertirse en fuertes promotoras de unidad, para vencer todos los miedos que Europa –junto a todo el mundo– está atravesando. Esperanza en el Señor, que transforma el mal en bien y la muerte en vida”.

También en España el tema de la acogida a los inmigrantes está siendo espoleado por partidos de ultraderecha para captar votos, formaciones que, por otro lado, utilizan la persecución a los cristianos en otras latitudes para justificar su postura xenófoba en casa. ¿Está la Iglesia en España denunciando lo suficientemente alto este hecho? ¿Se le está haciendo caso? ¿No teme que sean otros quienes se apropien y utilicen para sus fines la cuestión de la persecución religiosa?

Hay unas palabras del papa Benedicto en Deus caritas est (nº 16), comentando 1 Jn 4, 20, que deberían interrogarnos: “El amor del prójimo es un camino para encontrar también a Dios, y cerrar los ojos ante el prójimo nos convierte también en ciegos ante Dios”.

Ese Dios hecho carne nos enseñó que los rostros son más importantes que las ideas y que no podemos separar a Dios del prójimo, porque nos debemos amar unos a otros en Aquel que nos amó primero. Por eso, no podemos tomar el nombre de Dios en vano, según convenga a nuestros planteamientos ideológicos.

La esperanza a la que nos convoca el Jubileo Romano 2025 nos pide alzar la voz sin miedo en defensa de quienes están sufriendo, hoy, muy graves injusticias, víctimas de las guerras, de la trata, de la violencia, de la falta de un trabajo digno y seguro.

Como Iglesia, debemos tener una mirada y sensibilidad evangélicas ante la necesaria acogida e integración de las personas migradas: es inaceptable utilizar a los migrantes o refugiados como arma política, cuando ya acumulan el dolor por el desarraigo y el abuso de las mafias. Han de ser acogidos desde la legalidad y en fraternidad.

El prójimo siempre tiene rostro concreto y allí el Señor nos espera: en los damnificados por las catástrofes naturales; en las dificultades de acceso a la vivienda de jóvenes y familias; en la lacra del paro juvenil o de las adicciones que tanto esclavizan la libertad y la dignidad de las personas; en la violencia contra los niños y las mujeres; o en las terribles guerras que arrasan con la verdad, la justicia y la vida, sea en Gaza o en Ucrania, o en tantos lugares “olvidados” en la actualidad informativa.

El rechazo al extranjero -fundamentalmente al musulmán- está detrás del reciente acuerdo para la cesión de competencias en la gestión migratoria a la Generalitat de Cataluña. Hay partidos que han denunciado esta medida pactada entre el Gobierno central y Junts, unos por inconstitucional y otros por racista. ¿Qué opinión tiene usted?

La historia de Europa y la de España está fuertemente marcada por el encuentro con otros pueblos y culturas, y nuestra identidad es, y siempre ha sido, una identidad dinámica y multicultural. El miedo que se advierte encuentra a menudo su causa más profunda en la pérdida de ideales. Sin una verdadera perspectiva de ideales, se acaba siendo dominado por el temor de que el otro nos cambie nuestras costumbres arraigadas, nos prive de las comodidades adquiridas, ponga de alguna manera en discusión un estilo de vida basado sólo con frecuencia en el bienestar material.

Tenemos que romper la barrera de la indiferencia que suele servir para esconder la hipocresía y el egoísmo. Tenemos que evitar que se asiente este egoísmo, que nos encierra en un círculo estrecho y asfixiante y no nos permite superar la estrechez de los propios pensamientos ni “mirar más allá”.

El Arzobispado de Santiago de Compostela y la Fundación Pablo VI han creado la Cátedra de Estudios Europeos Camino de Santiago. ¿Es más necesaria que nunca en este momento en donde los caminos de la unidad parece que se llenan de muros y trincheras? ¿Tiene sentido o se llega tarde?

Nunca es tarde cuando se trata de humanizar y generar conciencia solidaria desde las raíces cristianas en las que se asienta Europa, aunque se silencie o se olvide. Siempre me gusta recordar que Dante, en uno de los cánticos de la Divina Comedia (canto XXV del Paraíso), proclama que en Santiago resuena la esperanza. Y, por ello, también ha de resonar en esta Europa que se ha de reconocer en lo que significa el Camino de Santiago.

El Camino de Santiago es una red intensa, preciosa, de presencias del pasado y del presente, un inmenso mosaico de testimonios de historia, de arte, de religiosidad, de actos y actitudes de generosidad gratuita, que lo convierten en una ruta de humanización, que ofrece al peregrino una posibilidad única de experimentar cada día una historia de belleza y de verdad y de bondad humana. El Camino es un valor excelente, una espléndida vía de humanidad y humanización, desde sus raíces cristianas.

Por ello, el Camino de Santiago, con nueva actualidad, vuelve a cobrar sentido como camino de renovación religiosa, de conversión, de fe en Jesucristo, de redescubrimiento de la propia identidad cristiana, de comunión eclesial y, por tanto, de reconciliación, de unidad y de paz entre todos los hombres.

Desde esta Cátedra de Estudios Europeos Camino de Santiago queremos convocar a una reflexión que propicie una “sinodalidad” de proyectos que nos comprometan, en palabras del papa Francisco, a seguir caminando en esperanza por aquellas semillas de bien que Dios sigue derramando en la humanidad, asumiendo que, ante este reto y siempre, nadie se salva solo, como nos recuerda en Fratelli tutti.

Por José Lorenzo. Publicado en Religión Digital

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