Conviértete a la paciencia
El evangelio siempre nos ofrece pistas de actuación para nuestra vida. Es un pozo inagotable de sugerencias. Basta con estar un poco atentos a lo que se nos dice.
El pasaje de este domingo nos habla de lo que se llama la impaciencia mesiánica. ¿Qué es eso? Es la actitud de quien quiere poner las cosas en orden, su orden, azuzado por el fuego religioso. La del que quiere que todos tengan la misma visión moral de las cosas que él. La actitud de quien no quiere comprender que los caminos en la vida son diversos y pretende que todos vayan a un solo ritmo, al que él marca. Es, en definitiva una actitud avasalladora e intolerante.
El texto dice con el ejemplo de la higuera improductiva: DÉJALA TODA ESTE AÑO. Dale otra oportunidad, espera un poco más, no seas impaciente porque puede que tenga otro ritmo y el fruto llegue más tarde.
Un camino de conversión cuaresmal sería convertirse a la paciencia, no ser tan impacientes que resultemos avasalladores o, peor todavía, fanáticos. ¿Cómo ser crecientemente pacientes?
· Piensa en tus fallos: si ves la viga en tu ojo, serás más comedido a la hora de denunciar la mota en el ojo del otro.
· Respeta el ritmo del que va más lento: no es más humano el más eficaz, sino aquel que es más cuidadoso y amable.
· Colabora siempre, a pesar de todo: da una segunda oportunidad y una tercera. Colaborar es medicina saludable para la impaciencia.
Dice la FT 239 del Papa Francisco (tenemos para él un recuerdo en estas horas difíciles para él) que «Si leemos otros textos del Nuevo Testamento, podemos advertir que de hecho las comunidades primitivas, inmersas en un mundo pagano desbordado de corrupción y desviaciones, vivían un sentido de paciencia, tolerancia, comprensión. Algunos textos son muy claros al respecto: se invita a reprender a los adversarios con dulzura (cf. 2 Tm 2,25). O se exhorta: «Que no injurien a nadie ni sean agresivos, sino amables, demostrando una gran humildad con todo el mundo. Porque nosotros también antes […] éramos detestables» (Tt 3,2-3). El libro de los Hechos de los Apóstoles afirma que los discípulos, perseguidos por algunas autoridades, «gozaban de la estima de todo el pueblo» (2,47; cf. 4,21.33; 5,13)».
Vamos a terminar con un poema (a veces los poetas dicen las cosas de manera tan profunda que nos conmueven). Es del poeta José Jiménez Lozano, ya fallecido:
Diez años esperó que el árbol seco
floreciera de nuevo.
Diez años con el hacha aguzada y temblorosa,
pero el árbol sólo exhibía sus desnudos brazos,
la percha de la urraca y de los cuervos.
Cortóle al fin, y,
de repente, vio su corazón verde,
borbotón de savia; un año más,
y hubiera florecido.
Por Fidel Aizpurúa Donazar. Publicado en Fe Adulta
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