Amando al prójimo, llame a Dios como Le llame (III)
Mientras Estados Unidos atraviesa otra transición presidencial en medio de una profunda polarización política, económica y social, reflexiono sobre las palabras del sabio talmúdico, el rabino Yojanán, quien dijo: «Dondequiera que encuentres el poder de Dios, también encontrarás la humildad de Dios» (Meguilá 31a). Me atrae la idea de que la verdadera grandeza reside en la humildad para escuchar, empatizar y buscar una unidad que honre las diferencias en lugar de eliminarlas.
Esta enseñanza judía armoniza con el mensaje de Jesús en el Evangelio de Mateo 23:12: «Porque el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido». En todas las tradiciones religiosas, la humildad emerge como la piedra angular de la verdadera fortaleza, una lección que moldeó profundamente mi vida como rabino ortodoxo criado por una devota madre cristiana evangélica.
La historia de mi familia podría parecer ficticia, incluso una comedia cuyos guionistas se han pasado completamente de frenada. Pero para nosotros, fue una experiencia seria que influyó en nuestra esencia. Nuestra familia podría ser un modelo para nuestra sociedad profundamente dividida, que anhela algo más que la simple tolerancia. En este momento de tensión, nuestra sociedad exige una aceptación activa de la diversidad religiosa.
Una famosa enseñanza judía pregunta: "¿Quién es sabio? Quien aprende de todos" (Pirkei Avot 4:1). De igual manera, el teólogo cristiano san Agustín escribió: "Dejemos de lado, por ambos lados, toda arrogancia... y busquemos juntos la verdad". Estas ideas, aunque milenarias, cobran renovada relevancia en una era marcada por las divisiones ideológicas; nos instan a buscar la sabiduría compartida en lugar de aferrarnos a visiones del mundo opuestas.
Como alguien que une dos tradiciones religiosas, a menudo me he topado con escepticismo al hablar abiertamente sobre la necesidad de un diálogo interreligioso más estrecho, especialmente dentro de la comunidad judía ortodoxa. Los críticos señalan la tasa de matrimonio interreligioso del 72% entre judíos no ortodoxos, según Pew, como un signo de crisis cultural. Sin embargo, mi experiencia personal ofrece una narrativa diferente: la del enriquecimiento espiritual a través de la doble herencia. Crecer con una madre cristiana y abrazar la ortodoxia judía en la edad adulta me enseñó que la convicción religiosa y el compromiso pluralista no son mutuamente excluyentes.
Algunos de mis recuerdos más preciados con mi madre, quien falleció en 2023, son el estudio conjunto de los salmos. Nuestras diferentes perspectivas religiosas no nos dividieron; al contrario, profundizaron y enriquecieron nuestro recorrido compartido por los textos sagrados. Las poéticas palabras del rey David se convirtieron en un puente, revelando cómo nuestras creencias nos conectan en lugar de separarnos.
El rabino Joseph Soloveitchik, escribiendo tras el Holocausto, instó a la cautela en el diálogo teológico judeo-cristiano. Su perspectiva refleja un contexto histórico traumático; sin embargo, nuestros desafíos contemporáneos exigen un enfoque más amplio y matizado. Un texto judío aclara la idea de que «la corona de un buen nombre supera a todas las demás coronas» (Pirkei Avot 4:17). En el contexto actual, ese buen nombre podría ganarse mostrando un compromiso interreligioso que respete y preserve la integridad de cada tradición, a la vez que reconoce las diferencias y forja nuevos caminos.
A mis amigos cristianos: Su profunda conexión con Jesús es digna de admiración. Sin embargo, el verdadero pluralismo depende de nuestra capacidad de comprendernos. Para los judíos, si bien Jesús ocupa un lugar histórico, no ocupa un papel central en nuestras creencias teológicas. Las conversaciones interreligiosas significativas deben abordar cuidadosamente esta importante diferencia, utilizando un lenguaje y expectativas que fomenten un discurso relevante en lugar de crear obstáculos involuntarios.
A mi comunidad judía: Si bien debemos permanecer vigilantes para recordar los capítulos dolorosos de la historia, también debemos celebrar a los gentiles justos que han demostrado un coraje moral excepcional. La declaración Nostra aetate del Vaticano II de 1965 representó un avance innovador en las relaciones católico-judías, y es nuestra responsabilidad construir sobre este progreso fomentando relaciones que equilibren la conciencia histórica con la esperanza orientada hacia el futuro.
Imagínese un movimiento de base de judíos y cristianos que estudian la Torá juntos, aportando sus perspectivas auténticas y respetando los límites. Las familias interreligiosas, donde las tradiciones a menudo se entrelazan, pueden descubrir formas consecuentes de celebrar ambas herencias sin borrar sus identidades únicas.
Dos voces proféticas de nuestra historia compartida, el rabino Abraham Joshua Heschel y el reverendo Dr. Martin Luther King Jr., demuestran el poder transformador de la colaboración interreligiosa. Lo que necesitamos ahora son nuevos líderes con ideas aún más audaces para guiarnos a través de mañanas inciertos y una mayor paranoia.
Los textos místicos judíos describen con belleza la luz divina refractada a través de innumerables colores, cada uno único, pero emanando de la misma fuente. De igual manera, nuestras tradiciones religiosas ofrecen diversos caminos para la reparación de nuestro mundo. En una era dominada por el consumismo y el tribalismo político, necesitamos lo que algunos llamamos un "tercer espacio": un ámbito donde la fe, el arte y la cultura prosperen independientemente de las divisiones partidistas. Como observó C. S. Lewis: "La amistad es innecesaria, como la filosofía, como el arte, como el universo mismo (pues Dios no necesitaba crear). Carece de valor para la supervivencia; más bien, es una de esas cosas que la valorizan".
El rabino Abraham Isaac Kook enfatizó que los justos no viven en la desesperación, sino que encienden la luz. Esta profunda reflexión nos anima a forjar un futuro más brillante mediante la humildad, la empatía y la cooperación, convirtiendo nuestras diversas perspectivas en pilares de fortaleza en lugar de puntos de discordia.
Interactuar con dos tradiciones religiosas ha demostrado ser enriquecedor y exigente a la vez. Mis experiencias han revelado que el verdadero pluralismo se basa en un profundo respeto por nuestras diferencias, al tiempo que reconocemos nuestra esencia divina común. En una época marcada por profundas divisiones sociales, este enfoque de humildad y respeto no solo es admirable, sino crucial.
Por Shmuly Yanklowitz. Traducido del National Catholic Reporter
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