Tres miradas al Islam desde el cristianismo (I)

El sacerdote cordobés, licenciado en Teología de las religiones y experto en islamística y relaciones islamocristianas, presenta Introducción al islam. Una perspectiva cristiana, editado por la Biblioteca de Autores Cristianos

Doctor en Misionología por la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma, licenciado en Teología de las religiones y experto en islamística, el sacerdote Antonio Navarro Carmona (1986) acaba de publicar Introducción al islam. Una perspectiva cristiana bajo el sello de calidad de la Biblioteca de Autores Cristianos (BAC). Además de profesor en centros afiliados a la Universidad de Córdoba y la Universidad Eclesiástica San Dámaso, Navarro Carmona es delegado diocesano de ecumenismo y diálogo interreligioso y ejerce como consultor de la Subcomisión para las Relaciones Interconfesionales y el Diálogo Interreligioso de la Conferencia Episcopal Española. Sus investigaciones se centran en las relaciones islamocristianas, la teología musulmana y el sufismo. Ha publicado sobre Averroes, Ibn Abbad de Ronda y la influencia de la mística musulmana en la mística cristiana del siglo XVI. Este martes, a las 19:00 horas, presentará Introducción al islam. Una perspectiva cristiana en el edificio Sedes Sapientiae, casa de las editoriales de la Conferencia Episcopal Española.   

—¿Cuál ha sido su motivación para escribir esta Introducción al islam. Una perspectiva cristiana? ¿Qué vacío en la literatura previa aspira a llenar con este libro?

—Hacía décadas que, en España, desde el ámbito editorial cristiano, no se escribía una obra dedicada a
explicar el islam en la totalidad de sus aspectos, ni que estuviera enfocada a un público cristiano con el objetivo de promover relaciones interreligiosas fecundas. Las últimas obras de este estilo, publicadas también en la Biblioteca de Autores Cristianos, son las de Félix Pareja (1975) y Sánchez Nogales (2008). En este sentido, el libro busca dar una panorámica breve e introductoria de todas las realidades que conforman la religión islámica a un público occidental, de raíz cultural cristiana. Con esa finalidad fue surgiendo la idea.

—En su libro combina la erudición necesaria para abordar con autoridad algo tan grande como el islam, pero lo hace de manera accesible para el público general: ¿cómo abordó este equilibrio tan necesario para que la obra funcione?

—Un claro desafío fue sintetizar cuestiones muy complejas de una religión donde hay gran diversidad de posturas, para que el lector conozca los elementos fundamentales del islam, sus debates y corrientes internas, sin que eso desembocara en un libro excesivamente largo ni enciclopédico. Por otro lado, yo tenía el deseo de que fuera un trabajo con sólidos fundamentos bibliográficos, con referencias a las obras de los especialistas más destacados en los estudios islámicos. Eso permite al lector conocer los elementos más importantes de cada tema y, si quiere profundizar en alguna cuestión que le resulte especialmente interesante, le proporciono los recursos a los que acudir.

Introducción al islam está estructurado en diez capítulos, desde la vida de Mahoma hasta el diálogo entre la Iglesia y el mundo musulmán. ¿Cómo fue el proceso de selección de estos temas específicos dentro de una cuestión tan amplia?

—Hace cuatro años, mi obispo me pidió impartir una asignatura dedicada al islam en el Instituto de Ciencias Religiosas de mi diócesis, donde acuden los laicos para hacer estudios teológicos. Esa petición conllevó, por primera vez, que me planteara cuáles son los contenidos que deberían conformar esta materia. Tuve que hacer una selección de temas que considero vertebrales para conocer bien el islam. La asignatura, que titulé «Introducción al islam», la estructuré en diez secciones que he convertido en los diez capítulos del libro.

—¿Qué ideas o perspectivas clave espera que los lectores obtengan de Introducción al islam. Una perspectiva cristiana?

—Uno de los prejuicios más extendidos sobre el islam es que es una religión uniforme y unificada, como un monolito, con una jerarquía clara. Nada más lejos de la realidad. El islam tiene muchas vertientes, desde las más místicas y espirituales, a las más sociopolíticas y activistas. Existe, además, una variedad de escuelas de interpretación teológicas y jurídicas. El islam es más plural de lo que nos pensamos, y me gustaría que el lector se acercara a esta realidad pluriforme comprendiendo el porqué de esa diversidad y qué consecuencias tiene para el desarrollo del islam actual.

—También destaca una sección sobre la visión recíproca que musulmanes y cristianos se han tenido a lo largo de la historia: ¿cuáles diría que son los momentos clave en esta historia, y de qué manera influyen las percepciones surgidas de estos períodos en el diálogo actual entre las dos religiones?

—Esta sección histórica fue una de las más enriquecedoras a nivel personal, ya que la historia es una fuente de aprendizaje, tanto para lo malo como para lo bueno. Es difícil resumir las secciones históricas con la brevedad requerida, pero lo intentaremos. Una primera fase fue la del «desencuentro»: el poder califal conquistó y sometió amplios territorios de confesión cristiana, concediendo tolerancia religiosa, pero con fuertes restricciones. Esas conquistas se hicieron en nombre del islam y la cristiandad vio a los musulmanes como un enemigo temible y amenazador. Ese paradigma cambió con la modernidad. La crisis del Imperio Otomano, último poder hegemónico del califato, y el subdesarrollo tecnológico y científico en que cayó el mundo islámico desde el siglo XVI —en comparación con Europa— contribuyeron a que el islam dejara de verse como una amenaza y pasara a ser una realidad exótica. Las tornas se cambiaron: ahora el occidente cristiano colonizaba los países musulmanes, generando una relación compleja entre la Europa cristiana y el oriente islámico. Por un lado, los adelantos tecnológicos fascinaban a los habitantes de los territorios islámicos, a la vez que la dominación colonial y el materialismo en que Occidente había caído provocaban rechazo. Esa interacción implicó el nacimiento de corrientes de renovación islámica a distintos niveles y contrapuestas con frecuencia. Esas tensiones, en las que política, religión y sociedad se entrecruzan, continúan hasta hoy día.

—¿Cuáles son los malentendidos o estereotipos más significativos que pretende disipar con este libro?

—Uno es el cliché de un islam bien unificado y coordinado, cuando en realidad está muy fragmentado y hay gran variedad de posturas en torno a ciertos temas. Otro prejuicio es el de meter a los musulmanes en movimientos como el fundamentalismo y el yihadismo, que en realidad son movimientos recientes, del siglo XX, y que abarcan a una minoría, si hablamos de números. Por otro lado, otra idea falsa es pensar que el islam es una religión al modo del cristianismo: es un sistema de vida para gobernar lo espiritual y lo mundano, con una ley (la sharía) que rige lo civil y lo interior como un todo inseparable. Esta característica del islam hace más compleja su adaptación dentro de una sociedad democrática, en la que el Derecho es aconfesional y no distingue entre afiliaciones religiosas. Hay grandes intelectuales musulmanes que han avanzado en una reforma del islam que concilie, de forma crítica, lo mejor del mundo contemporáneo con el corazón auténtico de la enseñanza islámica, abandonando posturas tradicionales que no pertenecen al núcleo de la fe, según ellos. Esta tarea está aún abierta y requiere seguir avanzando.

—¿Qué le diría a los europeos que ven con temor el avance del Islam en su territorio? ¿Cómo convivir con este miedo, incluso con posiciones políticas reaccionarias, y con fidelidad al Evangelio?

—El miedo a la llegada de musulmanes entre los cristianos proviene, con frecuencia, de un complejo de inferioridad. Europa ha perdido su alma, ha caído en la adoración de lo material, hay un gran vacío espiritual y un dramático descenso de la natalidad. Ante esas circunstancias, los musulmanes son vistos con temor porque tienen más hijos y poseen unas convicciones interiores más afianzadas (al menos, aparentemente). En vez de mirar enemigos fuera, deberíamos hacer autocrítica y plantearnos cómo renovar el alma de Europa, fiel a los valores humanos y cristianos que la ayudaron a crecer, con un espíritu de apertura y respeto a todos los credos, siempre y cuando estos acepten unos principios mínimos acerca de la igualdad de derechos y los valores humanos irrenunciables. En segundo lugar, debo decir que el islamismo y el pensamiento fundamentalista están entrando en Europa y ocupando lugares destacados en nuestras ciudades gracias a la financiación de países que abundan en petrodólares y en los cuales no se respetan los derechos humanos. Estas corrientes son una amenaza auténtica no solo para los europeos o los cristianos, sino para los mismos musulmanes, ya que aquellos que no acepten sus interpretaciones radicales serán señalados y perseguidos. El fundamentalismo político y el religioso son terreno abonado para la violencia y la confrontación, y son un peligro real. La acción en el campo educativo es fundamental, promoviendo la inclusión de la enseñanza de religión en todos los niveles escolares, poniendo esfuerzo en que los docentes tengan la debida preparación académica, espiritual y humana que les haga transmisores de una espiritualidad auténtica y libre de ideologías funestas.

—¿Quiere decir que está a favor de introducir el islam como asignatura optativa de religión en las aulas?

—Claramente, estoy a favor de ello. Es el mejor canal para favorecer el nacimiento de un islam «español», es decir, de una forma de vivir el islam que reconozca la igualdad jurídica y la defensa de los derechos humanos como fundamentos innegables. Sin embargo, la enseñanza del islam es llevada a cabo, con frecuencia, por imanes que responden a los intereses de los gobiernos islámicos que los financian, implantando una visión de la religión vinculada a costumbres culturales bastante controvertidas que difícilmente pueden aceptarse en nuestro país.

—¿Cómo ha influido su propia fe en este análisis y cuáles son los mecanismos que ha utilizado para asegurar su objetividad?

—Los análisis puramente asépticos no existen, y soy consciente de ello. Al final, el que habla lo hace desde su personalidad e identidad. Soy un sacerdote católico y expongo una fe que no profeso, es obvio. Sin embargo, he cumplido escrupulosamente la máxima de no enfocar esta obra de forma «confesional» y el lector no encontrará en ninguna página argumentos para creer en una religión u otra. El mecanismo para conseguir este propósito es el rigor académico, buscando un enfoque descriptivo, sin dar opiniones. Expongo el islam tal y como él se piensa a sí mismo en sus textos y fuentes, desde sus intérpretes y corrientes, con referencias bibliográficas constantes que apoyan las explicaciones. A veces mis alumnos me preguntan: «Y de estas corrientes, ¿cuál es la más fiel al islam auténtico?». Siempre respondo: «No soy musulmán, ellos son los que tienen que determinar por dónde quieren que camine el islam actual. Yo os cuento cómo están las cosas». Tengo mis opiniones, claro, como persona y como creyente cristiano. Y las manifiesto a quien me pregunta personalmente. Pero, para este libro, me las he reservado, ya que el fin es otro.

—Usted ha vivido y trabajado con comunidades cristianas en Oriente Medio: ¿cómo ha influido esta experiencia de primera mano en su comprensión del Islam y las relaciones cristiano-musulmanas?

—Vivir en Medio Oriente me ayudó a bajar de lo teórico a la vida práctica. Contemplas ese mundo tan distinto al nuestro in situ. La experiencia concreta que yo tuve sobre las relaciones islamocristianas fue dolorosa en gran parte. Yo viví con cristianos sirios e iraquíes, de ciudades atacadas por el Estado Islámico, cuyas familias habían sido asesinadas supuestamente en nombre de Alá. Claro que los musulmanes rechazan esos crímenes horrendos que nada tienen que ver con el islam y son contrarios a su ética. Pero esos cristianos no lo percibían así. Aprendí que las vivencias personales marcan mucho tu imagen sobre los demás. Cuando les decía que yo iba estudiar islam, se reían de mí, consideraban que era una pérdida de tiempo. Me llevé la lección de que el diálogo no aflora allá donde hay crimen e injusticia. Mientras haya opresión, surgirá el odio, sea de un lado o del otro. Desde esa experiencia, elaboré una parte del capítulo décimo, donde enumero una serie de condiciones imprescindibles para que pueda haber diálogo islamocristiano exitoso. Yo no soy un iluso, soy realista y queda mucho camino. Pero intento ser un hombre de esperanza, como debe ser todo cristiano.

—¿Cuáles son las vías más prometedoras para el diálogo interreligioso hoy en día y qué desafíos deben abordarse para avanzar en ese camino?

—La primera vía del diálogo es la de la vida cotidiana entre musulmanes y cristianos de a pie. ¿De qué serviría que las autoridades religiosas llegaran a grandes acuerdos, si eso luego no se materializa en un cambio positivo de lo que se vive en las calles? El diálogo entre especialistas debe tratar temas comunes no solamente a nivel religioso, sino también en el terreno social, educativo y económico. Musulmanes y cristianos, a pesar de sus numerosas diferencias, tienen puntos en común acerca de la justicia social, la familia, los valores espirituales… Debemos conocernos en nuestras diferencias para respetarlas, siempre que no se nieguen los legítimos derechos humanos. Y, a la vez, poner energías en común para crear un mundo más justo y solidario, donde se respete la dignidad de cada persona humana en todas sus facetas.

—Por último, como consultor de la Subcomisión para las Relaciones Interconfesionales y el Diálogo Interreligioso de la Conferencia Episcopal Española, ¿cómo ve que este libro puede contribuir al compromiso de la Iglesia con el islam en España y más allá?

—La Iglesia tiene el compromiso de testimoniar el Evangelio a toda criatura, es la tarea dada por su divino Fundador. Esta misión se realiza mediante el anuncio explícito y la invitación al seguimiento de Jesucristo, pero no solo. La misión tiene otra vertiente, el diálogo interreligioso, donde creyentes de distintas religiones testimonian su fe y colaboran para el bien de la humanidad desde su espiritualidad. Ahí, el cristiano se hace presente con su identidad y creencias firmes y las comparte en un clima de escucha y acogida en el respeto a la verdad y la caridad. Sin una cultura sólida acerca de las creencias propias y ajenas, toda forma de misión y diálogo será imposible. Este libro es una apoyo en este campo, queriendo proporcionar un medio de conocimiento claro y conciso a los cristianos que quieran adentrarse en el campo del diálogo islamocristiano. O, simplemente, acercarse a una realidad tan cercana y a la vez tan desconocida como es la fe de los musulmanes, para promover una convivencia respetuosa y enriquecedora. El esfuerzo dedicado a esta obra merecerá la pena si se pone con ella un granito de arena en esta dirección.


Entrevista por Luis Rivas en Ecclesia

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