La añoranza cristiana es la añoranza del futuro
El monasterio benedictino de Montserrat cumple mil años. Pocas instituciones eclesiales pueden soplar las velas de un aniversario tan añejo, una trayectoria que permite abordar con una perspectiva amplia y serena los vaivenes temporales, máxime en la coyuntura actual en la que los tiempos parecen acelerarse. Además de una agenda repleta de actividades culturales y evangelizadoras, la comunidad que reside en uno de los enclaves de referencia para Cataluña está viviendo esta efeméride como una llamada para retomar la esencia del ‘ora et labora’.
Como bien expone el subprior Bernat Juliol a ‘Vida Nueva’, esta mirada agradecida al pasado no puede
ni debe convertirse en un quedarse atrapados en una nostalgia trasnochada, cayendo en el error de pensar que replicar las fórmulas del pasado es la manera de afrontar el presente. Para el religioso, cuando se tiene clara la identidad, “no tiene que dar miedo lo nuevo, la innovación”, convencido de que “la añoranza cristiana es la añoranza del futuro”. Esta reflexión compartida por el benedictino supone una invitación, en general, a toda la comunidad creyente, pero especialmente a los frailes y monjas, en un momento menguante en lo numérico que no debe confundirse con una mermada fecundidad en su llamada a ser faro espiritual, tanto de la Iglesia como de una sociedad secularizada.
Los 200.000 visitantes que acuden cada año para visitar a la Moreneta exigen de esta comunidad una propuesta evangelizadora para que quienes acuden para ver un monumento turístico redescubran un santuario y se sientan interpelados en su interior a través de la liturgia, de las voces de la escolanía y del silencio. Esa puerta a la trascendencia precisa de unos consagrados dinámicos, que salgan al encuentro –como ya lo están haciendo– no solo de los peregrinos anónimos, sino también de tantas personalidades del ámbito político, social y cultural que acuden a Montserrat sabedores de que continúa siendo punto de encuentro y diálogo. Esta es la herencia viva que reciben los benedictinos de aquel que fundó el monasterio. El abad Oliba promovió las llamadas asambleas de Paz y Tregua en una coyuntura histórica también convulsa para promover lo que hoy llamaríamos diálogo interreligioso.
Sin duda alguna, se trata de un prólogo de Fratelli tutti para abrir un nuevo capítulo, mil años después, sobre la más que necesaria fraternidad humana y la amistad social, con la sabiduría que solo la contemplación puede y debe aportar.
El sol se hace hueco entre la niebla gracias a unas nubes que despejan el día a la hora del almuerzo. El frío no ha frenado a las miles de personas que ya colapsan la carretera y que llenan el tren cremallera. Unos suben para conocer un enclave turístico de referencia. Otros tantos va a encomendarse a la Moreneta. También los hay que buscan refugio vital en la hospedería. Todos, cobijados bajo los mil años que se cumplen desde que el abad Oliba enviara a un grupo de monjes de Ripoll para fundar en esta cumbre una comunidad benedictina. Una pequeña ermita dedicada a María fue la razón de ser de un cenobio que celebra su milenario como el pulmón espiritual de una Cataluña hoy secularizada. Al frente de todo el programa de actos, el padre Bernat Juliol Galí. Con 46 años, además de comisario del Mil·lenari de Montserrat, subprior, mayordomo portavoz de la comunidad, director general de la Fundació Abadia de Montserrat y director de Comunicación de Montserrat.
PREGUNTA.- Mil años. No hay tarta que soporte tanta vela…
RESPUESTA.- Hay pocas instituciones que puedan celebrar un aniversario así. Para nosotros es, primero de todo, un motivo de ilusión. Hemos tenido la suerte de que nos ha tocado vivir en este momento en que podemos dar gracias por diez siglos de historia, por todo lo que ha sido Montserrat y todo lo que se ha hecho. Pero no vemos el milenario como punto de llegada, sino como punto de partida. Está muy bien dar gracias por el pasado, pero también debe ser relanzamiento hacia el futuro. Es una oportunidad para hablar de qué representa la vida benedictina en el siglo XXI y cuáles son las aportaciones que puede hacer al mundo contemporáneo.
P.- Al mirar al pasado, se puede caer en una peligrosa nostalgia numérica, doctrinal…
R.- Claro que puede brotar esa sensación y tentación de que cualquier tiempo pasado fue mejor, en el sentido de que había más vocaciones o de que se vivía mejor el carisma. Cada etapa en estos mil años ha tenido sus desafíos, con sus cosas buenas y sus cosas malas. No sentimos añoranza del ayer. La añoranza cristiana es la añoranza del futuro, esa que tiene ilusión y ganas, no solo por lo escatológico, esto es, por la venida de Cristo, sino por ese mañana concreto que Cristo nos regala para que podamos cumplir nuestra misión con sus retos particulares. Ahora tenemos que aprender a leer el presente para intentar aportar lo que, como Iglesia y como monasterio, podemos ofrecer al mundo actual y estar atentos a los retos que este mundo también aporta a nuestra Iglesia y a nuestra comunidad.
P.- La añoranza de algunas comunidades contemplativas se ha traducido en volver a planteamientos preconciliares… ¿Se ha colado también por los muros de este claustro?
R.- En esta casa no te vas a encontrar a nadie que te cuestione el Concilio Vaticano II. Aquí ha habido monjes que han trabajado a fondo, por ejemplo, la reforma de la liturgia nacida del Concilio. En cualquier caso, cuando en algunos espacios eclesiales se vislumbran esas derivas, lo primero que tenemos que hacer es tener muy claro quiénes somos y cuál es nuestra identidad. Cuando uno tiene clara la identidad, cuando uno tiene claro quién es, no te tiene que dar miedo lo nuevo, la innovación. Hay que saber estar en cada momento histórico y sabernos adaptar sin perder la identidad, pero, a la vez, sabiendo dialogar y vivir también con el mundo contemporáneo que nos ha tocado. En cualquier caso, no debemos tener ningún miedo de confesar nuestra fe cristiana, seamos monjes o laicos.
P.- Al mirar atrás, ¿qué tienen en común con aquellos valientes que vinieron de Ripoll?
R.- Cambian las formas y el envoltorio que hay alrededor, pero la esencia se mantiene. Ahí está la gracia, en mantener la esencia, porque si la cambiamos, nos perdemos y seremos otra cosa. Ya dice la Regla de san Benito que un cenobio es un grupo de personas que Dios ha llamado para vivir en comunidad y buscarle a través de la oración y del trabajo. De ahí el lema que hemos elegido para este milenario: ‘Ora, lege, labora, rege te ipsum in communitate’ (Reza, lee, trabaja, guíate a ti mismo en comunidad). Y ahí surge la pregunta: ¿cómo proponemos a la sociedad los valores del ‘ora et labora’ que han servido para la vida benedictina, sabiendo que pueden ayudar tanto a creyentes como no creyentes?
Para nosotros, no hay un fundamento en la vida si no está Cristo, si no está Dios en el centro. Y el trabajo lo entendemos desde el esfuerzo, desde aquello en lo que pones lo mejor de ti, algo que quizá se ha perdido en este mundo contemporáneo. Convertimos el trabajo en una forma de alabanza, en oración. En el lema también hemos puesto ‘rege te ipsum’, que va un paso más allá del “conócete a ti mismo” de la tradición filosófica, para adentrarse en un “gobiérnate a ti mismo”, que en el fondo es una manera de decir: “Vive libremente de acuerdo con unos principios, que son los del Evangelio”. Y, por último, todo esto tiene sentido si lo vivimos en comunidad, si la fe y la vida la compartimos con los otros. Solo en la comunidad se puede poner en práctica el mandamiento más importante que Cristo nos dio: “Amaos los unos a los otros, como Yo os he amado”.
P.- Son muchas las comunidades que han pasado por aquí. ¿En qué lugar se ubican la actual entre la mejor y la peor de este milenio?
R.- Estamos en el momento que nos ha tocado vivir. Ha habido momentos en los que eran 150 monjes y, en otros, tan solo 9. Incluso, en 1936 tuvieron que huir porque los mataban y, al final, asesinaron a 23. No estamos ni en el peor ni en el mejor momento de nuestra historia. Tampoco podría decir que la comunidad más numerosa fuera también la más fecunda. Hoy somos 38 y sentimos que estamos en un tiempo gozoso, en el que nos sentimos llamados a compartir nuestra vida monástica.
P.- ¿Agobia ese evidente descenso de vocaciones?
R.- Nuestro “jefe de recursos humanos”, que es el de arriba, es el que envía trabajadores a la viña. Él sabe perfectamente lo que hace. En lugar de preocuparnos, más bien nos ocupa para trabajar una pastoral vocacional que permita explicar y contagiar la vocación benedictina. Estoy convencido de que tendremos nuevas vocaciones si nos mantenemos fieles a nuestra vocación.
P.- Aun así, son un oasis en medio de un desierto que lleva a cerrar al menos un convento al mes. ¿Está en peligro de extinción la contemplación ?
R.- Espero y deseo que no esté en riesgo ni la vida contemplativa ni la contemplación, porque si así fuera, nos faltaría una base muy importante de la vida cristiana. La contemplación no es solo exclusiva de los religiosos, es un básico para todo creyente. Un cristiano que no contemple, que no sea capaz de ponerse ante la divinidad, que no sea capaz de ponerse ante Dios ante el sagrario, va a tener una vida cristiana inexistente. Sin contemplación no hay vida cristiana. La contemplación no está en peligro. En cuanto a los monasterios, no creo que estemos en proceso de extinción, sino en proceso de transformación. Quizás ahora y en un futuro cercano no haya tantos ni sean tan numerosos, pero a buen seguro serán comunidades más fieles, en tanto que estén atentas a los signos de los tiempos.
P.- ¿Tiene hueco la sinodalidad en Montserrat?
R.- Por supuesto. En 2029 celebraremos los 1.500 años de la fundación de Montecassino y puedo garantizar que aquella primera casa benedictina estaba enraizada en una vida sinodal. Ya en la misma regla de san Benito, se dice que el abad tiene que tomar las grandes decisiones consultando a la comunidad. La propia elección del abad o el paso de cualquier monje a hacer la profesión, tanto simple como solemne, requiere de la aceptación de la comunidad. Si la comunidad no acepta, el abad no puede imponer. Y a la inversa: si la comunidad dice que sí, el abad no puede ser el freno. Esto que explico en lo formal, se traduce en el día a día de manera informal, con fórmulas de participación ante las cuestiones cotidianas que se nos presentan.
P.- Hay a quien le está costando entrar en esta dinámica que está promoviendo Francisco. ¿Entiende esas resistencias?
R.- No, la verdad. Cada papa tiene un carisma diferente, con su forma de ser y actuar, con su manera de ejercer el ministerio. Francisco es un pontífice que está sumando perspectivas nuevas necesarias para la Iglesia y que está arrasando desde el punto de vista comunicativo. Comunica como no lo ha sabido hacer ningún papa hasta ahora, de acuerdo con los cánones, para que se le entienda en el mundo contemporáneo.
P.- No hay día que Montserrat no esté repleto de turistas. No sé si todos saben a qué vienen, si ahí está el desafío evangelizador de esta comunidad…
R.- De alguna manera, nos sentimos llamados a ser expertos en esta evangelización de cercanía. Los benedictinos surgen en el siglo VI, con el derrumbe del Imperio romano y la sociedad en una crisis de valores. Ahí, los primeros monjes se convierten en especialistas en dar testimonio, como herederos de los mártires. Hoy también hemos de decir que estamos enviados a ser testigos de la fe en Cristo. Recibimos de media, al año, a unas 200.000 personas, tanto por motivos religiosos como culturales. Ahí está el reto: que suban como turistas y bajen como peregrinos, que seamos capaces de tocarles el corazón para que se vayan con algo más de lo que venían.
Nosotros tenemos la ventaja de que, en la “Iglesia en salida” que nos invita a construir Francisco, no tenemos que ir a buscar a gente, porque aquí sí vienen, pero tenemos que ser capaces de transmitir el mensaje de Cristo a cada uno de ellos. La liturgia de las horas y la eucaristía se vuelven a presentar como nuestro principal instrumento de evangelización, preparando con mimo las celebraciones, con la escolanía que canta dos veces al día a la Virgen en la basílica, con retransmisiones en streaming, el videomapping que explica la historia de la Salvación con los lenguajes audiovisuales de hoy, un nuevo espacio inmersivo con fines catequéticos que muestra nuestra espiritualidad…
Por ejemplo, hay quien viene solo a escuchar una actuación musical de los niños y se va con los poros del espíritu abiertos gracias a ese canto. Tenemos que ser capaces de aprovechar ese punto de partida. Pero, sin duda alguna, la gran baza que tenemos es la Virgen de Montserrat. Ya en el año 888, existía una pequeña ermita dedicada a la Virgen. Y cuando los monjes de Ripoll fundan el monasterio, lo hacen al lado de este pequeño templo que se convierte en la primera iglesia de Montserrat. Ella es la gran evangelizadora, la señora de la casa.
P.- De la mano de la ‘Moreneta’, este monasterio es símbolo de Cataluña, con todo lo que implica. ¿Cómo hacen para no convertirse en arma política?
R.- Los monasterios benedictinos están enraizados en un lugar, en una cultura, y los monjes hacemos un voto de estabilidad, a diferencia de un jesuita o un salesiano, que se cambian de comunidad. Por todo ello, es normal que se comparta la historia del lugar donde estás. Montserrat tiene sus raíces en Cataluña, pero, a la vez, está abierta al resto de España y del mundo. Aquí suben miles de extranjeros, por lo que no tiene sentido quedarse cerrados. Es decir, entrelazamos pertenencia y universalidad. Montserrat es de todos y la Virgen es de todos. No pertenece a nadie. Acogemos a todos.
Por José Beltrán. Publicado en Vida Nueva
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