En vida, hermano, en vida

Lamentablemente, es muy nuestro reconocer el valor de las personas una vez que ya han fallecido. Es por eso por lo que este tradicional refrán nos recuerda la importancia de demostrar nuestros afectos cuando aún estamos vivos, agradecer los vínculos que tenemos hoy y bendecir las huellas que los demás dejan en nuestra alma.

Por eso me tomo la libertad de darle gracias en vida al papa Francisco por todo lo que ha generado en nuestra Iglesia, en el mundo y, especialmente, en mi corazón. En vida quiero expresarle mi más profunda unión de almas desde el momento en que fue nombrado Obispo de Roma. Usted no conoce la mía, pero sí recuerdo con profunda devoción cómo, horas antes del anuncio público, sentí su peso en mis hombros por la misión que el Señor le había encomendado. Luego, una inmediata alegría y entusiasmo por la tarea. Me pareció la actitud correcta: primero humanidad, luego entrega y confianza total en que iba a ser guiado y profundamente acompañado.


En vida quiero agradecerle que me dejara rezar por usted cuando asomó al balcón por primera vez como Francisco. Su humildad, sencillez y alegría me prendieron de esperanza y me uní a miles que añorábamos mayor cercanía y fidelidad con el mensaje del Señor.

En vida quiero expresarle mi admiración por ser el “serpiloma” más adecuado para todos los desafíos que le ha tocado enfrentar. Astuto como serpiente y manso como paloma, ha permitido mantener la unidad de la Iglesia y administrar las tensiones propias de la diversidad que somos como pueblo de Dios.

Aprecio demasiado esa paternidad/maternidad suya de poder ejercer la autoridad con ternura y firmeza, poniendo límites donde es necesario, “ordenando la casa de Dios” y acogiendo especialmente a los que sufren. Ha sido un abrazo como el del padre del hijo pródigo para muchos que esperábamos claridad en el timón del barco.

En vida quiero decirle que me encanta su sonrisa y su buen humor. Es una forma preciosa de expresar la ternura y el amor de Dios, pero también una muestra de inteligencia y diplomacia cuando no hay otra salida en situaciones complejas, como tantas que ha vivido.

Quiero reconocer que su legado doctrinal, sus encíclicas, pensamientos y mensajes me representan muchísimo. Laudato si’ me hizo repensar el modo en que cuidamos nuestra Casa Común, y Fratelli tutti me recordó que todos somos hermanos, sin fronteras ni condiciones. Gracias por ayudarme a sentir que pertenezco a la Iglesia y que no soy un paria por querer cuidarlos a todos y a todo, sin juicio moral. Dejar de ser una Iglesia “aduana” para convertirnos en un hospital de campaña para una humanidad herida es nuestra Re-evolución Amorista, que inauguró el mismo Jesús.

En vida, hermano, en vida quiero que sepa que admiro su don de navegar llevado por el Espíritu Santo en aguas turbulentas, sin ceder a ningún grupo, interés o línea de la Iglesia que no sea fiel al mensaje de Dios. Sé que eso saca ronchas a muchos, pero para mí es una bendición que me hace confiar en su pastoreo y decisión.

Me gustaría imitar su capacidad de pedir perdón cuando sabe que se ha equivocado y poner manos a la obra para reparar, ordenar y resolver lo que por siglos se ocultó. Le pido que siga adelante abriendo espacios para las mujeres consagradas y laicas que queremos aportar en la construcción del Reino con nuestra singularidad y genio.

Y, en vida, quiero decirle también que espero que se sane pronto. Quién sabe, tal vez algún día podamos tomarnos un café y unas medialunas conversando de la vida y de la muerte en español argentino/chileno. Mil bendiciones y cariños, y no dude que cada día rezo por usted a la Virgen María y al Señor para que siempre sea lo mejor.


Por Trinidad Ried. Publicado en Vida Nueva

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