Mil setecientos años del Concilio de Nicea y de su credo

La historia cura.

En la primera mitad del siglo XVIII, había en Alemania cientos de organistas y directores de coro, decenas de los cuales componían música para las liturgias dominicales. Pero el único cuya música escuchamos hoy es Johann Sebastian Bach. La belleza de su música ha sobrevivido a través de los siglos.

Los anuncios inmobiliarios suelen describir una casa de nueva construcción como "colonial", lo que significa que el estilo imita el aspecto de cierto tipo de casa colonial: puerta central flanqueada por dos ventanas a cada lado, un segundo piso inmediatamente encima, todo simétrico. (Por cierto, solo los muy ricos tenían casas así en el período colonial). El estilo sigue siendo enormemente popular porque es funcional y estéticamente agradable.

Se podrían citar innumerables ejemplos más de cómo la historia ha seleccionado el trabajo y las ideas de artistas y pueblos menores, pero ha preservado lo mejor.


Para los estadounidenses, todo lo que data del siglo XVIII es antiguo. El año que viene, en 2026, celebraremos el 250 aniversario de la independencia estadounidense de Gran Bretaña. Pero luego uno va a Roma y visita la Basílica de San Clemente, admirando los mosaicos medievales y la schola cantorum, antes de bajar a los restos de la iglesia del siglo IV que se encuentra debajo. La iglesia anterior fue rellenada y olvidada hasta que las excavaciones las desenterraron en el siglo XIX.

Este año se conmemora el 1700 aniversario del Concilio de Nicea. A diferencia de los restos excavados hace tiempo de la antigua iglesia de San Clemente, todos los domingos recitamos la fórmula del credo que los obispos idearon y aprobaron en Nicea. Las palabras tienen un gran poder de permanencia y todavía afectan nuestra existencia de una manera palpable. "Pongámonos de pie y recitemos nuestro Credo" o "el Credo", dice el celebrante, no "su Credo". La adhesión al Credo de Nicea sigue siendo un indicador necesario de la ortodoxia.

Incluso tenemos dichos populares que nos ha llegado desde Nicea: cuando decimos "se montó la de Dios es Cristo o que "no hay ni una coma de diferencia", estamos recordando, conscientemente o no, el debate cristológico de ese concilio. El debate giró en torno a la diferencia entre las palabras griegas homoousios y homoiousiosconsustanciales o muy parecidas. Los arrianos que se negaban a creer que Jesucristo era plenamente Dios eran más numerosos en el concilio y en todo el mundo. Sin embargo, perdieron el debate, y aunque la ortodoxia tardó algún tiempo en triunfar en toda la Iglesia universal, lo hizo.

La continua vitalidad del Credo en la vida de la Iglesia cristiana no se debe sólo a su antigüedad. Todavía decimos las palabras que nos dieron los padres conciliares del siglo IV porque creemos que esas palabras son verdaderas. El concilio sostuvo que Cristo es "Dios de Dios, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero". Y eso es lo que creemos. Cada vez que oramos a Jesús, sabemos con fe que estamos orando a Dios, no a un simple mortal. Jesús no es solo un gran maestro o un sabio consejero. Creemos que Jesús es verdaderamente Dios.

Creemos en la Santísima Trinidad tal como fue articulada por el concilio de Nicea. Creemos que Cristo resucitó de entre los muertos. Creemos que la iglesia es "una, santa, católica y apostólica", aunque sus miembros y líderes sean a veces divididos, mundanos, sectarios y contratestigos de la Resurrección. Todo esto está en el Credo.

Es interesante notar que hay algo que no se encuentra en el Credo de Nicea: no hay una declaración ética. De hecho, toda la vida terrena de Jesús es pasada por alto. Pasamos directamente de "encarnado de la Virgen María" a "crucificado bajo Poncio Pilato". No hay ninguna referencia a ninguna parábola, ningún Sermón de la Montaña. En nuestro tiempo y lugar, cuando la reducción de la religión a la ética es la norma, el Credo es un recordatorio sorprendente de que nuestra norma contemporánea está equivocada.

Sin duda, hay declaraciones de credo con profundas implicaciones éticas. Declaramos de Jesucristo que "por medio de Él fueron hechas todas las cosas". No siempre hemos tratado a la tierra o a los demás como si todo hubiera sido hecho "por Él", pero el Credo nos llama precisamente a ese reconocimiento. Todo es un don, dado a nosotros en Jesucristo. Esta es la fuente de nuestro humanismo católico, de nuestra defensa de la vida humana desde el vientre materno hasta la tumba, de nuestro compromiso con la protección del medio ambiente. Cualesquiera que sean los desafíos o sufrimientos que conlleven nuestros compromisos, no podemos abandonarlos sin traicionar la base misma de nuestro ser.

Algunas grandes obras musicales se han inspirado en las palabras del Credo o, mejor dicho, en las realidades a las que apuntan esas palabras. El Et Incarnatus est de Mozart de la Misa en do menor K 427,  la versión del mismo texto de Schubert en su Misa en mi bemol y el Credo in Unum Deum de Bach de la Misa en si menor se cantan todavía con regularidad debido a la belleza con la que captan las creencias dogmáticas que animan nuestra fe.

En su libro  El espíritu del pensamiento cristiano primitivo , Robert Louis Wilken escribe sobre la era nicena:

El pensamiento cristiano está anclado en la vida de la Iglesia, sostenido por prácticas devocionales como la recitación diaria de los salmos, y nutrido por la liturgia, en particular la celebración regular de la Eucaristía. La teoría no era un fin en sí misma, y los conceptos y abstracciones siempre se ponían al servicio de una inmersión más profunda en la res, la cosa misma, el misterio de Cristo y la práctica de la vida cristiana.

En la era posterior al Vaticano II, la mayoría de los predicadores se apegan estrictamente a los textos bíblicos de la época, pero también necesitan tomarse el tiempo para explicar las creencias dogmáticas de nuestra fe. No es imposible: los grandes padres de la Iglesia primitiva estaban imbuidos de imágenes y enseñanzas bíblicas. 

El Credo de Nicea contiene el núcleo de nuestras creencias dogmáticas como cristianos católicos. Mucho ha cambiado en la vida de la Iglesia en los últimos 1.700 años, pero el credo que los padres conciliares crearon todavía lo recitamos, todavía nos da forma y nos define como Iglesia. Es algo asombroso.

Por Michael Sean Winters. Traducido del National Catholic Reporter

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