Esperar más allá de toda esperanza (II)

 

La esperanza de la Pascua

¿Dónde estoy en este momento? ¿Al pie de la cruz el Viernes Santo? ¿En la alegría del Domingo de Resurrección? ¿O esperando, sin saber a dónde dirigirme, como el Sábado Santo?

Dondequiera que esté, ¿puedo intuir que se entreabre ante mí un camino de esperanza? Se abre ante mí cuando miro a Jesús, que dio Su vida por amor a todos, que nos mostró un amor más fuerte que todos los poderes de la violencia, del odio y la muerte.

La esperanza no se basa en un análisis de la situación, sino en lo que es a menudo una vacilante llama


de confianza. Aunque frágil, esta llama arde en la noche más profunda, como lo hizo para los amigos de Jesús. Muchos de ellos Le habían abandonado en el momento de su mayor prueba. Su amor les permitió regresar.

¡Ojalá pudiéramos reconocer a Jesús resucitado! Pero Su presencia no depende de nuestro reconocimiento. Nuestra desesperación a veces nos ciega, como cegó a María Magdalena. Jesús resucitado preguntó a María: «¿Por qué lloras?» y «¿A quién buscas?». Esta segunda pregunta es un eco de sus primeras palabras en el Evangelio según San Juan: «¿Qué buscáis?». Desde que Jesús entró en el dolor más profundo y la muerte de la humanidad, la búsqueda de sentido se revela como el deseo de una presencia.

Resucitado de entre los muertos, vivo en Dios, Jesús nos atrae hacia Sí. Nos encuentra en lo más profundo de nuestro ser, estemos llenos de tristeza o de alegría, Jesús resucitado nos abre a Su relación con el Padre y a la comunión en el Espíritu Santo. Ya no somos prisioneros de nuestra desesperación; una vida nueva es posible.

Pablo escribe: «Esta esperanza no nos defrauda, porque Dios ha derramado su amor en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo que se nos ha dado». (Romanos 5, 5). Vivamos de este amor. ¡Que el Espíritu Santo nos guíe siempre!

Peregrinos de esperanza, peregrinos de paz

La fe en la resurrección ha permitido a muchas personas sostenerse en la esperanza en medio de la angustia. Es una fuente que nos lleva a superar nuestras propias imposibilidades, a dejar que nuestro corazón vaya hacia los demás y a actuar.

La fe en la resurrección de Jesús exige mucha valentía y audacia. Implica un esfuerzo para no dejarnos paralizar por la presencia de la muerte y la destrucción que hoy nos rodean.

A partir de situaciones que pueden parecer desesperadas, Dios puede crear algo nuevo. Dios puede hacer surgir vida de la muerte e incluso la reconciliación de un conflicto.

Las mujeres, amigas de Jesús, que acudieron temprano en la mañana de Pascua al sepulcro de Jesús, se preguntaban: «¿Quién nos removerá la piedra de la entrada del sepulcro?». ¿Cuáles son las piedras de nuestra propia vida que deberíamos pedir a Dios que quite para que pueda nacer en nosotros una vida nueva?

Esta vida nueva nos ayuda a ponernos en pie, nos lleva a caminar con los demás. Nos convertimos en los peregrinos de la esperanza que llevamos dentro. ¿No es también una esperanza de paz? Porque «Cristo es nuestra paz» . Le oiremos decirnos: «La paz os dejo, Mi paz os doy. No os la doy como la da el mundo. No os inquietéis, no tengáis miedo». 

Como peregrinos de la paz, comprendemos que no hay verdadera paz sin justicia. La paz que llevamos dentro, que procede de la esperanza de la que vivimos, nos libera interiormente. Nos capacita para amar la vida y resistir la injusticia, perseverando bajo el impulso del Espíritu Santo.

Un día nos descubriremos rezando el cántico de Zacarías. Anciano en un país ocupado, se alegró ante un nacimiento inesperado y lo celebró: «Gracias a la ternura y al amor de nuestro Dios, la estrella de lo alto viene a visitarnos, para iluminar a los que habitan en tinieblas y en sombra de muerte, para guiar nuestros pasos por el camino de la paz». 

¿Estamos preparados para esperar más allá de toda esperanza?

Cristo resucitado, por la presencia del Espíritu Santo has derramado el amor de Dios en nuestros corazones y nos has dado una esperanza más allá de toda esperanza. Y de nuestras profundidades, poco a poco, emerge una paz que nos sorprende. ¡Alabado seas!

Hermano Matthew de Taizé. Carta anual 2025 

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