Esperar más allá de toda esperanza (I)

Escuchando a los jóvenes en Taizé y en otros lugares, muchos de los cuales se enfrentan a duras realidades en su vida cotidiana, me pregunto cómo encuentran la fuerza para seguir adelante. Esta pregunta se hace aún más acuciante cuando viven en zonas de guerra.

¿De dónde sacan su resiliencia y perseverancia en esas situaciones aparentemente sin salida?

Escuchándolos, me quedó claro que es la confianza en Dios lo que permite a las personas de fe alimentar una esperanza. Y gracias a la resurrección de Jesús, crece la certeza de que la muerte no tendrá la última palabra.

La confianza en la resurrección engendra la esperanza de que las penas de la vida no son el punto final. Estamos llamados a algo más. Es esta esperanza la que estos jóvenes querían compartir conmigo, una esperanza más allá de toda esperanza porque cuenta con la aparición de una vida nueva cuando todo parece perdido.

María cantó en su grito de alabanza y esperanza: «Con la fuerza de Su brazo, dispersa a los soberbios. Derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes. A los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide con las manos vacías». Sí, atrevámonos a cantar con ella y a rezar para que las situaciones cambien. Incluso cuando Dios parece callar, de repente puede abrirse un camino.

Al mismo tiempo, hagamos todo lo posible, incluso cuando parezca ser poco, para expresar signos de solidaridad con los que sufren a nuestro alrededor, o con los que están atrapados en la guerra o se ven obligados a abandonar su país. ¿No es esto lo que nos permitirá esperar más allá de toda esperanza?

Las reflexiones que siguen son en gran parte fruto de encuentros y conversaciones con jóvenes que viven en países en guerra o en zonas de conflicto durante el año pasado. Estoy lleno de gratitud hacia quienes han compartido sus experiencias y reflexiones, y también hacia nuestros hermanos más jóvenes, cuyos acertados consejos han puesto orden en lo que había escrito.

La valentía de esperar

Cuando aspiramos a confiar en el amor de Dios, lo que vemos y sentimos a nuestro alrededor a menudo parece contradecir ese amor. Estamos atrapados entre lo que ya se nos ha dado y lo que está por venir. Este espacio no siempre es muy cómodo. Pero cuando se abre a una esperanza de plenitud, algo se libera en nosotros.

La esperanza requiere paciencia. «Esperamos lo que no vemos», dice el apóstol Pablo. Vueltos hacia lo que vendrá en plenitud en el tiempo de Dios, pero también atribulados por «conflictos a nuestro alrededor, temores en nuestro interior», ¿nos atreveremos a permanecer en este espacio en lugar de huir de él?

«Esperando contra toda esperanza, Abrahán creyó». Abrahán, antepasado de numerosos creyentes, se aferró a la promesa de Dios más allá de toda esperanza razonable. Él y su esposa Sara recibieron lo que les parecía imposible.

En una época en que su país estaba devastado por la guerra, sus habitantes amenazados de exilio y él mismo estaba en prisión, el profeta Jeremías apostó por el futuro: compró un campo, tan seguro estaba de que Dios no abandonaría a su pueblo.

Un gesto de esperanza tan sorprendente hace que la fe sea más real. Es una confianza firme en lo que todavía es invisible e incluso incierto. ¿Podemos sostenernos en una tal esperanza? Esta reabre finalmente la fuente de la alegría. Incluso en las situaciones humanas más complicadas, lo que nunca nos habíamos atrevido a esperar puede hacerse realidad.

Hoy, formidables iniciativas portadoras de esperanza están viendo la luz en muchos países en los que la guerra causa estragos.

Escuchar a personas de esperanza

Para comprender mejor lo que significa la esperanza, tenemos que escuchar a las personas que viven en medio de la angustia y la violencia. ¿No es a través de sus voces que Dios nos guiará?

Durante mi visita a Ucrania con dos de mis hermanos, un responsable de la Iglesia nos dijo: «La oración abre un espacio que permite la curación». Me impresionó mucho esta observación. Constantemente confrontado con el sufrimiento de su pueblo, se dio cuenta de que es en su vida interior donde los creyentes pueden permanecer abiertos a acoger lo nuevo.

Es un proceso que no necesariamente produce resultados inmediatos, pero que, posiblemente acompañado de otros medios, abre una puerta a la superación de las heridas y el dolor, y reaviva la esperanza en una humanidad sanada. La oración nos da la fuerza para mantenernos firmes ante las situaciones más complejas. Rompe las olas del desánimo cuando la oscuridad parece engullirlo todo.

Una mujer palestina que vive en Francia, pero cuya familia está en Gaza, nos escribe: «El amor que lleva a los heridos, a los frágiles, da nuevas fuerzas. Me recuerda al paralítico del Evangelio, llevado por sus amigos y su fe. La oración es también una forma de resistir, para mí es importante. Pero soy humana: tras la noticia del asesinato de dos miembros de mi familia, la cólera me invadió, grité, lloré... Cuando recobré el sentido, supe que Dios estaba allí, en el sufrimiento y la desesperación, y que nos llevaba.»

Este verano, de visita en Taizé, nos dijo: «Cada mañana, rezo para encontrar la fuerza de amar en lugar de odiar». Sus palabras son para nosotros como una lámpara en el camino.

Una joven de un país asiático devastado por la guerra me dijo: «Nuestra gente está abrumada, pero encuentra consuelo en el Evangelio. ¿Cuántas veces ha estado el pueblo de Dios en el exilio? Y, sin embargo, eran capaces de crear comunidad por difícil que fuera la situación. Puede que Dios tenga planes más grandes para nosotros, pero debemos acoger un día cada vez. Poder vivir el día de hoy es un don y un signo de que la vida está ahí para ser vivida en plenitud. En la oración hay una fuente de paz que nos permite animarnos unos a otros, encontrando sentido en el compartir y la solidaridad».

Desde el Líbano, escuché estas palabras: «Mi madre es un testimonio de esperanza. A pesar de todo, siempre se mantuvo en pie. Gracias a ella soy lo que soy hoy. Nos enseñó a tener fe en Dios y a rezar. Cada persona que vive de la confianza refleja confianza porque bebe de la fuente y puede convertirse en testigo.»

¿Quiénes son los testigos de la esperanza que cada uno de nosotros puede descubrir y escuchar en su propia situación? Abramos nuestros oídos para escuchar lo que tienen que decirnos

Esforzarnos por esperar

¿Cómo reaccionamos cuando nuestros planes se frustran y nuestras esperanzas son defraudadas? Jesús nos da una clave para seguir siendo personas de esperanza. Ante una gran multitud de personas hambrientas, tuvo «compasión» de ellos, literalmente «su corazón fue llevado hacia» ellos. Y encontró la manera de satisfacer sus necesidades.

Negarnos a resignarnos ante las situaciones de angustia permite que la esperanza tome cuerpo en nosotros. Contrario a una espera pasiva, es un combate, no hay otro camino. Incluso nuestro mismo deseo de esperanza puede llevarnos a franquear el umbral desde lo que es humanamente posible a lo que es posible para Dios.

La esperanza dada por Cristo nos permite pregustar lo que se realizará plenamente en el futuro de


Dios. Ella es como el ancla de un barco. Nos sostiene firmemente cuando arrecia la tempestad. Nos permite vivir pequeños signos de nuestra fidelidad a la llamada que hemos recibido y a las personas que nos han sido confiadas. Es también como un casco, que nos protege de las adversidades que puedan abatirse sobre nosotros.

La Regla de Taizé habla de no resignarse nunca al «escándalo de la separación de los cristianos que tan fácilmente profesan amor al prójimo, pero permanecen divididos». Para el hermano Roger, la unidad de los cristianos nunca ha sido una simple meta en sí misma, sino un camino que conduce a la paz en el seno de la familia humana.

Los humildes arbustos de boj de los alrededores de Taizé, a pesar de haber sido infestados dos veces por plagas de insectos en los últimos años, de repente están volviendo a la vida. De lo que aparentemente estaba muerto, brotan nuevas ramas y el gris se vuelve verde. La naturaleza lucha por sobrevivir, reflejando y alentando nuestra propia lucha por la esperanza. La esperanza para la creación y la esperanza que recibimos de la buena creación de Dios van de la mano con la esperanza por la humanidad.

Permanecer siendo personas de esperanza

La esperanza puede sofocarse fácilmente cuando nos enfrentamos a situaciones en las que no parece posible el entendimiento mutuo. Crear una atmósfera de sospecha suscita el riesgo de atrapar a los otros en una red de desconfianza.

Esto puede ocurrir en nuestras comunidades, iglesias y familias, así como en la sociedad y en nuestros países. Estas dinámicas pueden ser ocultas o abiertas, pero siempre agotan nuestras fuerzas. Sin embargo, hay momentos en los que, ante la injusticia, debemos denunciar el mal para que los humanos dejen de ser víctimas de otros humanos.

Para mantener viva la esperanza, nos necesitamos mutuamente. La esperanza florece cuando estamos atentos a las necesidades de los demás. Podemos ver a personas que, incluso en medio de la mayor adversidad, eligen vivir, sonreír y ofrecer lo poco que pueden cada día.

La esperanza está ligada a la verdad y a la justicia. ¿Es así porque éstas son cualidades de Dios? ¿No las vemos en la vida, muerte y resurrección de Jesús? Para alimentar la esperanza, tenemos que afrontar la realidad tal como es y verla a la luz de las promesas de Dios.

Un joven que vive en una zona de conflicto me dijo: «Estaba en un café leyendo mi libro cuando empezaron a volar misiles a nuestro alrededor. La gente salió corriendo, llena de espanto, pero yo decidí quedarme y terminar mi lectura». Buscar refugio habría sido igualmente una opción juiciosa, pero compartir esta historia es una protesta de esperanza contra la ineluctabilidad de la guerra.

Uno de mis hermanos me dijo: «La esperanza es provocadora y, además, contagiosa. Lo contrario de la esperanza es la indiferencia o la resignación. Durante una reciente visita a mi país, devastado por la guerra, vi los rostros tristes, preocupados y estresados de la gente. Me pregunté qué podía hacer yo. Y se me ocurrió una idea: cada vez que estoy conduciendo y tengo preferencia de paso, me detengo y cedo el paso a la otra persona. Me cuesta cinco segundos. Pero pude ver cómo este pequeño gesto hacía reaccionar las caras de la gente, aliviaba un poco el dolor de mi hermano o hermana.

Todo en nosotros se resiste a la guerra y a la muerte.... Todo en nosotros aspira a la vida y a la belleza.»

Hermano Matthew de Taizé. Carta anual 2025


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