El perdón de Dios es para todos

La vida se compone de gestos pequeños y sencillos. En ocasiones, la grandilocuencia esconde las verdaderas intenciones, lo que hay detrás que no se quiere que se vea. Y en otros momentos se requiere de determinación y claridad para dejar, sin ningún género de duda, aquello que se quiere comunicar y transmitir. El Papa Francisco tiene esa virtud. Sabe muy bien qué tecla hay que tocar para comprender el evangelio en el seno de nuestros tiempos.

Tiempos donde cada vez resulta más difícil hablar en libertad sin el contrapeso del partido, del radicalismo y el señalamiento hacia aquellos que no piensan como yo. Frente a la polarización a la que estamos sometidos, a las pasadas de frenadas y meadas fuera del tiesto de los poderosos de la tierra, día sí y al otro también, se agradece la claridad y los mensajes y gestos de este Papa tan amado y odiado. No se le ocurre otra cosa que, en medio de las celebraciones de la Navidad, el 26 de diciembre, el primer día del Jubileo, se va a celebrarlo a la prisión romana de Rebibbia. Aplicando el evangelio de forma radical, “Estuve en la cárcel, y vinisteis a verme”, fue ahí para mandar un mensaje de esperanza en un ámbito que es una de las periferias y de los tabúes que todavía la sociedad no ha sido capaz de comprender y digerir.

En un tiempo de enfrentamiento y polarización que nos retrotrae a épocas pasadas que tendrían que estar superadas, lanza un mensaje incómodo, a contra corriente, que escuece y pica: “El perdón de Dios es para todos”.

No sólo es incómodo para los no creyentes, sino muchísimo más para los creyentes. Si me lo permiten les voy a relatar más de un testimonio de personas de Iglesia que me decían que una vez pasa el 25 de


diciembre la Navidad se ha acabado para ellos. Ya no digamos cuando llega la epifanía, con los Reyes Magos dejando los regalos y de reojo mirando el horario de la vuelta al trabajo, a ese tiempo ordinario, inercial que hace que todo permanezca igual. Sin embargo, el sentido mismo de la encarnación tiene que implicar que la luz de la Navidad tiene que irradiar todos y cada uno de los días del año. ¿Cómo hacerlo? Convertir lo ordinario en extraordinario. ¿Por qué Francisco habló de esperanza en el año jubilar desde una prisión?

Muy sencillo: al comienzo del evangelio de Juan se dice que Dios “se hizo carne y habitó entre nosotros”, es decir, Dios a través de Jesús se hace frágil para que nada de nuestra vida Le sea ajeno, porque la asumió y está con nosotros. Nos ha abierto el corazón y siempre anclará nuestra vida en la Suya hasta el fin de los tiempos. Estoy contigo, y sí, hayas hecho lo que hayas hecho. Esta noticia debería transformar nuestros corazones. Francisco eligió el día que celebramos el primer mártir de la historia, San Esteban, para que la extorsión, el asesinato y la violencia no tengan la última palabra: “Los corazones duros no ayudan a la gracia. Abrir los corazones a la esperanza, que no defrauda jamás”.

¿Qué seríamos sin perdón, sin indulgencia y misericordia? La cuestión es si los cristianos nos lo creemos. Y tú, estimado lector, ¿crees en la posibilidad que abre Jesús a la humanidad? ¿Y no crees que lo que Jesús abraza tiene que ir más allá la lógica humana que señala y condena? ¿Hemos olvidado que antes de morir en la cruz Jesús perdona a Sus verdugos y a sus compañeros a izquierda y derecha? ¿Podemos concebir la Pascua sin el perdón? ¿De verdad crees en lo que crees?

El Papa Francisco publicó en mayo pasado la Bula de Convocación del Jubileo Ordinario del año 2025, la Spes non confundit. Su propósito es que el 2025 los cristianos lo vivimos de forma plena y no de una forma automática. El texto está orientado a la esperanza a pesar de las vicisitudes de la vida, de sus crisis, golpes y miserias. Ante las turbulencias de la vida nace la esperanza de que Alguien, el mismo Hijo de Dios nace para acogerte sin condiciones donde el amor es más fuerte que el mal, la violencia y la muerte. Por ello, dedica ahí un parte importante a reflexionar sobre los ámbitos de exclusión, las periferias más importantes donde tenemos que llevar la esperanza. Con todo ello conseguiremos que la luz de la Navidad no se apague ante la ordinariez de la vida.

En el punto número 10 del texto dice lo siguiente: “En el Año Jubilar estamos llamados a ser signos tangibles de esperanza para tantos hermanos y hermanas que viven en condiciones de penuria. Pienso en los presos que, privados de la libertad, experimentan cada día el vacío afectivo, las restricciones impuestas y, en bastantes casos, la falta de respeto. Propongo a los gobiernos del mundo que en el Año del Jubileo se asuman iniciativas que devuelvan la esperanza; formas de amnistía o condonación de la pena orientadas a ayudar a las personas a que recuperen la confianza en sí mismas y en la sociedad; itinerarios de reinserción en la comunidad a los que corresponda un compromiso concreto en la observancia de las leyes… Para ofrecer a los presos un signo concreto de cercanía, deseo abrir yo mismo una Puerta Santa en una cárcel, a fin de que sea para ellos un símbolo que invita a mirar el futuro con esperanza y con renovado compromiso.

Hay que recordar que la implicación en las periferias, en los ámbitos de exclusión es una de las tareas que facilitan la actualización y la aplicación del evangelio en el mundo de hoy. No es algo que se haya inventado una Papa argentino que se crio en medio de las villas miseria de Buenos Aires donde la exclusión y el delito es el pan nuestro de cada día. Toda la tradición bíblica está repleta de signos y reflexiones cercanos al mundo de la prisión. El pueblo de Israel comienza su andadura hacia Dios para liberarse de las cadenas del pecado. Dios nos llama con Su esperanza a la verdadera liberación y nosotros tenemos que ser plataformas que posibiliten dicha libertad.  Recordemos al profeta Isaías, la referencia cristológica del Antiguo Testamento: “¿Sabéis el ayuno que me agrada? Abrir las prisiones injustas, soltar las coyundas del yugo, dejar libres a los oprimidos, romper todos los yugos; repartir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo” (58, 6-7). Solo en los pobres, en los que se equivocan, en los que están de barro hasta las cejas, se encuentra la salvación.

¿Quién no necesita reconciliarse? ¿Quién no anhela una segunda oportunidad? Una vida plena y feliz que salve la vida inercial del tiempo ordinario sólo podrá encontrarse en el servicio a los desheredados, a los que no tienen que les defiendan con seguridad jurídica e igualdad legal. Los peces gordos no suelen estar bajo el peso de los barrotes y sí, en su mayoría, aquellos que no han tenido la oportunidad de una red familiar, cultural y laboral. No olvidemos al artículo 25 de la Constitución Española: “Las penas privativas de libertad y las medidas de seguridad estarán orientadas hacia la reeducación y reinserción social”. Las personas que tenemos la suerte de estar cerca del mundo penitenciario de una forma o de otra, sabemos que ese artículo no se cumple. De ahí, que en muchos espacios donde la política y las leyes son estériles, los cristianos, los peregrinos de esperanza tenemos que estar para combatir la injusticia y la indignidad que tantas personas sufren hoy en día.

El Jubileo, en sus diferentes ámbitos y espacios de evangelización, tiene que ser un tiempo, por tanto, de esperanza, pero también de escucha. Como ha apuntado extraordinariamente Javier Melloni en El Cristo interior: “La gente escuchaba a Jesús porque Jesús, a Su vez, tenía la capacidad de escuchar. Estaba atento no solo a lo que sucedía dentro de Él, sino en torno a Él, y ello Le hacía captar lo que vivían Sus contemporáneos… Jesús se acercaba a las personas y no temía ser salpicado por sus angustias o sus incoherencias, ni temía ser contagiado por sus enfermedades ni se escandalizaba por sus comportamientos”.

Y nosotros, ¿vamos a llevar la esperanza ahí donde la tiniebla ha ocupado su lugar? ¿Vamos a conformarnos sólo en los recovecos de nuestro ombligo? ¿O vamos a pararnos y posibilitar otra oportunidad? ¿Qué vamos a hacer en este Año Jubilar? Francisco acaba el texto insistiendo que el perdón no puede variar el pasado, pero sí puede hacer que el futuro, el porvenir se inunde de paz y sosiego y de esa forma volver a nacer para vivir de forma plena y con sentido. Feliz Año Jubilar.

Por José Miguel Martínez Castelló. Publicado en Religión Digital

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