El amor se universaliza

La fiesta de la Epifanía, popularmente conocida como fiesta de los Reyes Magos, es un símbolo de la universalidad del Evangelio. Las tradiciones populares asociadas a esta fiesta quizás pudieran integrarse en el simbolismo auténtico de la fiesta: hacer regalos para que los receptores sean felices, y más aún, si los que se llenan de felicidad son los pequeños, puede ser un buen signo de un amor que busca el bien y la felicidad de los demás. Pero no hay que olvidar que la búsqueda de bien para los otros no es del todo auténtica si se restringe a aquellos con los que me siento más identificado. Porque esos con los que me siento identificado son una prolongación de mi mismo. El amor se universaliza cuando va más allá de las propias prolongaciones para alcanzar al “otro”, al “diferente”, incluso al desconocido.

Los Magos son una retroproyección de algo que sólo ocurrirá después de la resurrección de Cristo, a


saber, que el evangelio será acogido por los no judíos, en línea con la última recomendación de Jesús a sus discípulos: “id al mundo entero, anunciad el evangelio a todas las gentes, no sólo en Jerusalén, sino también hasta los confines de la tierra”. Los Magos son aquellos que vienen de los confines de la tierra a adorar al niño, los magos son los extraños al pueblo judío, los que no son de la raza del niño, los alejados. También para ellos ha nacido el hijo de María. Y también a ellos debe llegar la buena noticia del Evangelio.

La fiesta de los Magos de Oriente (digo magos, porque eso de que fueran reyes es un invento que no está en los Evangelios canónicos) puede ser un buen recordatorio de que en Cristo Jesús “ya no hay judíos ni griegos”, ya no hay diferencias nacionales, ni sociales, ni raciales. Si somos de Cristo Jesús debemos acoger a los que nos resultan “extraños” como si fueran míos, porque en realidad lo son, son mis hermanos en Cristo si están bautizados, y mis hermanos “hijos del mismo Padre”, si no lo están, aunque es posible que ellos no lo sientan así.

Eso es algo más, mucho más que un hermoso discurso que a la salida de la Iglesia no tiene mayores consecuencias. Si con su Encarnación el Hijo de Dios se ha unido con todos los seres humanos, entonces, deberíamos dejar de decir que solo somos hijos de Dios los cristianos, o que solo tenemos derechos los de una determinada nacionalidad, o tantas cosas por el estilo que nos separan a los unos de los otros.

Por Martín Gelabert, OP. Publicado en dominicos.org

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