¿Cristiano y empresario? Sí se puede
Bórrese del imaginario a ese Luis de Lezama como hostelero de éxito, con restaurantes de buen yantar y con pase preferencial en cualquiera de los aposentos vaticanos, sea cual sea el Papa. Porque a todos conquistó, y no solo por el estómago. Se lo ganó a pulso. No por tener como objetivo en la vida ser empresario, sino por saberse enviado a emprender para salir al rescate de los últimos.
Para entender al sacerdote que hoy ha fallecido en la Clínica Universitaria de Navarra con sede en Madrid a los 88 años hay que rascar en aquel coadjutor de la parroquia de Chinchón que no miraba de frente cada vez que cogía el coche. Se fijaba en las cunetas. Y así donde descubrió a muchos jóvenes que iban y venían por las carreteras buscando un curro en la capital que no llegaba nunca.
La España migrante de posguerra no pasó desapercibida para un sacerdote que se sintió interpelado. Le quitaron el sueño. Tras varios intentos frustrados de ejercer de buen samaritano, se topó con el padre Llanos en el Pozo de Tío Raimundo. “Mano a mano, empezamos a construir alternativas y conformamos entre los rateros una burbuja con el único fin de sobrevivir”. Ahí nació la Taberna del Alabardero. Para rescatar de la calle a dieciséis chavales de la calle.
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