¿Por qué buscamos a Jesús?
En pleno ambiente navideño nos encontramos este domingo, dedicado a la Sagrada Familia, con un texto evangélico nada fácil. Nada fácil por el texto en sí mismo y por ese ambiente que tiñe o sesga nuestra lectura.
Son los últimos versículos de estos dos primeros capítulos de Lucas que conocemos como los evangelios de la infancia de Jesús. En el versículo siguiente ya se nos presenta otro escenario y a Juan Bautista y Jesús en plena vida pública.
Intentemos dejar a un lado el “evangelio del niño perdido” y acerquémonos al texto, elaborado como una parábola que quiere mostrar o dar testimonio de Jesús, el Hijo de Dios, propósito que vertebra todo el evangelio de Lucas. Y desde esta perspectiva os invito a pararnos en tres aspectos:
- Jesús, Hijo de Dios, un adulto que toma la Palabra en el Templo
Recordamos que en Israel, en tiempos de Jesús, un niño pasaba a ser considerado adulto a los doce años, con una serie de ritos y obligaciones, entre ellas la subida al Templo de Jerusalén en la Pascua. Por lo tanto el relato no trata de un niño, sino de un hijo adulto, que va descubriendo, y esta es la intención del evangelista, que Su vida tiene Su razón de ser en cumplir la voluntad de Dios, Su Padre. Y nos lo presenta en un ambiente concreto, el Templo, rodeado de maestros de Israel, a los que trata como a iguales, les hace preguntas y les responde. Es decir, el evangelio nos presenta a Jesús como “maestro”, y maestro que asombra y deslumbra.
Y correlativa a la imagen de Jesús maestro, está la de discípulo. En este caso una imagen rompedora de discípula, porque es una mujer, María, Su madre, la que conservará todo esto en su corazón. Verdadera actitud de discípulo, llevar en el corazón las palabras y gestos de su Señor.
- Jesús que nos pregunta a nosotros como a María y José ¿Por qué Me buscabais?
No es cualquier pregunta al paso, en el texto de hoy aparece cuatro veces la idea de “buscar” (vv. 44, 45, 48 y 49). Es más, el evangelio está lleno de expresiones sobre los que “buscan a Jesús” sin encontrarle unas veces (Lc 2, 44-45 y 24, 3, 23-24) y encontrándole otras (Lc 2, 46; cf. Lc 24, 7, 21, 46).
Porque esta búsqueda, nos dice Lucas, requiere unas actitudes, o responde a unos “por qués”. Lo vemos en los pastores, pobres y marginados, y los Magos, estudiosos y extranjeros, (Mt 2,11) que fiándose de las señales, escuchando atentamente lo que saben interpretar como voz de Dios, expresada en ángeles o en la estrella, le reconocen y le encuentran en ese niño pobre pequeño, recostado en un pesebre, tan distinto a lo que esperaban. Actitud tan distinta a la búsqueda de los maestros de la Ley que, a pesar de leer las escrituras o precisamente por ello, no lo encuentran. No lo encuentran porque solo buscan lo que confirme sus teorías, sus planes, sus leyes… ¿Por qué buscamos nosotros a Jesús? ¿Cómo le buscamos? ¿Estamos abiertos/as a las pobrezas, a los pesebres, a los llantos de un niño como expresión de la cercanía y la ternura de nuestro Dios? ¿O intentamos marcarle los caminos, los nuestros, que nunca son los Suyos?
- Jesús que interpela a María y José y a cada uno de nosotros: “¿No sabíais que yo…?”
Otra expresión que recorre el evangelio de Lucas, de estos primeros capítulos al último. Hoy escuchamos cómo reprocha a sus padres, inquietos y preocupados, lo mismo que a los discípulos de Emaús, decepcionados y tristes: “¿Es que no sabíais…? Y en ambos el texto añade: “Pero ellos no comprendieron” no comprendieron los hechos ni las palabras de Jesús.
¿Cuántas veces no nos pasa a nosotros lo mismo? No comprendemos los silencios de Dios, no entendemos lo que hace o Sus planes entre nosotros… En esos momentos el evangelio nos invita a dar el salto de la fe, a “guardar en nuestro corazón” eso que no entendemos y, a pesar de ello, como María la discípula fiel, abandonarnos a Su voluntad para seguirle, para ser también Sus discípulos.
Que este domingo, al acoger el evangelio nos dejemos interpelar por Jesús. Que después de escuchar de sus labios de tantas formas ese ¿Por qué me buscáis? ¿No sabéis que yo?... comprendamos que Él sigue bajando con nosotros al Nazaret de nuestra vida, allí donde cada uno estamos, donde se va desarrollando lo ordinario y lo excepcional, donde nos encontramos con los demás y vamos creciendo, donde las relaciones de familia y amistad se afianzan, donde gratuitamente recibimos las gracias que nos hacen mejores, más felices… Porque al final de nuestras búsquedas descubrimos que es Él el que ha decidido estar para siempre a nuestro lado y animar desde dentro nuestras vidas, si le dejamos. Que esta sea la continua Navidad que vivamos día tras día.
Por Mª Guadalupe Labrador Encinas, fmmdp. Publicado en Fe Adulta
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