En camino para acompañar a vivir
Próxima ya la Navidad, la Palabra de Dios sigue dándonos pistas para alimentar e iluminar nuestro vida cristiana. Estemos atentos.
El evangelio que hemos leído pertenece a los relatos de la infancia del evangelio de san Lucas. Son construcciones literarias, más que históricas, que pretenden ofrecernos un mensaje a través de una narración. Dice el texto que MARÍA SE PUSO EN CAMINO.
En aquella época viajar no estaba siempre bien visto. Menos, cuando se trataba de una mujer sola. Y peor aún a una zona montañosa. Hay en la fe de María una actitud empoderada para emprender caminos. Mujer de caminos, como lo será también su hijo. No le puede la comodidad, ni el temor, ni el qué dirán. Se lanza al camino con la certeza y la osadía de quien sabe que llegará a su meta.
María, la caminante, es inspiración para que nosotros vivamos una fe en camino. ¿Cómo hacerlo?
· Seguir al Jesús de los caminos: lo que implica vivir la cultura del encuentro, acoger e integrar a los inesperados hermanos que vienen a nosotros, interesarnos por los derroteros que va tomando nuestra sociedad y nuestro mundo. Colmar el foso que aún persiste entre fe y vida.
· Una Iglesia de caminos: más que gentes de Iglesia, habríamos de ser gente de caminos. Más que una organización sólida, buenos samaritanos en los caminos de la vida. Más que un grupo de relevancia social, una casa que acoge a quienes caminan.
· Una Navidad de caminos: no solamente de recuerdos entrañables o de encuentros familiares, que bien está. También una Navidad que mira a quienes andan por caminos, a quienes no han llegado al nivel de dignidad requerido. Una Navidad que apunta a quienes los caminos del vivir cotidiano les son muy cuesta arriba.
El papa Francisco habló mucho en su día de una Iglesia en salida, una Iglesia de y para caminantes. Quizá lo hayamos olvidado. Recordémoslo en esta Navidad para hacer de este tiempo un tiempo de caminos. Cáritas nos recuerda, una vez más, que los caminos están llenos de viandantes que necesitan amparo y que nuestro planeta es, todavía, un planeta de náufragos. “Tú tienes mucho que ver”. Miremos a quienes caminan. Hagamos un tramo con ellos. En más importante el caminar que la meta.
Todos sabemos aquella cancioncilla de Machado que Serrat popularizó: “Caminante no hay camino…”. Sí que hay caminos delante de nosotros: una fe empática y social, una Iglesia amparadora, una Navidad con quienes transitan por senderos difíciles. Lo que importa es que nos animemos a viajar por esas sendas. Que María y Jesús, gente de caminos, cambien nuestra fe algo apoltronada por una fe de caminantes, de personas que viven su fe con intensidad en la vida diaria.
Por Fidel Aizpurúa Donazar. Publicado en Fe Adulta
Uno de los rasgos más característicos del amor cristiano es saber acudir junto a quien puede estar necesitando nuestra presencia. Ese es el primer gesto de María después de acoger con fe la misión de ser madre del Salvador. Ponerse en camino y marchar aprisa junto a otra mujer que necesita en esos momentos su ayuda.
Hay una manera de amar que hemos de recuperar en nuestros días, y que consiste en «acompañar a vivir» a quien se encuentra hundido en la soledad, bloqueado por la depresión, atrapado por la enfermedad o, sencillamente, vacío de alegría y esperanza.
Estamos consolidando, entre todos, una sociedad hecha solo para los fuertes, los agraciados, los jóvenes, los sanos y los que son capaces de gozar y disfrutar de la vida.
Estamos fomentando así lo que se ha llamado el «segregarismo social» (Jürgen Moltmann). Juntamos a los niños en las guarderías, instalamos a los enfermos en las clínicas y hospitales, guardamos a nuestros ancianos en asilos y residencias, encerramos a los delincuentes en las cárceles y ponemos a los drogadictos bajo vigilancia...
Así, todo está en orden. Cada uno recibe allí la atención que necesita, y los demás nos podemos dedicar con más tranquilidad a trabajar y disfrutar de la vida sin ser molestados. Procuramos rodearnos de personas sin problemas que pongan en peligro nuestro bienestar, y logramos vivir «bastante satisfechos».
Solo que así no es posible experimentar la alegría de contagiar y dar vida. Se explica que muchos, aun habiendo logrado un nivel elevado de bienestar, tengan la impresión de que la vida se les está escapando aburridamente entre las manos.
El que cree en la encarnación de Dios, que ha querido compartir nuestra vida y acompañarnos en nuestra indigencia, se siente llamado a vivir de otra manera.
No se trata de hacer «cosas grandes». Quizá, sencillamente, ofrecer nuestra amistad a ese vecino hundido en la soledad, estar cerca de ese joven que sufre depresión, tener paciencia con ese anciano que busca ser escuchado por alguien, estar junto a esos padres que tienen a su hijo en la cárcel, alegrar el rostro de ese niño triste marcado por la separación de sus padres...
Este amor que nos lleva a compartir las cargas y el peso que tiene que soportar el hermano es un amor «salvador», porque libera de la soledad e introduce una esperanza nueva en quien sufre, pues se siente acompañado en su aflicción.
Por José Antonio Pagola. Publicado en Fe Adulta
Varias peculiaridades caracterizan a un profeta de Dios, pero entre las más importes está la de estar inundada por el Espíritu y hablar en Su nombre. Esto dice el texto de Lucas 1,39-45 acerca de Isabel: “Se llenó Isabel del Espíritu Santo y, levantando la voz, exclamó…”. Son exactamente las características definitivas del profetismo: levantar la voz y hablar inundada por el Espíritu. A ello se suman como características propias la interpretación del presente y el anuncio del futuro. Isabel anuncia el presente de “la madre de mi Señor”, es decir, exclama que el hijo de María es el Señor. Y anuncia el futuro: “lo que te ha dicho el Señor se cumplirá”. Las promesas se cumplen. Y eso las llena de alegría.
La palabra profética además no es dada para quedarse en la intimidad o en el interior de una casa. Podríamos caer en el error de pensar que estas palabras fueron dichas para el espacio doméstico ya que se narran dichas por mujeres en el entorno de la casa de Isabel. Pero, aun con estas características, estas palabras forman parte de los evangelios, del anuncio de la buena noticia, y por ello se expanden a todos los que creen. Además, en el catolicismo ocupan un lugar privilegiado ya que son los enunciados que forman la oración del avemaría. Es decir, las palabras proféticas de Isabel narradas por Lucas, forman parte de la “Palabra de Dios” y de la oración popular católica más extendida.
En Isabel encuentran su momento culminante las palabras proféticas del Antiguo Testamento. Estas anunciaban la alianza de Dios con Su pueblo y la espera del salvador. Las palabras de Isabel marcan la realización en el presente de las promesas de Dios: en el seno de una familia, en la bendición de las primas (ella misma y María), en el gozo de los niños que llevan (Juan y Jesús): Dios habita en medio nuestro.
Isabel, mujer llena del Espíritu, es una profeta de la alegría y del encuentro, de la esperanza, de la bendición y de las bienaventuranzas y, sobre todo, de la constatación que Dios anuncia lo que va a realizar y que Su Palabra siempre se cumple.
Por Paula Depalma. Publicado en Fe Adulta
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