Despiertos con esperanza
Iniciamos el año litúrgico: una nueva oportunidad para el cultivo de la fe, para llegar a una fe adulta. No la desaprovechemos.
Al comienzo del Adviento se nos llama a ESTAR DESPIERTOS EN TODO TIEMPO. Ocurre que la fe, y más si es heredada como la nuestra, tiende a adormecerse, a caer en la rutina, a empobrecerse. Es como una prenda usada muchas veces: se deshilacha, pierde color, se rompe. Por eso, viene bien que se nos dé una sacudida. ¿Vives una fe despierta o dormida? ¿Vibras con tu fe o es para ti un peso que te agobia?
Jesús es para nosotros un modelo de fe despierta: ora con pasión durante la noche, se encuentra con la gente en los caminos y toma partido por los desfavorecidos, se entrega con valentía sin medir las consecuencias, respira con todo lo creado. Jesús es un creyente de fe despierta.
¿Cómo podemos nosotros vivir hoy una fe despierta?
· Tener los ojos abiertos: dicen algunos que necesitamos “místicos de ojos abiertos”. El creyente se interesa por lo que pasa y lo que nos pasa, le inquietan las situaciones de injusticia, le preocupan las situaciones de los frágiles, se pregunta por el futuro de la sociedad y del m ismo evangelio. Un creyente de mirada apagada, distraída, desinteresada no es un ejemplo a seguir.
· Tener una mirada horizontal: mirar hacia la vida, no estar interesado en las cosas religiosas descuidando la familia, el trabajo, la oración. No ser demasiado espiritual, sino lo justo. No rezar demasiado, sino hacerlo con confianza.
· Tener sentido positivo de la vida: no ser un negativista, alejarse de aquellas tóxicas maneras que entendían la vida como un valle de lágrimas, amar la tierra en la que vives, agradecer a Dios el hecho de haber sido creado, no situarte entre los cristianos que todo lo ven de color negro.
La fe despierta descubre motivos de esperanza en el hoy: la sensibilidad de los jóvenes en la DANA, la voluntad de algunos que no buscan la confrontación sino el entendimiento, los trabajos impagables de quien siembra amabilidad y bonhomía en las relaciones crispadas. Si no encuentras nada positivo en la sociedad, tu fe está desconectada de la vida.
Cuando éramos niños nos decían que, al comulgar, habríamos de recogernos abstrayéndonos de la realidad para estar con el Señor. Quizá lo que habría que hacer sería lo contrario: abrir bien los ojos para preguntarnos qué es lo que, como cristianos, tenemos que aportar a la sociedad de hoy. Ojos abiertos, mirada a la realidad, visión positiva de las cosas. Quizá estos sean los ingredientes de una fe despierta.
Por Fidel Aizpurúa Donazar. Publicado en Fe Adulta
Jesús fue un creador incansable de esperanza. Toda Su existencia consistió en contagiar a los demás la esperanza que Él mismo vivía desde lo más hondo de Su Ser. Hoy escuchamos Su grito de alerta: «Levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación. Pero tened cuidado: no se os embote la mente con el vicio, la bebida y la preocupación del dinero».
Las palabras de Jesús no han perdido actualidad, pues también hoy seguimos matando la esperanza y estropeando la vida de muchas maneras. No pensemos en los que, al margen de toda fe, viven según aquello de «comamos y bebamos, que mañana moriremos», sino en quienes, llamándonos cristianos, podemos caer en una actitud no muy diferente: «Comamos y bebamos, que mañana vendrá el Mesías».
Cuando en una sociedad se tiene como objetivo casi único de la vida la satisfacción ciega de las apetencias y se encierra cada uno en su propio disfrute, allí muere la esperanza.
Los satisfechos no buscan nada realmente nuevo. No trabajan por cambiar el mundo. No les interesa un futuro mejor. No se rebelan frente a las injusticias, sufrimientos y absurdos del mundo presente. En realidad, este mundo es para ellos «el cielo» al que se apuntarían para siempre. Pueden permitirse el lujo de no esperar nada mejor.
Qué tentador resulta siempre adaptarnos a la situación, instalarnos confortablemente en nuestro pequeño mundo y vivir tranquilos, sin mayores aspiraciones. Casi inconscientemente anida en nosotros la ilusión de poder conseguir la propia felicidad sin cambiar para nada el mundo. Pero no lo olvidemos: «Solamente aquellos que cierran sus ojos y sus oídos, solamente aquellos que se han insensibilizado, pueden sentirse a gusto en un mundo como este» (R. A. Alves).
Quien ama de verdad la vida y se siente solidario de todos los seres humanos sufre al ver que todavía una inmensa mayoría no puede vivir de manera digna. Este sufrimiento es signo de que aún seguimos vivos y somos conscientes de que algo va mal. Hemos de seguir buscando el reino de Dios y Su justicia.
Por José Antonio Pagola. Publicado en Fe Adulta
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