Música para la caridad, música para la fe, música para la esperanza
Música para la caridad
Entre el nutrido grupo de expertos que participan estos días en el XVII Congreso de Escuelas Católicas, que se celebra en el en el Hotel Marriott Auditorium de Madrid bajo el lema Ser, estar, educar…con nombre propio, se encuentra María Guerrero. En 2013 fundó la Fundación para la Acción por la Música, una entidad que busca empoderar a jóvenes en riesgo de exclusión social a través de la música. Como presidenta ejecutiva, Guerrero también lidera la Red Música Social y la Orquesta Infantil Nacional de Inclusión y es profesora de Liderazgo en ICADE. La presidenta de Acción por la Música, que participará este sábado en el bloque del congreso titulado Educar transforma, fue incluida en su momento en la lista Top 100 Mujeres Líderes en España y en la de Los 25 Españoles más influyentes del Tercer Sector. Doctorada en Administración de Empresas, cuenta con varios posgrados en Liderazgo e Innovación Social.
muchísimas horas a trabajar, pero que no generan los recursos necesarios para que sus hijos puedan estar bien cuidados. Hay, por ejemplo, bastantes familias monomarentales, con varios hijos. Dentro de este tipo de familias monomarentales, como se indica en el informe FOESSA, hay un 16 % que viven en pisos compartidos porque no pueden pagar una vivienda propia, así que ni siquiera la casa es un espacio totalmente seguro. Por lo demás, son chavales estupendos, con muchas ganas de aprovechar. Nos damos cuenta de que vienen con muchísima motivación.
También es cierto que todo esto tiene que ver con cómo trabajamos nosotros. Acción por la Música no busca talento para extraerlo de su entorno y llevarlo a otro sitio para que brille. No es eso. Lo que estamos buscando es tratar de transformar la realidad social y humana de las personas que atendemos; generar desarrollo humano.
Echando la vista atrás, “mi experiencia de 20 años en Tanzania ha marcado mi vida para siempre. Entendí cómo los pobres me evangelizan y cómo me tenía que dejar evangelizar por los pobres, los preferidos de Jesús. Y supe que, cuando uno llega a la misión, no va solo a evangelizar, sino a ser evangelizado. Compartí mi fe con diversas culturas tanzanas, como los wahehe, los wakinga, los wabena y los masáis, y de todas ellas aprendí algo nuevo”.
En ese sentido, “descubrí que mi cristianismo, impregnado de la cultura europea y española, no era precisamente la única ni la mejor referencia, pues las tribus con las que compartí me enseñaron que hay otras formas y estilos de entender y creer en un Dios padre y en un Jesús hermano, porque cada cultura, en su religiosidad originaria, tenía una riqueza inmensa que completaba al mismo tiempo mi propia fe y mi forma de relacionarme con Dios”.
En Tanzania “viví de forma particular la adaptación de la liturgia a la cultura africana. Hoy, el Papa nos anima a que adaptemos y acerquemos la liturgia a las características y riquezas de la cultura local. Pero, en mi contexto de entonces, ya los misioneros llegados a principios del siglo XIX, dominicos y misioneros de la Consolata, habían hecho un esfuerzo por introducir en la liturgia las lenguas y dialectos locales, así como las costumbres de danzas y ritos ancestrales, que no tenían ninguna contradicción con la liturgia romana; más bien, al contrario, pues enriquecían extraordinariamente nuestra liturgia, mucho más austera, seria y poco expresiva”.
Como comprobó de primera mano, “la liturgia africana (tanzana, pero también otras, como la congoleña, la costamarfileña o la sudafricana) recoge los sentimientos más profundos de las poblaciones. En ella, la alegría se expresa en el canto y el colorido de sus vestidos, imitado en los ornamentos litúrgicos. También en la danza, mostrando el movimiento del cuerpo el estado de ánimo. El ofertorio, en definitiva, es la expresión más significativa de esa cultura originaria, como se aprecia en el culto a los muertos, con velas, fuego, danzas o alimentos. Y nada de ello tiene ninguna contraindicación con la liturgia llamada romana, que algunos reivindican como la auténtica e inmutable”.
Tras pasar dos décadas en Tanzania y otro tiempo más en España, donde fue delegado de Misiones en la Diócesis de Málaga, Jiménez empezó hace seis años otra etapa clave en su vida: “Di un gran salto cruzando el Atlántico y estoy en Tuxtla, la capital del estado mexicano de Chiapas”. A nivel eclesial, “pertenecemos a la Diócesis de San Cristóbal de las Casas”, cuya Iglesia local acaba de recibir un gran regalo del papa Francisco al reconocer algunas adaptaciones litúrgicas para la celebración de la misa con los pueblos indígenas tzeltal, tzotzil, ch’ol, tojolabal y zoque.
Algo que el misionero español aplaude, pues, “aunque en México, en general, son muy ritualistas en la liturgia, cada vez más se trabaja por introducir la riqueza de los pueblos originarios, conscientes de que la liturgia romana es demasiado estática y poco participativa”. Lo que contrasta con lo que él vive aquí, “donde he podido vivir eucaristías tan vivas que emocionan y elevan el espíritu al más insensible”.
Mucho más al tener en cuenta que “el pueblo mexicano es muy rico en etnias. Desde aquel pueblo maya tan desarrollado en su tiempo, pasando por los tsotsiles, los zoque o los tzeltales, con los que estoy trabajando pastoralmente, tienen una riqueza que hay que reconocer que aún no hemos descubierto del todo. Igualmente, es una pena que ellos mismos, por razones históricas, no valoren su propia cultura y a veces se escondan al tener el complejo de ser una raza inferior frente a llamados güeros, blancos procedentes de Europa o de América del Norte”.
Aun así, “la liturgia mexicana y, especialmente la de San Cristóbal, es inmensamente rica, alegre y adaptada a las diferentes culturas indígenas. La introducción de las lenguas originales es un hecho desde hace ya años. Eso tiene su reflejo en la traducción de la Biblia, los libros litúrgicos y los cantos”. Lo que refleja el alma de unos pueblos “que tienen sus sentimientos a flor de piel, tanto la risa como el llanto, y los expresan con gran facilidad, en las formas corporales y los gestos. Todo está integrado en la liturgia, que se celebra con palmas, cantos y músicas originales”.
Con todo, Jiménez valora que “hay algo más importante: la presencia de la mujer como ministro extraordinario. No solo da la comunión a los enfermos, sino que celebra la adoración eucarística en el mismo altar, ofrece su homilía y, sin la presencia del sacerdote, lleva adelante toda la celebración. Esta es plenamente aceptada por la comunidad cristiana. Por ello, pienso que, si un día tuviéramos diaconisas, el pueblo lo vería totalmente normal”.
Por Miguel Ángel Malavía. Publicado en Vida Nueva
Música para la esperanza
El obispo W. Shawn McKnight de Jefferson City, Missouri, agitó el mes pasado el avispero cuando anunció que ciertos himnos ya no se tocarían en la diócesis, citando directivas del Comité de Doctrina de la Conferencia Episcopal de Estados Unidos. McKnight revirtió su decisión en una semana, diciendo: "Ahora está claro que no se produjo un proceso auténticamente sinodal de mayor consulta antes de su promulgación".
Primero lo primero. Me saco el sombrero ante McKnight por estar dispuesto a admitir que cometió un error y corregirlo. En los años que llevo cubriendo a los obispos, descubro que entre los defectos más comunes que fomenta la cultura episcopal están la susceptibilidad y el miedo a admitir los errores. Se pueden contar con una mano las veces que se ha oído a un obispo admitir que cometió un error durante el año pasado.
En cuanto a los méritos de la decisión original, no está claro si McKnight cometió un error. Independientemente de si "All are Welcome" pasó o no la prueba doctrinal del comité de la conferencia de obispos estadounidenses encargado de hacer esa evaluación, hay otro problema: es vergonzante. La melodía es implacablemente monótona y el texto es más que un poco pelagiano. Cada verso comienza con las palabras "Construyamos...", pero es el Espíritu de Cristo el que construye la iglesia.
También es correcto anular la decisión original y comenzar un verdadero proceso sinodal. Se trata de uno de los primeros casos en que un obispo propone públicamente un proceso sinodal como solución a un problema eclesial local. Eso es un avance, un verdadero fruto del Sínodo.
Algunos obispos, quizás muchos, piensan que la sinodalidad es una moda pasajera y dudan de que sobreviva al papa Francisco. Durante el debate sobre la sinodalidad en la reunión de la conferencia de obispos de Estados Unidos, el cardenal Daniel DiNardo de Galveston-Houston, Texas, expresó su preocupación por el hecho de que "el discernimiento se vuelve tan sugestivo, tal vez casi como tentáculos, que uno empieza a discernir sobre el discernimiento sobre el discernimiento".
Se trata de un viejo disparate, reinterpretado con un nuevo tono, según el cual el Sínodo sobre la sinodalidad es una "reunión sobre reuniones". El obispo Daniel Flores de Brownsville, Texas, explicó que el paradigma para entender la relación entre el discernimiento y la misión se encuentra dentro de su propio liderazgo diocesano. Los obispos consultan a los órganos consultivos pertinentes, pero saben que la consulta conduce a una decisión que, a su vez, impulsa una nueva ronda de consultas y más decisiones.
Volviendo al himnario, es muy necesario el debate sobre qué himnos son apropiados. Si tengo una queja sobre las reformas litúrgicas posconciliares es que la Instrucción General del Misal Romano sigue la preferencia romana por el canto a expensas de la himnodia. Uno de los grandes dones de las tradiciones protestante y anglicana es reconocer el valor catequético de la himnodia, y es un don que podría ser útil para la Iglesia Católica,.
San Agustín dijo: “Quien canta, ora dos veces”. Sabemos que esto es verdad. No puedo terminar de cantar el himno “Yo soy el pan de vida” sin emocionarme: lo cantamos en los funerales de mis padres. La última estrofa: “Sí, Señor, creo que Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, que ha venido al mundo” tiene un poder especial cuando el cuerpo de tu amado padre reposa frente al altar. Ante la muerte, la Iglesia ofrece a los dolientes no sólo compasión por la pérdida absoluta que ha ocurrido, sino una declaración doctrinal de esperanza, una esperanza real. Ponerle música duplica el impacto.
He aquí una prueba sencilla de la musicalidad de un himno: ¿puede una congregación cantarlo a capela si el organista está enfermo ese día? Considero que una buena cantidad de música moderna es imposible de cantar sin acompañamiento, mientras que un himno como "Come, Holy Ghost" es una buena manera de enseñarle a un joven estudiante de música acerca de los intervalos. Esta distinción entre lo antiguo y lo nuevo no es cierta en todos los casos. La melodía del himno de 1906 " Down Ampney " a la que solemos ponerle la letra del siglo XV de " Come, down O Love divine ", tiene algunas modulaciones que serían difíciles de manejar si no se conociera la melodía o si no hubiera acompañamiento. El do natural "interior" sería difícil de distinguir de la nada.
Pensemos en el himno “Amazing grace”. Es nuestro himno nacional de facto, aunque el himno nacional técnico es el militarista “Dios de nuestros padres”. Cada vez que se canta “Amazing grace”, es conmovedor. Todo el mundo conoce la letra y la melodía, por lo que también es participativo. Pone el énfasis de la oración cristiana en Dios, no en nosotros, evitando las influencias pelagianistas de la modernidad. ¿Por qué no hay una docena de himnos de este tipo en nuestro repertorio cultural?
En el Reino Unido, muchos himnos han adquirido tal lugar en la cultura que se cantan rutinariamente en las liturgias nacionales: "Guide Me, O thou Great Jehovah", "Jerusalem", "Love Divine, All Loves Excelling" y "I Vow to Thee, My Country" son todos hermosos y, siempre que se cantan en eventos nacionales solemnes, parece que todos los miembros de la congregación los conocen. Todos transmiten en un lenguaje hermoso y poético las verdades de nuestra fe.
La historia de los himnos católicos no es tan feliz. Tengo un antiguo himnario de Pío X, lleno de himnos, en su mayoría a los santos y a la Santísima Madre, que se pueden describir generosamente como empalagosos. Todavía no hay un solo himnario católico, antiguo o moderno, que pueda rivalizar con el de la Iglesia Episcopal de 1940.
La conversación que inició McKnight es importante. Esperemos que el proceso sinodal de consulta no sólo atraiga la atención que tanto se necesita sobre este tema, sino que también dé lugar a un renovado compromiso con el canto de himnos. La buena música y las grandes homilías son lo que llena una iglesia.
Por Michael Sean Winters. Traducido del National Catholic Reporter
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