Dios perdona siempre, la naturaleza no perdona más

Queridos hermanos y hermanas:

En la Sagrada Escritura, las grandes aguas son a menudo un símbolo de la inestabilidad e inquietud que experimentan los seres humanos. Por el contrario, el pueblo de Dios está reunido por una esperanza: la alianza entre el cielo y la tierra es estable y hace que incluso el mar sea transitable. Son imágenes que hablan a la inteligencia y al corazón, cambiando nuestra percepción del cansancio cotidiano y de los desafíos que se nos presentan. La celebración anual del Día Mundial de la Pesca, en particular, es una ocasión especial para profundizar nuestra relación con la “hermana agua” y con el desarrollo humano integral.


El trabajo de los pescadores, uno de los más antiguos de la humanidad, ha cambiado significativamente en muchas partes de nuestro planeta. Se puede decir que las heridas infligidas a nuestra casa común por un modelo económico agresivo y divisivo afectan de manera directa la vida y el futuro de millones de seres humanos que viven de la pesca. Los tradicionales equilibrios entre el trabajo humano y la naturaleza han sido alterados por la implementación de tecnologías y modalidades depredadoras en pos de ganancias que benefician a una minoría cada vez más influyente y poderosa, despreocupada por los efectos, a medio y largo plazo, de esa forma de explotación que mata. Así la palabra creadora «que las aguas se llenen de una multitud de seres vivientes» (Gn1,20) es pisoteada por una pesca intensiva, arrebatada a quienes durante siglos han custodiado las riquezas del mar, de los ríos y de los grandes lagos.

La Iglesia participa de las alegrías y esperanzas, pero también de las tristezas y angustias de una humanidad llamada, en este momento histórico, a redescubrir la fraternidad como dimensión social y política, y la cultura del encuentro como alternativa a la globalización de la indiferencia. Por lo tanto, los cristianos no pueden hacerse los desentendidos cuando ven que enteros ecosistemas están amenazados por modos de trabajo que los devastan, empobreciendo hasta el hambre las poblaciones ya golpeadas por desigualdades y conflictos. La asamblea sinodal, que acaba de concluir, fue una extraordinaria ocasión de escucha recíproca y de crecimiento en la conciencia de que, en estos desafíos, se hace más clara la misión de la Iglesia.

A todos los que reconocen las consecuencias de un paradigma de desarrollo inicuo, deseo recordar las palabras dirigidas recientemente por el Santo Padre Francisco a los Movimientos populares: «Ustedes salieron de la pasividad y el pesimismo, no se dejen abatir por el dolor ni por la resignación. No aceptaron ser víctimas dóciles. Se reconocieron como sujeto, como protagonistas de la Historia. Este es, quizás el aporte más lindo de ustedes: ustedes no se achican, ustedes van al frente». De este modo, la Iglesia quiere hacer sentir a los pescadores de todo el mundo su acompañamiento y apoyo.

Es posible conseguir un desarrollo tecnológico que refuerce la dignidad y la seguridad del trabajo, restableciendo los justos equilibrios entre las personas, el trabajo y el medio ambiente. Asimismo, los legisladores pueden desligarse de los grandes intereses de unos pocos, para intervenir en favor de pequeñas comunidades, empresas familiares y organizaciones de pescadores que, con las debidas garantías, están en condiciones de contribuir más directa y eficazmente al bien común. Efectivamente, ellos tienen la vocación de custodiar el mar que debe ser sostenida en una óptica de ecología integral, extensa y popular. Esta sensibilidad sitúa plenamente a los pescadores entre los miembros del Cuerpo de Cristo que cooperan para crear un mundo más fiel a los sueños de Dios.

No olvidemos, como hombres y mujeres de esperanza, el poder silencioso de la oración, que siempre debe acompañar el compromiso por la justicia. El Papa Francisco ha dicho: «Rezo para que los económicamente poderosos salgan del aislamiento, rechacen la falsa seguridad del dinero y se abran para compartir bienes que tienen un destino universal porque todos derivan de la Creación. Todos los bienes derivan de ahí y todos los bienes tienen destino universal. Es difícil que eso pase, es difícil, pero para Dios todo es posible». Así rezamos también nosotros, confiando a la intercesión de María, Stella Maris, las preocupaciones y los deseos de los pescadores y de todos aquellos que se benefician de su trabajo.

Cardenal Michael Czerny, SJ

Prefecto del Dicasterio para el Desarrollo Humano Integral. Mensaje en el Día Mundial de la Pesca

Los pueblos del Mediterráneo español son resilientes: saben por experiencia que las Depresiones Atmosféricas de Niveles Altos (DANA) son fenómenos climáticos adversos que, de vez en cuando, golpean a sus habitantes con riadas memorables, en las que se pierden trágicamente vidas humanas y cuantiosos bienes materiales, que son lo menos importante.

Quizás por eso, la DANA de la noche del 29 de octubre, cuya severidad sorprendió a los habitantes de Valencia, generó a las pocas horas, al despuntar el día, un estallido de solidaridad. Miles de españoles, venidos de muchos lugares, comenzaron a empuñar palas, cubos y cepillos, y  no dudaron en ayudar a los damnificados con toda clase de labores, desde la limpieza de casas y calles, hasta la remoción de coches apilados en los portales, y la provisión de comida, agua y medicamentos. No era posible quedarse en casa viendo cómo los vecinos tragaban barro, bloqueados en el amasijo de los restos desgajados por los masivos desbordes. Así lo confirmaron, con el correr de las horas, las imágenes que rápidamente comenzaron a multiplicarse por la televisión y redes sociales, haciendo patente la dimensión de la catástrofe. Al momento de escribir esta nota (3 de noviembre), oficialmente se contabilizaban más de 210 pérdidas humanas y cientos de desaparecidos. Las cifras y las imágenes encogen el corazón.

Como climatólogo de profesión me pregunté sobre la singularidad de este fenómeno, más allá de otras posibles causas que pudieran haber contribuido a la desgracia. La singularidad se define según la climatología de cada región. Que haya habido  registros de precipitación mayores a 180 litros por metro cuadrado en 1 hora, o un acumulado diario superior a los 770 litros por metro cuadrado (como en Turís, seguido de Chiva) corriente arriba de torrentes y barrancos ese 29 de octubre, en donde la climatología muestra acumulados anuales medios en torno a 500 litros por metro cuadrado, es ciertamente una singularidad en la precipitación de la región. 

Uno de los factores clave que contribuyen a la intensidad singular de las tormentas asociadas a una DANA es el contenido de humedad de las parcelas de aire que conforman los sistemas de tormenta. El principal proveedor de humedad en Levante es el Mediterráneo, cuya temperatura este otoño es muy superior a lo típicamente esperado. Hace tiempo que los climatólogos observamos con preocupación el calentamiento anómalo del Mediterráneo. Este mar actúa como un gran inyector de humedad (que incrementa la energía potencial convectiva disponible), la cual, con cualquier mecanismo de inestabilidad vertical (como el provisto por una DANA), puede desencadenar procesos intensos de convección profunda, con la consecuente condensación de enormes volúmenes de vapor de agua, ayudados por la orografía y la convergencia de vientos del este cargados de humedad en niveles bajos. 

Por otra parte, hay estudios que indican que, a nivel hemisférico, en las últimas décadas, las DANAS se han incrementado en frecuencia de ocurrencia. Sin embargo, esto afectaría más la parte oriental del Mediterráneo (Italia, Grecia) y  cualquier cambio en este sentido es casi inobservable en nuestra región. Es decir, sigue habiendo tantas DANAS como nuestra memoria recuerda. En consecuencia, es muy probable que el motor principal de esta singular DANA sea el calentamiento anómalo de las aguas del Mediterráneo. Ya llegarán los estudios refinados para adjudicar con detalle científico las causas físicas del fenómeno y su atribución al cambio climático; no obstante, la primera evidencia apunta en este sentido.

Este dramático acontecimiento de la naturaleza nos revela dos cosas. Primero,  a pesar de nuestras creencias, estamos lejos de estar bien preparados para mitigar y adaptarnos a las consecuencias adversas de un clima que está cambiando. Segundo, es absurdo pretender ignorar las advertencias precautorias del conocimiento científico sobre un problema tan complejo como es el clima y sus derivados. La realidad se impone.

Como aprendizaje, si se pudiera hablar de ello todavía, y con sumo respecto a todos los que están sufriendo esta catástrofe, me resonaban en lo hondo las palabras del Papa Francisco, en ocasión del Día de la Tierra del 2021, después del duro golpe de la pandemia:

« … “Dios perdona siempre, los hombres perdonamos de vez en cuando, la naturaleza no perdona más”. Y cuando se gatilla esta destrucción de la naturaleza es muy difícil frenarla, pero todavía estamos a tiempo. Y vamos a ser más resilientes cuando trabajemos juntos en lugar de hacerlo solos. La adversidad que estamos viviendo con la pandemia, y que ya en el cambio climático la sentimos, nos ha de impulsar, nos tiene que impulsar a la innovación, a la invención, a buscar caminos nuevos. De una crisis no se sale igual, salimos mejores o peores. Este es el desafío, y si no salimos mejores vamos por un camino de autodestrucción.» 

Ojalá que este bendecido país encamine todos sus esfuerzos por el lado de ser mejores, y que esta catástrofe sufrida por los hermanos del Levante español nos aúna aún más.

Pbro. Dr. Eduardo Agosta Scarel, O. Carm.

Director del Departamento de Ecología Integral

Conferencia Episcopal Española

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