¡No te abandonaré!

Este domingo día 28 al Iglesia celebra la IV Jornada Mundial de los Abuelos y los Mayores, para la que el Papa nos regala el lema: En la vejez no me abandones, tomado del salmo 71; es la invocación a Dios de un anciano que relata su historia de amistad con Dios. En el año dedicado a la oración como preparación al año jubilar, el Papa Francisco ha querido expresar con una oración el significado de esta Jornada dedicada a poner de relieve los valores de los abuelos y los mayores en la sociedad y en la Iglesia. El anciano del salmo expone su confianza en un Dios que nunca abandona a Sus hijos y que tiene la experiencia de que, en medio de amarguras, ha sentido la seguridad de la cercanía de Dios en su vida. Es una oración esperanzada; a la súplica «no me abandones» existe la seguridad de una respuesta misteriosa pero real de Dios: «¡no te abandonaré!».


Dios es siempre presencia esperanzada en Sus hijos, en Jesús se ha hecho «Dios con nosotros». Es una voz que resuena frente al abandono y la soledad que aflige a tantas personas, con frecuencia víctimas de la destrucción de los vínculos sociales, generacionales, familiares. La soledad se ha convertido en una de las plagas de nuestra sociedad; la padecen los jóvenes, los adultos, los esposos; en una sociedad desarraigada e insatisfecha porque no encuentra el sentido de la vida, se ha instalado el individualismo y con él la soledad como compañera en este viaje triste y amargo en el que nos embarcamos.

El Papa pone el foco en esta soledad que los abuelos y los ancianos padecen de un modo muy especial. Son víctimas de una cultura economicista que no valora lo que no es rentable; una sociedad que no quiere «perder su tiempo» en acompañar y escuchar a los ancianos porque no es rentable. Nuestras residencias de ancianos son testigos de las pocas visitas que reciben muchos de sus residentes; los han «depositado» allí para que otros les cuiden y casi se olvidan de ellos.

Esta Jornada Mundial de los Ancianos y los Mayores debe ser, para toda la sociedad y la comunidad eclesial, una llamada de Dios a construir espacios nuevos de encuentro intergeneracional, de acogida y escucha para los mayores. Nuevos espacios para darles la seguridad y explicarles que nos hacemos conscientes de lo mucho que podemos recibir de ellos; de que siguen siendo importantes y necesarios en las familias y en la Iglesia, que pueden aportar su madura sabiduría acumulada. Son una voz profética ante una sociedad sedada en la ensoñación de actitudes individualistas. Un entorno que ha escamoteado el valor del paso del «yo» al «nosotros», y ha desterrado «el pasado», que es la memoria de lo que estos ancianos han aportado al bienestar del «presente» que todos disfrutamos.

Olvidamos que hemos sido creados para «no estar solos», y que hemos sido llamados a hacer este mundo entre todos, configurados a imagen y semejanza de un Dios Trinitario, un Dios amor. Nuestro ser humano nos llama a dar y recibir cariño y solidaridad.

La vejez es una de las etapas de la vida que necesita la humanidad de nuestra mirada de hijos de Dios, allí cuando las fuerzas son menores y la vulnerabilidad mayor. Ese amor de un Dios que nunca nos abandona espera ser trasparentado por medio de sus hijos, nosotros, miembros de la Iglesia y ciudadanos responsables de nuestra sociedad y sus instituciones políticas. Necesitan que contrapongamos «a la actitud egoísta que lleva al descarte y a la soledad, un corazón abierto y alegre de quien tiene la valentía de decir: ¡no te abandonaré; y de emprender un camino diferente», como dice el Papa Francisco al final de su mensaje para esta VI Jornada Mundial de los Abuelos y los Mayores.

Vaya desde aquí mi abrazo más sentido de afecto y reconocimiento para todos nuestros abuelos y mayores.

José Cobo Cano,
cardenal arzobispo de Madrid

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