Venid a un sitio tranquilo

Ahora que vamos terminando el curso pastoral y que ya comenzamos a atisbar líneas para la acción futura, ahora es momento de saber ir con Él a un sitio tranquilo, de encontrarnos de verdad en lo profundo con nosotros mismos, con los hermanos y con el sentir de Dios, para purificarnos de la rapidación y la eficacia que no tienen que ver con el Reino.

Nuestro Dios no es el poderoso que impone rapidación y tensión en la misión. Más bien lo contrario. La propia creación va con la cadencia de lo ordenado en la paz y en la luz, cada mañana, cada tarde, cada noche, la acción va concatenada con la paciencia que requiere el nacimiento de lo real y lo auténtico. Nada forzado, todo a través de la palabra suave que tiene como única fortaleza que se cumple con sencillez y naturalidad. Bendita naturalidad que emerge de lo divino y quiere convertirse en sostén del ser.

El éxodo y su historia de liberación va por el mismo camino de un Dios calmado que va encontrando


lugares y personas para la acción
y fortaleciéndoles para ella. El propio Moisés es llamado en el lugar de la calma y la tranquilidad, tras la huida de los espacios faraónicos. En la tranquilidad del Sinaí recibe las leyes de la vida y del amor. Y los conduce a la tierra prometida donde mana la leche y la miel donde se vive en la paz y el descanso del pueblo elegido.

Jesús se muestra fiel al Padre en la invitación a darle a cada día su afán, a saber, vivirlos sin perder la calma y el calor de lo sereno, como los lirios del campo y los pajarillos que saben hacer y ser de cada momento, sin agobiarse continuamente por el mañana. Él sabe estar con los amigos, sentarse a la mesa, pasear por el campo, respirar a fondo en la madrugada y gustar el silencio de la noche en la soledad del que contempla lo vivido. Por eso cuando llama a Sus discípulos y apóstoles no olvida esta dimensión, sino que más bien la cuida y la propone continuamente. Siempre que hay una acción y que tiene algún carácter extraordinario, ya sea antes de realizarla o una vez hecha, busca el tiempo, el espacio, el modo para profundizar en lo vivido en el clima de la brisa donde Dios se hace presente.

Dios no está en el ruido constante, en la acción desmesurada, el deseo de eficacia y de éxito, en el aparataje agotador, en los momentos espectaculares. No está en el agotamiento de los activistas sin fondo. Tampoco en las programaciones y reorganizaciones asfixiadas y agobiantes como profetas desesperados. Dios se hace presente en el proceso del camino compartido, en el dejarse hacer para la misión dando todo el protagonismo a Jesús y Su Evangelio. En aquello que se contempla con fe y con profundidad como el grano de mostaza y la pequeña levadura en la masa.

La Iglesia hoy, en su revisión pastoral y en su conversión organizativa, ha de tener presente esta invitación a lo calmado y profundo. Ha de irse al lugar de lo tranquilo y adentrarse en la soledad habitada para volver a ser como aquellos discípulos que invitados por Jesús se sentaban a su alrededor con el espíritu de leer en creyente el momento y no buscar estrategias, sino dejarse llenar con paz de los verdaderos sentimientos de Cristo, aquellos que se adquieren en la relación personal y comunitaria con Él. Hoy necesitamos de equipos apostólicos que tengan claro que no hay misiones en la iglesia, sino que solo existe una misión, la de evangelizar, y esto nadie puede hacerlo por su cuenta y con sus fuerzas, sino en Cristo como equipo apostólico. Necesitamos tiempos y espacios para adentrarnos en esta mirada de nuestro quehacer como seguidores de Jesús.

Por José Moreno Losada. Publicado en Vida Nueva

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