Cultivar el amor más grande

Por muchas veces que lo leamos, el evangelio siempre nos sorprende. Son palabras vivas y, por eso, llevan a la vida. Eso sí, se precisa un poco de reflexión.

Siempre se nos había dicho que el amor más grande era el amor a Dios. “Hágalo usted por amor de Dios”, se decía como la más grande de las motivaciones. Pero el evangelio nos dice que “NO HAY AMOR MÁS GRANDE QUE DAR LA VIDA POR AQUELLOS A QUIENES SE AMA”. De modo que el amor más grande es el amor al otro, a todo otro.

El mismo san Juan lo dice en otras páginas suyas: tú dices que amas a Dios, y será verdad. Pero eso


yo no lo veo. Sin embargo si veo si amas o no al hermano.
Y si no se ve que amas al hermano, si tus relaciones son difíciles, si eres persona conflictiva, si no te interesan las situaciones de los frágiles, cae un interrogante sobre tu pretendida fe. Resulta fácil amar al Dios lejano; otra cosa es amar al prójimo –próximo, a la persona que me complica.

¿Cómo podemos cultivar ese amor más grande que es el amor al hermano? Damos estas pistas:

· Construye tu vida sobre el cimiento de la tolerancia: sin ese cimiento, el amor más grande es imposible. La intolerancia lleva a imposibilitar el amor. La tolerancia es la puerta que abre el corazón de la persona y de la sociedad.

· Sábete que has nacido con responsabilidades adquiridas: hemos nacido con bendición original y con responsabilidades ante los humanos que sufren. Hacer dejación de esa responsabilidad es negar el amor más grande. Tomar sobre sí la responsabilidad de los dolores ajenos es el lenguaje del amor más grande.

· Cuanto más cuidas, más amas: porque cuidar es la manera concreta de amar. Quien cuida, pone en clave diaria el lenguaje del amor más grande. Y todos le entienden.

Decían los antiguos (san Ireneo) que “la gloria de Dios es que la persona viva”. Ese es el amor más grande, el que elige la vida, el que construye la vida, el que apunta siempre en la dirección del otro. No olvidemos esta sabiduría que viene de siglos y que sigue actual.

Vamos a leer una frase del Concilio Vat. II que, después de 60 años, sigue viva y que se ha leído cientos de veces porque encierra una verdad que pasa por encima de los años. Esta es otra manera de nombrar el amor más grande del que habla el evangelio: “Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de las personas de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos y discípulas de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón. La comunidad cristiana está integrada por personas que, reunidas en Cristo, son guiadas por el Espíritu Santo en su peregrinar hacia el reino del Padre y han recibido la buena nueva de la salvación para comunicarla a todos. La Iglesia por ello se siente íntima y realmente solidaria del género humano y de su historia.” (G.S. 1) Algunos dicen que esto es cosa de otra época, de mayo del 68. Es el amor más grande del evangelio, el que da sentido a nuestro seguimiento de Jesús y a la celebración de la Pascua.

 

Por Fidel Aizpurúa Donazar. Publicado en Fe Adulta

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