Ni capitalismo ni comunismo: Cristianismo

¿Es el papa Francisco comunista? Esta es una acusación que recibe Francisco en algunos foros y de la


que él mismo se ha defendido en varias ocasiones afirmando que no lo es. Nos podemos preguntar si es lógico que un Papa se tenga que defender de estas acusaciones ¿No se presupone ya que el obispo de Roma tiene que estar por encima de ideologías políticas y que no se va a ajustar exactamente a ninguna de ellas? Parece que esto no es tan claro. Y no solo porque hay personas que lo ven todo en clave política y necesitan y gustan de clasificar a cualquiera en uno u otro cajón político, sino porque muchos quieren que el papa se alinee a sus ideas y, cuando no lo hace, le acusan, precisamente, de lo contrario.

Voy a utilizar los próximos artículos de este blog para intentar aclarar cuál es la cuestión que se dilucida cuando se utilizan estos términos con los papas. ¿Qué es ser comunista? ¿Qué es ser capitalista? ¿Qué dice la DSI sobre estas cuestiones? Por que si aclaramos esto, podemos ver cuál es la postura real del cristianismo ante estas maneras de organizar la economía y por qué se dan estas confusiones ante determinadas palabras de los papas.

Para entender mejor cómo analizar estas cuestiones, tenemos que diferenciar entre lo que es el ámbito de las creencias, de los mapas de sentidos y lo que son las instituciones, las herramientas, la organización social. Porque la manera en la que construimos estas últimas, el modo en el que las organizamos, la dirección hacia la que las orientamos, dependen de las primeras. Ortega y Gasset ya decía que las ideas se tienen, pero en las creencias se está. Al final, actuamos movidos por lo que creemos. Hacemos aquello que pensamos que es mejor o que nos dirige hacia nuestros objetivos vitales y, dejamos a un lado, aquello que pensamos que es peor o que nos desvía de la dirección que queremos tomar.

Por ello, para entender la organización económica y por qué a veces se confunden las cosas, tenemos que diferenciar siempre entre las instituciones y las creencias, entre los instrumentos y cómo se utilizan. Porque si bien existen instituciones y herramientas que solamente tienen una utilización y es difícil darles otro uso (es complicado, por ejemplo, entender un uso ético de una bomba de destrucción masiva), otros pueden ser utilizados de distintas maneras y depende de cómo lo hacemos que sean unos instrumentos positivos o negativos para la sociedad.

Tradicionalmente se ha ligado un esquema de creencias con el capitalismo, de modo que este ha aparecido siempre como el reino de aquellos que siempre piensan en sí mismos y que potencian el enriquecimiento de los más fuertes. Al mismo tiempo, se ha ligado al socialismo con la preocupación por los más desfavorecidos, con poner por delante a quienes menos tienen. Pero como veremos la próxima semana esto no tiene por qué ser así.


Tras la caída del muro de Berlín, Juan Pablo II escribió la encíclica ‘Centesimus annus’. En el número 42 se planteaba si ante la caída de los países socialistas, el capitalismo era la verdadera solución a los problemas de estas naciones. Lo que respondía en esta encíclica era lo siguiente: “Si por ‘capitalismo’ se entiende un sistema económico que reconoce el papel fundamental y positivo de la empresa, del mercado, de la propiedad privada y de la consiguiente responsabilidad para con los medios de producción, de la libre creatividad humana en el sector de la economía, la respuesta ciertamente es positiva, aunque quizá sería más apropiado hablar de ‘economía de empresa’, ‘economía de mercado’, o simplemente de ‘economía libre’. Pero si por ‘capitalismo’ se entiende un sistema en el cual la libertad, en el ámbito económico, no está encuadrada en un sólido contexto jurídico que la ponga al servicio de la libertad humana integral y la considere como una particular dimensión de la misma, cuyo centro es ético y religioso, entonces la respuesta es absolutamente negativa”.


Aunque es una cita algo larga para un artículo tan corto como este, creo que es importante tenerla en cuenta porque nos muestra de una manera clara la diferenciación en la que baso la hipótesis que voy a desarrollar y nos va a permitir entender y poner en su lugar las acusaciones a Francisco de ser comunista y a la DSI de ser capitalista. Porque aquí vemos el carácter polisémico de la palabra capitalismo y cómo la Encíclica lo sitúa en dos dimensiones: la institucional y la de las creencias o mapas de sentidos.


Porque cuando hablamos de las instituciones que, normalmente, acompañan al capitalismo, la DSI tiene una idea positiva de las mismas. Es decir, reconocer la propiedad privada de los medios de producción, al mercado como un buen instrumento, la libre iniciativa de las personas para crear sus propias empresas o para dedicar su tiempo de trabajo a aquello a lo que se ven llamadas, se consideran instituciones positivas para las personas. Si preguntamos a cualquier colectivo, seguramente nos dirán que les parece bien, que es conveniente que tengamos libertad para tener iniciativa económica, para elegir aquello a lo que queremos dedicar nuestra vida


Sin embargo, muchas veces el capitalismo se basa en unas creencias que la DSI no considera positivas. Me refiero a encuadrar la actividad económica en un marco en el que la búsqueda del máximo beneficio acabe cercenando la libertad de las personas, o acabe limitando las posibilidades para una vida digna. Cuando esto sucede, esta manera de pensar la economía no es la adecuada. Olvidar que toda la organización social debe estar al servicio de las personas y de su desarrollo integral es entender mal hacia donde tenemos que dirigir nuestra actividad económica. Por ello, en el nivel de las creencias, perseguir algo alejado de la idea de bien común, es considerado de manera negativa por la DSI.


Algo parecido a lo que comentábamos la semana pasada sucede con el socialismo. Este surge en el siglo XIX ante una realidad de la que también nacen el estado del bienestar o la Doctrina Social de la Iglesia. El detonante de estas realidades surgidas en el siglo XIX es una industrialización amparada en un capitalismo que produce una masa de personas, el proletariado, que tienen unas condiciones de vida inferiores a las que tenían cuando trabajaban para sí mismas en sus poblaciones.


Las distintas desamortizaciones que se dan en Europa privan a la población de los bienes comunales y les obligan a trabajar en las fábricas para otros. Las grandes aglomeraciones urbanas que comienzan a florecer favorecen la difusión de epidemias y las condiciones de trabajo en las fábricas junto con los bajos salarios que se pagan allí, hacen que la pobreza que aparece y las condiciones de semiesclavitud en las que muchas personas trabajan se conviertan en un escándalo para muchos.

No es sorprendente, por tanto, que sea en esta época en la que surgen varias  ideologías que quieren acabar con las condiciones de pobreza de la clase obrera. Una de ellas, el socialismo, propone unas medidas diametralmente opuestas a aquellas que han llevado a esta situación. Piensa en la abolición de la propiedad privada, en el dominio público de los medios de producción, en la reducción de la libertad para que cada uno haga aquello a lo que el Estado le asigna, en poner a las personas al servicio del Estado y no lo contrario, a una planificación centralizada en la que es el Estado quien programa lo que hay y lo que no hay que hacer, en una represión violenta de aquellos que se oponen a los planes públicos y estatales, y en una obligatoriedad de seguir los dictados del gobierno sin posibilidad de disensión con ellos.

Estas ideas que he descrito se radicalizan, sobre todo, en los estados comunistas y en aquellos que siguen esta ideología. Aquí la DSI también tiene su mirada crítica, pero en este caso no es sobre los fines que persigue el socialismo, es decir, intentar mejorar a los obreros empobrecidos de la revolución industrial. La voluntad de hacerlo es también el origen de la DSI y de su primera Encíclica, la ‘Rerum novarum’.

En este caso el disenso proviene de los métodos para llevarlo a cabo, es decir, de la negación de la propiedad privada, de que todos los bienes pertenezcan al estado, de la represión de la oposición, de la violencia para lograr sus objetivos, de la negación de la libre iniciativa y la posibilidad de crear asociaciones, empresas o instituciones independientes al poder estatal. El problema del socialismo no es, por lo tanto, que intente ayudar a los más desfavorecidos, sino que utiliza unos sistemas que privan y limitan de una manera sistemática la libertad de las personas y les obligan a ponerse al servicio del Estado.


La idea tradicional y lo que ha impregnado el pensamiento del siglo XX ha sido la unión indisoluble de cada creencia con sus correspondientes instituciones. Por ello, muchas personas han pensado (y siguen pensando a pesar de los años pasados) que la única manera de intentar mejorar el mundo para que las personas más desfavorecidas se desarrollen es a partir de sistemas socialistas y comunistas. El modo de mejorar a los que peor están pasa por prohibir la propiedad privada y erigir un sistema económico en el que el Estado sea el que controla todos los resortes del poder y el que impide, de una manera violenta, que sus súbditos piensen de una manera diferente y disientan con sus ideas.


Al mismo modo, se ha considerado que un sistema de mercado, en el que se permite la propiedad privada y la iniciativa privada para crear empresas con las que ganarse el propio sustento, es un sistema que viene íntimamente ligado a un objetivo autorreferente como es el de maximizar el propio bienestar y los beneficios de las empresas. Es decir, un sistema que no tiene en cuenta a los más desfavorecidos y que intenta mejorar a quienes mejores condiciones tienen para obtener más ingresos y beneficios. Para estas personas el sistema capitalista viene, por lo tanto, ligado irremediablemente a una manera de entender la existencia en la que quienes lo tienen peor tienen pocas posibilidades de mejora y en la que, históricamente, se han incrementado las desigualdades y ha existido un nivel de pobreza elevado (como el que se dio en los años de la revolución industrial en el siglo XIX).


Sin embargo, estas parejas de creencias e instituciones, hace años que se han desmoronado. Existen propuestas que intentan superarlas. Podemos hablar de la socialdemocracia y del sistema social de mercado, que pretende, a pesar de aceptar las bases éticas del capitalismo, paliar sus consecuencias negativas con actuaciones en favor de los más desfavorecidos. En este sentido también hay aportaciones teóricas que hablan de sistemas que mantienen las instituciones capitalistas pero que quieren reorientarlas en otra dirección ética: La Economía Civil, la economía del bien común y la economía de lo suficiente, entre otros, siguen esta manera de actuación.


Pero también tenemos lo contrario. China está llevando a cabo un sistema que denomina socialismo de mercado. En él mantiene muchas de las características del socialismo, en especial el control estatal sobre la economía, la planificación centralizada, la falta de libertad y la lucha contra la disidencia, junto con el objetivo de que las personas se enriquezcan cada vez más, que el país logre un elevado crecimiento económico y que los beneficios de las empresas sean elevados. Se han cortado, pues, la férrea división existente en la que unas instituciones parecían ir irremediablemente unidas a una consideración ética. Ahora podemos encontrar esas mismas instituciones combinadas con una consideración ética diferente.


Después de cuatro semanas tratando este tema, creo que ha quedado claro cuáles son las ideas en las que las distintas ideologías coinciden con la DSI y en cuales difieren. Por un lado, la DSI cree en el destino universal de los bienes y en la consecuente preferencia de quienes peor están. Por ello un sistema económico debe ponerse al servicio de los más desfavorecidos para lograr que la cantidad de personas que pasan necesidad sean las menos posibles. En este sentido, la DSI parece coincidir con los objetivos históricos del Socialismo.


Sin embargo, por otro lado, la DSI defiende la propiedad privada de los medios de producción, la confianza en la sociedad civil y su libre iniciativa, en poner al Estado al servicio de las personas y sus asociaciones y no al contrario, en garantizar la libertad de pensamiento, de oposición al gobierno y a sus actuaciones. En este sentido la DSI aprueba mucho más las instituciones capitalistas que las socialistas que van en un sentido diametralmente opuesto al pensamiento cristiano.


Y aquí tenemos la aparente contradicción. Para las mentes estrechas que no son capaces de salir de las calificaciones del siglo XX, las relaciones indicadas entre socialismo y lucha a favor de los pobres y capitalismo y egoísmo e interés particular, son inamovibles, están ambas intrínsecamente unidas. Sin embargo es posible construir sociedades en las que instituciones como el mercado, la libre iniciativa, las empresas y la sociedad civil, puedan dirigirse a lograr otros objetivos y en especial el de favorecer a quienes peor están.


Francisco y la DSI se atreven a soñar y a creer posible este ideal: combinar unas creencias en las que se pretenda ayudar a los más desfavorecidos, en las que se quiera construir una economía al servicio de las personas, en las que el tener se ponga al servicio del ser, con unas instituciones basadas en el libre mercado, en la libre iniciativa de personas y colectivos, en el desarrollo de la sociedad civil, en la riqueza de la diversidad y de la armonía social, en las que el Estado construya bien común.

Por ello, ni Francisco ni la Iglesia son comunistas o capitalistas, por eso se oponen y comparten ideas con unos y otros. Porque lo que quieren es construir una sociedad que intente lograr el bien común. Y esto supone buscar decididamente el bien de todos y de cada uno a través de un sistema económico y social que intente favorecer a quienes más lo necesitan (por eso precisamente, porque son los más necesitados) sin que esto suponga ir en contra de la libertad de las personas sino todo lo contrario. Debemos ser capaces de imaginar y de construir esa manera de pensar que combine ambas cosas. Y, atención, es posible, hay propuestas, solo falta más gente que se atreva a comenzar a hacerlas realidad en sus vidas, en sus empresas y en sus sociedades.


Por Enrique Lluch Frechina. Publicado en Vida Nueva

Comentarios

Entradas populares