La paz del Resucitado

Hace demasiado tiempo que suenan tambores de guerra en Europa, pero hay momentos en los que resuenan con más fuerza y se despiertan los temores, siempre latentes, a que estalle una tercera guerra mundial. No sé si es general o no, pero el otro día me preguntaron, como si yo estuviera en posesión de una bolita de cristal que me permita vislumbrar el futuro, si pensaba que las dimensiones internacionales que va adquiriendo la guerra en Oriente Próximo iba a culminar en algo así. Sea lo que sea, no estamos atravesando tiempos que podamos definir, precisamente, como pacíficos y tengo la sensación de que este ambiente bélico nos acompaña desde hace demasiado, por más que no siempre resulte evidente, y la crispación social se nos ha hecho compañera de camino, con el claro riesgo de que nos acostumbremos a su compañía.

En este tiempo pascual, no deja de llamarme la atención el saludo del Resucitado, que se empeña en desear la paz cuando se presenta en medio de la comunidad (Lc 24,36). Eso sí, tengo la intuición de que en el ámbito eclesial solemos confundir esa paz, que desea y regala el Señor, con negar la existencia de conflictos y pretender que estos queden resueltos con un “por la paz, un padrenuestro”. En el fondo tenemos la ingenua convicción de que esconder debajo de la alfombra los ‘dimes y diretes’ cotidianos, evitar llamar por su nombre aquello que está siendo problemático y negarnos a enfrentar con decisión los problemas nos hace más pacíficos y evangélicos, cuando, en realidad, lo que hace es soterrar las dificultades, tildar de pesimistas a los realistas y canonizar un modo de pasiva agresividad que no nos hace ningún bien.

En nuestro día a día también existen muchas opciones posibles entre los extremos de la amenaza real de


una guerra abierta, que implique a demasiadas naciones y cuyas noticias nos abruman, y de esos conflictos acallados bajo capa de una paz que se parece demasiado a la de la ausencia de vida de los cementerios. La paz del Resucitado es un don, pero se nos convierte en tarea, por eso es probable que se asemeje a ese deseo y esfuerzo compartido por tantos de encontrar lugares de encuentro. Quizá eso de construir la paz, que nos permite reconocernos como hijos de Dios (cf. Mt 5,9), tenga que ver con buscar la verdad juntos y sin miedo, con decidirnos a cuidar del otro sin temer cuestionar lo propio y con reconocer con valentía aquello que no es como desearíamos que fuera, por más que nos avergüence o nos incomode. Es probable que las grandes potencias no se animen a recorrer esta senda, pero ¿y nosotros?

Por Ianire Angulo, ESSE. Publicado en Vida Nueva

Si se quiere que haya una guerra, lo primero es convencer de que es inevitable, y la impunidad de Netanyahu para liquidar a 30.000 gazatíes es la peor señal posible de que el mundo ha entrado en estado de guerra. Lo primero es resignarse a que hay que armarse hasta los dientes, invertir más en armamento que en diplomacia, ensanchar las divisiones.

Sin duda, debemos ser conscientes de que, si las cosas siguen así, habrá una guerra en cuanto pasen dos ciclos de elecciones en el mundo. La guerra no pasa, la guerra se construye. Y lo hace en nuestras conciencias, formándonos para ello. Por eso, si no queremos guerra, hay que prepararse para la paz. Sociedad civil e iglesias no se han movilizado por la paz. El estado mental de guerra ha tomado la plaza pública sin oposición.

Es legítima la defensa. Con las guerras de Ucrania y Gaza se ha saltado a la robotización del armamento. Los drones comienzan ya a poder actuar autónomamente para elegir a sus objetivos. La inteligencia artificial es ahora un nuevo general en las batallas. Ante ello, nuestras defensas deben invertir en una nueva generación de armamento. ¿Invertimos en una nueva generación de herramientas para la paz?

La reciente declaración vaticana ‘Dignidad infinita’ nos recuerda que toda guerra siembra una guerra posterior. Toda solución que solo use la violencia siembra más violencia. Por eso, cualquier rearme, como el que se está produciendo en Europa, solamente es legítimo si se invierte mayor cantidad de recursos en la prevención con servicios de inteligencia, en diplomacia y en paz. Y la primera defensa ante cualquier guerra es la dignidad humana. Bajar las defensas de la dignidad humana con la pobreza, la xenofobia, el autoritarismo, la prostitución o el aborto, es atraer la guerra.

Por Fernando Vidal. Publicado en Vida Nueva

Sigo en la oración y con preocupación, también dolor, las noticias que han llegado en las últimas horas sobre el agravamiento de la situación en Israel a causa de la intervención por parte de Irán. Hago un encarecido llamamiento para que se detenga toda acción que pueda alimentar una espiral de violencia con el riesgo de arrastrar a Oriente Medio a un conflicto bélico aún más grande.

Nadie debe amenazar la existencia ajena. Que todas las naciones, por el contrario, se posicionen del lado de la paz y ayuden a los israelíes y a los palestinos a vivir en dos Estados, uno al lado del otro, con seguridad. ¡Es su deseo profundo y legítimo y es su derecho! Dos Estados cercanos.

Que se alcance pronto un alto el fuego en Gaza y se recorran los caminos de la negociación, con determinación. Que se ayude a esa población, sumida en una catástrofe humanitaria, se libere inmediatamente a los rehenes secuestrados hace meses. ¡Cuánto sufrimiento! Recemos por la paz. ¡Basta con la guerra, basta con los ataques, basta con la violencia! ¡Sí al diálogo y sí a la paz!

Palabras del papa Francisco en el rezo del Regina Coeli el 14-04-2024

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