El Dios de las víctimas nunca podrá ser derrotado

Al principio, el evangelio de hoy parece redundante, repitiendo la escena de la semana pasada en la que Jesús apareció entre los discípulos. Pero hay algunas diferencias clave. 

En primer lugar, el acto de hoy tuvo lugar mientras los discípulos de Emaús explicaban cómo Jesús había estado con ellos en el camino y en la mesa. En segundo lugar, Lucas no dice nada sobre puertas cerradas. Finalmente, y lo más significativo, los discípulos estaban alarmados por la presencia de Jesús, no por el peligro que representaban sus adversarios.

La perturbación, el asombro y el miedo son respuestas normales a un encuentro con Dios o los ángeles. (Véase Lucas 1:12 y 1:29-30.) Si una puesta de sol puede ser literalmente impresionante y el milagro de la vida de un recién nacido puede conmoverle al asombro, ¿cuánto más un encuentro con Dios? Cualquiera con buen sentido se sentiría abrumado ante tal aparición. Si no es así, o si el que aparece no dice: "No temáis", el visitante probablemente no sea un ser celestial.


Jesús pregunta a los discípulos: "¿Por qué estáis turbados? ¿Por qué surgen dudas en vuestro corazón?" ¿No parece la pregunta más ingenua del mundo? 

Luego Jesús pasó a explicar que Su fin terrenal recapitulaba todo lo que había vivido entre ellos. Les había dicho que el mal desataría todo su poder en el intento de eliminarlo. Pero cuando lo hizo, aparentemente concluyeron que sus años con Él habían sido un sueño hermoso y desafiante, pero imposible. Ese era su forma de pensar cuando Él se apareció entre ellos.

Jesús no sólo les mostró las cicatrices de Su confrontación con el mal, sino que también les aseguró que Él era real. No pudieron comprender eso hasta que Él "abrió sus mentes para entender las Escrituras". 

Como todos nosotros, los discípulos tenían sus propias ideas sobre el poder de Dios y el papel del salvador. Aunque su tiempo con Jesús había sido maravilloso, habían logrado espectacularmente evadir Sus escandalosas enseñanzas sobre un salvador solidario con todos los que sufren y un Dios que no interviene en la historia por poder divino directo. 

¿Cuántas veces había hablado Jesús de ser grande sirviendo como los más humildes? No supieron comprender que no hablaba solo de lo que estaba haciendo en ese momento, sino del carácter mismo de Dios, que nos invita pero nunca nos obliga a nada.

Asombrados y gozosos como estaban por la aparición de Jesús, todavía les tomó mucho tiempo darse cuenta de que si fueran Suyos, compartirían Su propia vulnerabilidad. Sus manos y Sus pies contaron parte de la historia. Sus heridas ponen de manifiesto la ira del mal, al mismo tiempo que proclaman que ningún mal, ningún sufrimiento, ninguna guerra o desastre puede dominar la bondad de Dios.

Esta verdad también les dijo que nada de lo que pudieran hacer, decir o pensar podría detener el amor de Dios por ellos. Como vemos en la primera lectura de hoy, Pedro finalmente llegó a comprender eso. Así, pudo reprochar a la gente que había apoyado o no se había preocupado por la crucifixión de Jesús: "Negasteis al Santo y al Justo, prefiriendo a un asesino. Al autor de la vida lo matasteis, sin imaginar que Dios lo justificaría resucitándolo" de entre los muertos".

Pedro siguió diciendo: "Sé que vosotros y vuestros líderes actuaron por ignorancia".

¡Eso sí que fue un milagro! Pedro aceptó el hecho de que Jesús tuvo misericordia de Sus perseguidores, diciendo que no sabían lo que hacían (Lucas 23:34). Pedro había vuelto en sí, comprendiendo finalmente que el Mesías sufriría. 

Pedro también se dio cuenta de que Dios puede transformar el sufrimiento, el pecado, el quebrantamiento y la ceguera en nuevas experiencias de gracia si tan solo nos abrimos al Espíritu. 

¿Qué nos dice esto hoy cuando vemos una sobreabundancia de venganza llevada a cabo en Gaza y la ferocidad del mal mortífero en Ucrania y otros países como la República Democrática del Congo, Mozambique, India y Siria, por nombrar solo algunos de los países más lejanos? ¿Demasiados?

Jesús dijo a Sus discípulos que se convirtieran, es decir, que asumieran una nueva visión de la vida. Quería que creyeran exactamente lo que Su cruz revelaba: los poderes de opresión, odio y aferramiento al poder dominante fracasarán, no solo al final, sino cada vez que una persona inocente se enfrente a ellos. Por eso, Jesús y Sus seguidores son tan peligrosos para las "grandes potencias".

Al aparecer, Jesús invitó a los discípulos a ir más allá del miedo y la incredulidad y comenzar a actuar basándose en la creencia de que el único poder duradero es el amor, y que ese amor perturba a los violentos más que cualquier arma. 

La fe en la Resurrección nos llama a una nueva y audaz forma de amar, sabiendo que con la ayuda de Dios ese amor nunca podrá ser derrotado.

Por Mary McGlone. Traducido del National Catholic Reporter

Según los relatos evangélicos, el Resucitado se presenta a Sus discípulos con las llagas del Crucificado. No es este un detalle banal, de interés secundario, sino una observación de importante contenido teológico. Las primeras tradiciones cristianas insisten sin excepción en un dato que, por lo general, no solemos valorar hoy en su justa medida: Dios no ha resucitado a cualquiera; ha resucitado a un crucificado.


Dicho de manera más concreta, ha resucitado a alguien que ha anunciado a un Padre que ama a los pobres y perdona a los pecadores; alguien que se ha solidarizado con todas las víctimas; alguien que, al encontrarse Él mismo con la persecución y el rechazo, ha mantenido hasta el final Su confianza total en Dios.


La resurrección de Jesús es, pues, la resurrección de una víctima. Al resucitar a Jesús, Dios no solo libera a un muerto de la destrucción de la muerte. Además «hace justicia» a una víctima de los hombres. Y esto arroja nueva luz sobre el «ser de Dios».


En la resurrección no solo se nos manifiesta la omnipotencia de Dios sobre el poder de la muerte. Se nos revela también el triunfo de Su justicia sobre las injusticias que cometen los seres humanos. Por fin y de manera plena triunfa la justicia sobre la injusticia, la víctima sobre el verdugo.


Esta es la gran noticia. Dios se nos revela en Jesucristo como el «Dios de las víctimas». La resurrección de Cristo es la «reacción» de Dios a lo que los seres humanos han hecho con Su Hijo. Así lo subraya la primera predicación de los discípulos: «Vosotros lo matasteis elevándolo a una cruz... pero Dios lo ha resucitado de entre los muertos». Donde nosotros ponemos muerte y destrucción, Dios pone vida y liberación.


En la cruz, Dios todavía guarda silencio y calla. Ese silencio no es manifestación de Su impotencia para salvar al Crucificado. Es expresión de Su identificación con el que sufre. Dios está ahí compartiendo hasta el final el destino de las víctimas. Los que sufren han de saber que no están hundidos en la soledad. Dios mismo está en su sufrimiento.


En la resurrección, por el contrario, Dios habla y actúa para desplegar su fuerza creadora en favor del Crucificado. La última palabra la tiene Dios. Y es una palabra de amor resucitador hacia las víctimas. Los que sufren han de saber que su sufrimiento terminará en resurrección.


La historia sigue. Son muchas las víctimas que siguen sufriendo hoy, maltratadas por la vida o crucificadas injustamente. El cristiano sabe que Dios está en ese sufrimiento. Conoce también Su última palabra. Por eso su compromiso es claro: defender a las víctimas, luchar contra todo poder que mata y deshumaniza; esperar la victoria final de la justicia de Dios.
 
Por José Antonio Pagola. Publicado en Fe Adulta

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