Al servicio de la vida

Una alegría poder celebrar hoy la eucaristía. Gracias a todos vosotros, vicarios episcopales, sacerdotes que nos acompañáis, especialmente el párroco de Santa Perpetua y Felicidad que tanto tiene que ver con la vida y que tanto lo apoyan en su parroquia. Gracias a los diáconos y a todos vosotros, a la delegación de Familia y Vida, y especialmente también a todos los del Proyecto Santa Bárbara que venir a celebrar hoy la eucaristía. Y a los más pequeños que estáis aquí que os veo que después de un día de colegio también venís a celebrar a Jesús y a celebrar esta fiesta.

Las lecturas que hemos escuchado hoy son las de esta fiesta de la Anunciación del Señor y quizás la antesala y las que preparan esta Jornada de la Vida, con ese lema como se nos decía al principio, que nos presenta la vida como una ‘buena noticia’ porque así es como Dios la prepara. Cuando ya Isaías, hemos escuchado al principio, hablaba del futuro, él también lo imaginaba como un nuevo parto, un alumbramiento nuevo. El mismo Evangelio ya nos anuncia como Dios va realizando el sueño y como Dios quiere intervenir.


Él comienza haciéndose embrión humano. Asume totalmente nuestro proceso, quiere irrumpir de tal manera en nuestra historia que a través del ser embrión, el abrirse paso por la vida en el seno de la madre es como llega a nosotros y así es como acogemos al Dios con nosotros que ya anticipaba el profeta Isaías. Entonces Jesús, que ha atravesado el mismo paso que nosotros, es la gran buena noticia, el que cumple todo lo que se nos había anunciado desde antiguo, el que nos viene a decir que Dios es fiel y que la promesa de Dios no es una entelequia ni es algo etéreo, sino que la promesa de Dios es concreta como lo es la vida, el paso en nuestro nacimiento y crecimiento.

Para la Palabra de Dios, vida, cuidado y esperanza es un tríptico que siempre aparece. La vida como don de Dios, el cuidado como la responsabilidad que tenemos, la esperanza como la gran puerta abierta que Dios da a todo lo que crea porque todo lo que crea lo hace Suyo y lo acoge Suyo. Por eso, cuando el ser humano desprecia a la vida y cuando no somos capaces de entender la vida, inmediatamente nos replegamos en nosotros mismos, nos miramos a nosotros mismos y caemos en la desesperanza, caemos en no aprender a cuidarnos y en definitiva en vivir una vida de muerte.

Desde el principio de la historia, siempre hemos escuchado esa gran tentación que comenzó por olvidar que Dios es Dios y por creer que nuestra vida y nuestra existencia pivota sobre nosotros mismos. Desde el principio escuchamos la tentación del ser humano de trivializar lo que significa el bien y el mal e intentar actuar de espaldas a Dios como con aquel árbol que había en el paraíso y que Adán y Eva acudieron a él como si Dios no existiese.

Desde el principio, aparece aquella amenaza de Caín y Abel donde no nos hacemos cargo del que tenemos al lado y se desprecia la vida. Dicho de otra manera, la santidad y el valor absoluto de la vida, que aparece desde el principio, es el canto continuo que la Palabra de Dios nos ha estado dando desde el principio. Incluso cuando Caín comete esa muerte abominable, Dios no le responde matándole, sino que Dios le marca con una señal para defender también su vida, aunque reconozca su culpa.

La vida es, de manera inequívoca, los brazos de Dios, la corriente de Dios en la creación y eso es lo que la Iglesia desde el principio lo ha afirmado. No podemos afrontar nuestra vida ni la de nuestra sociedad como si Dios no estuviera presente: eso que nuestra cultura continuamente intenta inocularnos. No podemos mirar la vida y el desenvolvimiento de nuestra sociedad sin aprender a valorar lo que significa el bien y el mal. No podemos mirar adelante sin de alguna forma normalizar las formas de atentar contra la vida. En este mundo en el que estamos, quizás porque partimos de una concepción excesivamente individualista de la existencia, hemos pasado a afrontar la realidad del aborto como si fuera algo inevitable. No lo valoramos como un mal en sí, en el contexto de esta vida que hemos recibido y en el contexto que la Palabra de Dios nos ha dado. El aborto se ha transformado en algo inevitable cuando le ponemos unos plazos o unos supuestos.

Incluso ahora, que en nuestra Europa estamos atendiendo a esa pretensión de que se considere el aborto como un auténtico derecho o como si fuera un bien o algo valorable que tenemos que proponer. Desde la experiencia de la Palabra de Dios y desde nuestra experiencia cristiana pensamos que esto es involucionar, ir para atrás, es caminar por sendas que nos llevan a caminos de destrucción. Los derechos están siempre al servicio de las necesidades humanas, siempre anhelan ser universales para todos, defienden, dan voz, protegen, procuran cuidados. Cuando silencian, interrumpen procesos vitales, no satisfacen a las necesidades humanas o las ahogan, no pueden ser considerados tales derechos. Tampoco cuando se mercantilizan los deseos humanos como es el caso de la trata o los vientres de alquiler.

Claro que nosotros los cristianos queremos estar al lado de todas aquellas mujeres que pasan por momentos terribles, terribles circunstancias y sin ayuda. Por eso no queremos entrar a juzgar y no entramos en las trágicas decisiones que muchas mujeres tienen que tomar en necesidades límite. Pero, al mismo tiempo, sin ir contra nadie o juzgar esas decisiones, no podemos dejar de decir, en medio de nuestra sociedad, que estas miles de vidas abortadas en nuestro país son una abominación y nos hacen ser una sociedad que pierde toda su credibilidad ética.

Seguro que entre esos grandes números de abortos hay muchos dramas, pero también seguro que hemos perdido a grandes inventores, grandes descubridoras, grandes santos y santas, tantas personas. “Cada aborto consumado es ocasión de inmenso dolor”, dicen los obispos noruegos ante el proyecto de ley abortista de su país. 

Nosotros hemos venido aquí, a contar la fidelidad y la salvación de Dios. Y para cantar Su misericordia. Por eso, pensamos que la humanidad tiene futuro y así lo creemos en un día como hoy y María así nos lo dice cuando se abre a la noticia de Dios. Tiene futuro siempre que como María nos abramos al Misterio y descubramos que la fe en el Dios de la vida es lo que salvaguarda la dignidad de las personas y lo que hace que los derechos puedan ser universales. Esta es la mejor buena noticia: tenemos futuro y es posible la esperanza cuando vibramos ante la noticia de Dios.

Pedimos al Señor, anunciado a María, que nos ayude a dignificar todos los nacimientos de criaturas y que sepamos acompañar también a todos aquellos que están en la etapa final de la vida. Que nadie se entienda como vida sobrante, que nadie experimente la soledad y el abandono, que nadie se sienta convocado a tomar una decisión irrevocable. Como decimos los obispos de la Conferencia Episcopal, en la Subcomisión de la Familia, la vida es ante todo un don Dios y eso implica una tarea y una responsabilidad. Tarea y responsabilidad para cada uno, para la comunidad cristiana y para la sociedad.

Apostemos por la vida y acojamos la vida como el gran regalo que Dios nos ha dado. Apostar por la vida es posicionarnos contra el aborto y la eutanasia, pero exige mucho más. No simplemente es decir “estoy en contra”: supone acoger y posicionarnos decididamente a favor de la familia, especialmente las más vulnerables y con menos posibilidades. Implica protección y tutela de calidad de cuidados para esta vida, en todos sus momentos. Eso nos obliga a nosotros y también para pedirlo a los poderes públicos y pedir que se promuevan políticas más efectivas y cuidadosas de los derechos de las personas. Pedir que se combata la feminización de la pobreza, que se apoye a las familias con hijos a cargo, que se haga efectiva la implantación del ingreso mínimo vital, que se generen recursos suficientes para que todos puedan salir adelante, incluso quienes están en situación de irregularidad administrativa.

Estamos en tiempo de Pascua, el tiempo en que Cristo anuncia el triunfo de la vida, sobre el mal, el pecado y la muerte. Por eso ahora nos ponemos como comunicad cristiana y como Iglesia delante del Señor y juntos podemos decir: «Hágase en mí, según Tu palabra». Queremos hacer la voluntad de Dios y con María acoger la Palabra. Queremos decir sí a este Dios que es más grande que nosotros y siempre nos acompaña.

Si Dios está con nosotros, podremos estar al servicio de la vida y no la vida al servicio nuestro. Esta es la mejor noticia. Demos hoy gracias al Señor por nuestra vida, por cada una de las vidas que estamos aquí, por la vida que se vive en el Proyecto Santa Bárbara, por toda la vida que sale, que cuidan a tantas personas al final en tantos centros de paliativos que tenemos, por todos los que se comprometen en el cuidado de la vida en cualquiera de sus situaciones. Demos gracias al Señor porque nos hace entrar en Su corriente y porque nos hace entrar en Su proyecto. Que Dios nos ayude a entrar en la vida, a saborear su vida y a comprometernos con su proyecto.

Que Dios, con la Virgen María, nos ayude a decir que para Él no hay nada imposible y por eso, con María, podemos decir: «Sí, hágase en esta Iglesia y en nosotros Tu voluntad. Que se cumpla, según tu Palabra, la vida y el Evangelio de este Dios de la vida».

Por el cardenal José Cobo, arzobispo de Madrid

Comentarios

Entradas populares