Acogerse al silencio de Dios es prometedor

Hay momentos en que la vida se pone generosa y te brinda todo lo que ansías: un sueño cumplido, una relación que comienza, una nueva oportunidad, un proyecto exitoso… Pero hay días en los que no ocurre nada y el tiempo pasa lento y vacío. Todo está parado, todo está sin venir.

He pasado por muchos momentos así (imagino que no seré la única). Te sientes como en la parrilla de salida de una carrera, montada en tu coche, el pie rozando el acelerador… pero nadie agita la bandera que indica el comienzo de la carrera. Y ahí estás, impaciente, frustrada, enfadada. Porque es el momento para ti, pero no lo es para la vida.

Sin embargo, debe ser por la edad, me he dado cuenta de que no hay racha de estancamiento que no termine por volver a funcionar alegremente. Es cuestión de paciencia, de aprender a vivir con el silencio de Dios.

Antes de la resurrección, el silencio de Dios tuvo que ser atronador. ¿Cómo lo vivirían los apóstoles? Probablemente con desamparo y decepción. ¿Cómo lo viviría el pueblo? Quizás con un «otro más que mordió el polvo» o un «habrá que seguir esperando». ¿Cómo lo viviría María? No es difícil imaginarla abrazada a sí misma como si abrazara a su hijo muerto. ¿Cómo lo vivirían los fariseos y sacerdotes? Seguro que con un «fin del problema» y un «ha recibido su merecido». ¿Y Dios? ¿Cómo viviría Dios su propio silencio?

El silencio de Dios es incomprensible, doloroso, misterioso, indeseado e indeseable. Porque cuando


uno tiene puesta la esperanza en Él, no sentir Su respuesta, Su «contrapartida», es como estar en esa parrilla de salida de la que hablaba antes. O, peor aún, como si sintieras cerrarse la puerta del sepulcro contigo dentro, ahí donde todo queda a oscuras, enterrado y olvidado.

Pero nuestro Dios es el Dios del tiempo. Nada es pronto ni tarde. Para Él, siempre es ahora. Ese gozo que es la Resurrección, ese mensaje de confianza y vida que dejó es algo que ocurre ahora todavía. Vivir con esperanza tiene sentido, encontrar la paz en el desierto es posible y acogerse al silencio de Dios es prometedor. Porque Él no calla para siempre, Él tiene la última palabra, y esta es RESURRECCIÓN.

 

Por Almudena Colorado. Publicado en Pastoral SJ

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