Mis pensamientos no son vuestros pensamientos

¿Qué sientes cuando alguien te dice "Dios te está poniendo a prueba"? Realmente, ¿no parece injusto que Dios nos llame a una competición de ingenio? Sabiendo que nunca ganaríamos, Jesús nos enseñó a orar: "No nos dejes caer en la tentación", que en otros idiomas se traduce como "No nos pongas a prueba"Pero aun así, escuchamos historias que suenan como la prueba de Dios.  

En una interesante combinación de pasajes de las Escrituras, la historia de la prueba de Abraham nos prepara para contemplar la transfiguración de Jesús. Génesis 22:1 dice: "Dios puso a prueba a Abraham". Marc Chagall, el místico judío que transmitió la teología a través de su arte, retrata el "Sacrificio de Isaac" como un relato trágico que recorre la historia. Abraham e Isaac son los personajes centrales, mientras que la escena principal se repite sutilmente con representaciones de la crucifixión y una escena del gueto que recuerda el Holocausto.  


Muchos teólogos judíos interpretan la historia de la prueba de Abraham no como una exigencia de sacrificio por parte de Dios, sino como un relato del llamado a la metanoia y una declaración divina de que el Dios de la vida nunca requeriría sacrificios humanos. Desde ese punto de vista, podríamos entender la transfiguración como una invitación a los discípulos a ajustar su perspectiva.  

Marcos sitúa la Transfiguración después de la curación de un ciego, la proclamación de Pedro de que Jesús era el Mesías y el rechazo de los discípulos a las enseñanzas de Jesús sobre el sufrimiento venidero. En ese contexto, la aparición resplandeciente de Jesús subrayó el hecho de que Él no era el mesías que esperaban. Jesús, que no era un potentado ni un guerrero conquistador que quisiera expulsar a los ocupantes romanos, no cumplió el papel que ellos esperaban. Era demasiado impotente y vulnerable para igualar sus conceptos de Dios o un salvador.  

En ese monte, los discípulos vieron a Jesús conversando con Moisés y Elías, símbolos de la vocación y la identidad de Israel. La ley definió al pueblo de Israel como propiedad de Dios. Los profetas los hicieron saber lo que les exigía en cada momento ser pueblo de Dios. Moisés y Elías habrían sido bastante deslumbrantes, pero además de estar acompañados por esos dos gigantes, el mismo Jesús resplandecía con una gloria incomprensible.  

Incomprensible debe ser la palabra para este domingo; nos conviene a nosotros, a los discípulos y a Abraham. Isaías, que llevó a cabo su ministerio alrededor del año 700 a. C., le había recordado a su pueblo la proclamación de Dios: "Mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos" (Isaías 55:6-10). Tanto Abraham como la gente de la época de Jesús tuvieron dificultades para aceptar eso. (¡Por no hablar de nosotros!) Abraham, a imitación de las religiones que lo rodeaban, quería agradar a Dios ofreciéndolo todo.  

En una cultura que no creía en la vida eterna, Isaac representaba el único futuro de Abraham más allá de la tumba. De lo que Abraham no se dio cuenta fue que su noción de sacrificio olía a manipulación; estaba cerca del pelagianismo contra el que lucharía San Agustín (podemos ser lo suficientemente buenos para ganar la salvación) y las prácticas que Martín Lutero condenaría al insistir en que la salvación es un regalo gratuito de un Dios amoroso que nunca se puede ganar. El hecho de que Dios socave el sacrificio nos lleva a darnos cuenta de que la creencia de que podemos ganarnos el favor de Dios mediante sacrificios de cualquier tipo en realidad impide que recibamos el amor que Dios ofrece, independientemente de nuestro desempeño moral.  

La incapacidad de los discípulos para comprender a Jesús era diferente a la de Abraham. No estaban tanto tratando de ganarse el favor de Dios sino que querían establecer el rumbo sobre cómo Jesús debería llevar a cabo Su misión, un rumbo que llevaría al mundo a verlo como un éxito brillante. La aparición de Jesús en gloria habría encajado perfectamente en su plan si no hubiera sido precedida por su insistencia en que salvarían sus vidas perdiéndolas y, lo que es aún más terrible, que Jesús se avergonzaría de cualquiera que actuara avergonzado de El en Su vulnerabilidad.  

Cuando pensamos en la Transfiguración de forma aislada, encaja maravillosamente en nuestras ambiciones de gloria y éxito. ¡Estamos en el equipo ganador! Cuando lo leemos como una confirmación de las enseñanzas de Jesús acerca de servir, de ser los últimos y de entregarnos plenamente en confianza, comenzamos a comprender que la gloria de Dios es un enigma, una promesa de gloria y cumplimiento a través de la anulación de uno mismo y incluso un fracaso aparente.  

San Pablo nos pregunta: "Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros?" La realidad, como nos recuerda Chagall, es que muchos pueden estar en nuestra contra. Entonces es cuando llega la prueba. Si podemos abandonar nuestros intentos de ganar nuestra propia salvación, nuestros recelos e incomprensiones pueden transformarse en etapas en el camino que nos llevará cada vez más profundamente al misterio del amor insondable de Dios. 

Esta prueba no tiene respuestas fijas. En realidad, es una invitación a la libertad que surge de la confianza en que Dios continuará guiándonos hacia un misterio que va más allá de nuestras mayores esperanzas y nuestros sueños más descabellados. 

Por Mary Mc Glone. Traducido del National Catholic Reporter

Comentarios

Entradas populares