Vete y haz tú lo mismo

Así termina san Lucas la parábola del buen samaritano y éste es también el epílogo del Octavario 2024: «vete y haz tú lo mismo». Envío de Jesús a cada uno de nosotros y a nuestras Iglesias; misión cuya esencia consiste en vivir inspirados por el Espíritu Santo el mandamiento del amor. Para poner las cosas en claro, diremos que se nos encomienda ser «otros Cristos» compasivos y llenos de misericordia con la humanidad sufriente.


También nosotros, como el buen samaritano, podemos elegir no ya el rechazo sino la entrega a los que son diferentes, prefiriendo para ello una cultura de la proximidad y de la cercanía que lo permita y facilite. ¿Cómo interpreto yo ese «vete y haz tú lo mismo»? ¿Qué consecuencias acarrea esta llamada de Cristo a las Iglesias? ¿Cómo testimoniar juntos el amor de Dios en la caridad? Embajadores de Cristo (cf. 2 Co 5,20), se nos pide reconciliarnos con Dios y entre nosotros mismos para que la comunión arraigue hondo y crezca vigorosa en nuestras Iglesias y zonas afectadas por conflictos intercomunales, como, por ejemplo, en la región de Sahel.


A medida que aumente la confianza mutua, estaremos más dispuestos a mostrar nuestras heridas, las eclesiales incluidas, para que el amor de Cristo nos pueda sanar. Insistir juntos por la unidad de los cristianos ayuda al cese de la violencia y a que reinen, en cambio, la solidaridad y la paz.

«No hagáis de vuestro amor -exhorta san Pablo- una comedia. Aborreced el mal y abrazaos al bien. Amaos de corazón unos a otros como hermanos y que cada uno aprecie a los demás más que a sí mismo. Sed diligentes en el trabajo, espiritualmente dispuestos, prontos para el servicio del Señor. Que la esperanza os mantenga alegres, las dificultades no os hagan perder el ánimo y la oración no cese en vuestros labios. Solidarizaos con las necesidades de los creyentes; practicad la hospitalidad» (Rm 12,9-13).

Bien está, pues, ser compasivos ante el dolor ajeno, pero no se olvide que Jesús va más allá. Como dándonos a entender que la misericordia es la única actitud verdaderamente humana ante la necesidad o el sufrimiento ajenos.

La clave para el adecuado enfoque de tan evangélica misión estriba en salir, como el samaritano, al encuentro del malherido, esto es: como ofrenda, regalo y don. La misericordia que Jesús plantea es mucho más que sentimiento. Jesús, de hecho, no sólo plantea, sino que pide imperativamente: «Vete y haz tú lo mismo».

Solo quien ama descubre la vida eterna: la misericordia es el camino que une a Dios y al hombre, abriendo el corazón a la esperanza de ser amados para siempre. Y es que amar al prójimo no es fácil, ciertamente, pues requiere darse donándose a los demás y esa donación cuesta lo suyo, puesto que no queremos a todos de la misma manera. De ahí el amar a todos por igual, sin distinción alguna. Quererlos a todos, sin preferir -ni preterir- a nadie. Es difícil, ya digo, pero no imposible.

¿Por qué Jesús elige a un samaritano como protagonista de la parábola siendo así que los samaritanos eran despreciados por los judíos? Jesús demuestra con ello que el corazón de ese samaritano es bueno y generoso y que —a diferencia del sacerdote y del levita— pone en práctica la voluntad de Dios, que quiere la misericordia más que los sacrificios. Dios desea la misericordia del corazón, porque Él es misericordioso y sabe comprender nuestras miserias, dificultades y pecados. A todos nos da este corazón misericordioso. El samaritano hace precisamente esto: imita la misericordia de Dios, la misericordia hacia quien está necesitado. (Cf. Papa Francisco, 14.7.13).

Alguien ha llegado a decir que el cristiano entra en la iglesia para amar a Dios y sale para amar al prójimo. Benedicto XVI lo destacó en su día: el programa del cristiano -del buen samaritano, de Jesús- es «un corazón que ve». ¡Ver y parar! En la parábola, dos personas ven al necesitado, pero no se detienen: pasan de largo. Por esto Cristo reprochaba a los fariseos diciendo: «Tenéis ojos y no veis» (Mc 8,18). El samaritano, en cambio, ve y se para, tiene compasión y así salva la vida al necesitado y a sí mismo.

Cuando el famoso arquitecto Antonio Gaudí fue atropellado por un tranvía en Barcelona (7.6.1926), algunas personas que por allí pasaban no se detuvieron para ayudar al anciano herido. Sin documento alguno, por su aspecto parecía un mendigo. Si la gente hubiese sabido quién era, a buen seguro que hubiera hecho cola en su ayuda. Los accidentes de tráfico arrojan altas estadísticas de conductores que, en vez de pararse y socorrer al atropellado, se dan a la fuga…¡Torpe conducta, ciertamente!

Oración. Te damos gracias, Padre, por el don del Espíritu Santo, que nos hace abrirnos los unos a los otros, resuelve conflictos y fortalece nuestros lazos de comunión. Sea ella signo de Tu Reino. Que crezcamos en el amor recíproco y en el deseo de anunciar más fielmente el mensaje del Evangelio, para que el mundo avance hacia la unidad y acoja al Príncipe de la Paz, Tu Hijo Jesucristo nuestro Señor. Amén.

Por Pedro Langa, O.S.A. Publicado en Equipo Ecuménico de Sabiñánigo

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