Se acercó a él, le vendó las heridas

El Evangelista de la misericordia, san Lucas, nos sale hoy al encuentro con la tierna descripción que el Señor Jesús hizo de Sí mismo en la parábola del buen samaritano. Lo hace sin que ni el socorrista ni el socorrido digan una palabra más alta que otra. Porque ni en uno ni en otro pone palabra alguna salida de sus labios que así lo indiquen: el lector habrá de imaginárselas… Sí que acumula san Lucas en el bondadoso prójimo samaritano, por el contrario, acción, iniciativa, bondad, ternura, compasión, mansedumbre, esperanza, misericordia: «se le acercó», «le vendó las heridas», no de cualquier manera, claro es, sino «poniendo aceite y vino sobre ellas». O sea, que hace hablar a sus manos con las palabras del corazón: el mejor lenguaje de la misericordia, el que más nos acerca a Dios.


El buen samaritano salió bien librado del lance, y se puede agregar que, según sus posibilidades, hizo lo

que pudo
. Incluso fue más lejos aún al prometer hacerse cargo de sus cuidados: cuando vemos el mundo a través de los ojos del samaritano, por tanto, cada situación puede sernos una oportunidad de gracia, un aldabonazo de misericordia, un delicioso gesto de compasión para ayudar al menesteroso. Aquí es donde el amor se manifiesta con sensaciones de plenitud y dimensiones de eternidad. El ejemplo del buen samaritano, por eso, hace que nos preguntemos cómo responder al prójimo. Dio vino y aceite, restaurando al hombre y dándole esperanza. ¿Qué podemos dar nosotros para participar en el plan de Dios de sanar este mundo roto? Los signos de este quebrantado mundo son la inseguridad, el miedo, la desconfianza y la división también entre los cristianos. Celebramos sacramentos u otros rituales de sanación, reconciliación y consuelo, usando a menudo aceite y vino, es cierto, mas persistimos desdichadamente en divisiones que hieren el Cuerpo de Cristo, y eso no es ni puede ser en modo alguno saludable ni tranquilizador. No se nos pase por alto que la sanación de nuestras divisiones cristianas promueve la de las naciones.

Afirma sagaz el gran Orígenes que «este guardián de las almas es más prójimo que la Ley y los profetas pues “tiene misericordia de quien ha caído en manos de ladrones” y se muestra su prójimo no sólo con palabras, sino con acciones. Por tanto podemos hacer lo que se dice: “Sed imitadores míos como yo lo soy de Cristo (1 Cor 4, 16; 11,1): imitar a Cristo y tener misericordia de quienes caen en manos de ladrones, acercarnos a ellos, suavizar sus heridas, verter aceite y vino, cargarlos sobre nuestro propio animal y llevar sus cargas. El Hijo de Dios nos alienta a hacer esto, pues no se dirige solamente al doctor de la Ley, sino a todos nosotros: “Vete y haz tú lo mismo” (Homilías sobre el Ev. de Lucas , 34, 3,9)».

Todo esto nos enseña que la compasión, el amor, no es un sentimiento vago, impreciso y evanescente, sino que exige cuidar del otro hasta pagar en persona. Implica comprometerse a dar los pasos necesarios para «acercarse» al otro hasta identificarse con él; hacer que sus problemas, preocupaciones, sentimientos sean míos: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo». Este es el mandamiento del Señor ante el cual no caben términos medios, tampoco evasión o inhibición.

Se trata, en resumen, de extraer del amor infinito de Dios, a través de una intensa relación con Él en la oración, en el diálogo interior del alma, la fuerza para vivir cada día como el buen samaritano, con una atención concreta hacia quien está herido en el cuerpo y en el espíritu, aunque sea un desconocido y no tenga recursos.

Prójimo es, según el ejemplo del buen samaritano, el que no da rodeos ni pasa de largo, sino que se aproxima para ayudar a quien lo necesita. Prójimo es quien sabe actuar solidariamente y entiende su vida como «ser para los demás». El de los derechos humanos no es problema de cómo yo consigo defender e imponer a los demás mis derechos, sino el de cómo la parte de la humanidad que tiene sus derechos consigue crear espacios para que también los demás alcancen los suyos. «No escojo yo al pobre a quien debo dar de comer, sino que es el pobre quien irrumpe en el horizonte de mi vida y, modificando mis planes, me llama para que le ayude a superar su hambre». El ejemplo del buen samaritano busca mucho más que dar una lección de caridad fraterna: pretende que nadie se atreva a poner límites al amor. El amor al prójimo exige entrar afectiva y efectivamente en el mundo de nuestro prójimo. El evangelio exige la respuesta creativa a un mundo de nuevas posibilidades.

Oración. Dios misericordioso, Tú que eres la fuente de todo amor y bondad: permítenos ver las necesidades de nuestro prójimo. Muéstranos lo que podemos hacer para alcanzar la sanación. Cámbianos, para que podamos amar a todos nuestros hermanos y hermanas. Ayúdanos a superar los obstáculos de la división, para que podamos construir un mundo de paz. Gracias por renovar tu creación y conducirnos a un futuro lleno de esperanza. Tú que eres Señor de todo, ayer, hoy y siempre. Amén.

Por Pedro Langa Aguilar, OSA. Publicado en "Equipo ecuménico de Sabiñánigo"

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