¿Para quién soy prójimo?

En la carta a los Romanos 13, 8-10, san Pablo nos deja un hermosísimo comentario al tema central de este Octavario 2024. Reflexión, por lo demás, que, a mi manera de ver, es clave, puesto que la tesis de ese fragmento cabe resumirse con esta frase maestra: La caridad es el resumen de la ley. Nótese que no escribo Ley, así, en mayúscula, dado que la ley de la que aquí habla san Pablo debe ser entendida, según parece, de la ley en general, y no sólo de la Ley mosaica.


«Con nadie tengáis otra deuda -empieza diciendo el Apóstol- que la del mutuo amor. Pues el que ama al prójimo ha cumplido la ley». Cualquier ley, insisto, toda ley. En cuanto al «No adulterarás, no matarás, no robarás [etc…] y todos los demás preceptos, se resumen -precisa Pablo- en esta fórmula: Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Rm 13,9). Este prójimo aquí aludido ya no es, como en Lv. 19,18, el miembro del mismo pueblo, sino todos los miembros de la familia humana unificada en Cristo (Ga 3,28; Mt 25,40). El Apóstol, en fin, concluye afirmando que «la caridad no hace mal al prójimo. La caridad es, por tanto, la ley en su plenitud» (Rm 13,10).

El maestro de la ley quería mediante su artera pregunta justificarse con la esperanza de que el prójimo al que debía amar fuese alguien de su clan, de su propio pueblo y de su misma fe. Es éste, por lo demás, un instinto humano natural. Cuando invitamos a gente para que visite nuestro hogar, a menudo se trata de personas que comparten nuestro estatus social, nuestra visión de la vida y nuestros valores. Hay, como digo, un instinto humano de preferir lugares familiares. Lo mismo puede decirse de nuestras comunidades eclesiales. Es decir, que las precedentes consideraciones nos adentran de lleno en esa gracia llamada ecumenismo.

Ocurre, sin embargo, que Jesús no se queda en los antedichos parámetros, sino que va mucho más lejos: lleva al maestro de la ley, y a los circunstantes pendientes de su discurso, a profundizar en su propia tradición al recordarles la obligación de acoger y amar a todos, independientemente de su credo, de su cultura o de su condición social. El Evangelio enseña que amar a los que son como nosotros no es extraordinario. Jesús nos conduce hacia una visión radical de lo que significa ser humano. La parábola del buen samaritano que seguidamente expone Jesús como respuesta al doctor de la ley ilustra de manera muy visible lo que Cristo espera de nosotros: abrir nuestros corazones y caminar en Su camino, amando a los demás como Él nos ama.

De hecho, Jesús responde al maestro de la ley con otra pregunta: no es «¿quién es mi prójimo?», sino, «¿quién demostró ser prójimo del hombre necesitado?» Nuestros tiempos de inseguridad y miedo nos confrontan con una realidad donde la desconfianza y la incertidumbre pasan a primer plano en las relaciones humanas. Este es el desafío de la parábola de hoy: ¿para quién soy prójimo?

El reciente discurso de Su Toda Santidad Bartolomé I en la recepción del Doctorado Honoris Causa por la Universidad Pontificia de Salamanca (17.10.2023) contiene fragmentos admirables para cualquier cristiano que se precie de serlo, y sobremanera para quien trabaja en la santa causa de la unidad.


Es de sobra conocido el cisma que ahora mismo aflige a la Ortodoxia, debido mayormente a la concesión de autocefalía a la nueva Iglesia ortodoxa local autocéfala de Ucrania y a la devastadora guerra de Rusia en suelo ucranio. Bartolomé I no dejó pasar la oportunidad de mandar un recadito a destinatarios bien concretos, aunque sin nombrarlos.

He aquí las palabras que en un determinado momento del discurso S.T.S. el Patriarca Ecuménico pronunció en inglés, cuya versión al español ofreció luego la Universidad Pontificia de Salamanca: «En los últimos meses hemos observado la destrucción de vidas humanas y la devastación del medio ambiente natural en la invasión injustificada de Rusia, y no provocada, al territorio soberano de Ucrania. Ha sido personal y globalmente doloroso, trágico y reprensible, ser testigo de cómo la Federación Rusa –con el descarado apoyo y respaldo de la Iglesia rusa– elimina vidas humanas y destruye recursos naturales».

El Octavario 2024, pues, cualquier Octavario en definitiva, debe hacerse también eco de estas injusticias y tropelías, tan execrables como los ataques que vienen sufriendo los cristianos en Burkina Faso y los mismos fieles de Ucrania para denunciarlas y condenarlas como anticristianas, antiecuménicas y antievangélicas.

La Oración que los materiales del Octavario 2024 proporcionan para este día tercero puede ayudar a purificar los corazones de cara a la deseada reconciliación ecuménica: «Dios de amor, que inscribes el amor en nuestros corazones, abre nuestro espíritu a aquellos a quienes no vemos, infunde en nosotros el valor de mirar más allá de nosotros mismos y ver al prójimo en los que son diferentes a nosotros, para que podamos seguir verdaderamente a Jesucristo, nuestro hermano y nuestro amigo, que es Señor, por los siglos de los siglos. Amén».

Por Pedro Langa, OSA. Publicado en "Equipo ecuménico de Sabiñánigo"

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