Solo rezamos

«Sin previo aviso, oímos el bombardeo más ruidoso y escalofriante que nunca habíamos escuchado. El edificio tembló y había humo por todas partes», relata a Alfa y Omega Rami Aj Jeldeh. Este cristiano de Gaza buscó refugio en el complejo de la parroquia ortodoxa de San Porfirio, con su esposa y su bebé de 4 meses, tres días después del inicio del conflicto. La misma idea tuvieron otras 400 personas, todas cristianas. A diferencia de bastantes otras, su casa no había sufrido daños «pero decidí ir a la iglesia para que mi familia estuviera más segura».

Lo ocurrido el 19 de octubre —solo dos días después de la explosión en el hospital anglicano Al Ahli—, acabó con la sensación de protección. Tras el ruido, un hombre que se alojaba en la sede del grupo scout llegó corriendo a la zona en la que estaba la familia de Rami: «¡Todo el edificio se ha caído!». «Corrí fuera, gritando: “¡No!”». Llegaron las ambulancias, voluntarios «y los hombres del barrio. Todos trabajamos juntos para intentar sacar a la gente. Un amigo y yo empezamos a hacer recuento de quién había logrado salir». El balance es de 18 muertos y 14 heridos. «Uno de los fallecidos es mi cuñado, alguien que ayudaba a todos».

El Ejército israelí no tardó en sacar un comunicado asegurando que el ataque iba dirigido contra «un centro de mando» de Hamás «implicado en el lanzamiento de cohetes contra Israel» y que «inequívocamente» la iglesia «no era el objetivo». En redes sociales se subrayaba —con alivio o a modo de desmentido de la noticia— que el templo, del siglo XII, apenas había sufrido daños. Pero Rami responde que «ojalá la bomba hubiera caído en la iglesia, porque así no habría muertos». Asegura también que «aquí nadie había oído nada sobre escondites de Hamás» en las cercanías.


Rami y su familia se han quedado en San Porfirio. Él, que trabaja para Christian Relief Services —Cáritas de Estados Unidos—, ayuda para conseguir lo necesario para la parroquia. También pasó buena parte de los primeros días organizando el reparto de ayuda en otras zonas. Otros cien vecinos de San Porfirio y parte de los heridos se trasladaron a la parroquia católica de la Sagrada Familia. Las dos comunidades están muy unidas. El viernes pasado, los católicos asistieron al funeral de las víctimas. «Fue triste y doloroso ver a los hijos despedirse de sus padres, y más aún ver a los padres despedirse de sus hijos», relata sor María del Pilar Llerena, religiosa del Instituto Servidoras del Señor y de la Virgen de Matará.

En su parroquia viven ya 700 personas —incluidos 50 niños con discapacidad— y, en la escuela, 2.500. «La mayoría vino cuando el Ejército dio el aviso de desalojo por los bombardeos» en la zona norte. Ahora, «muchos han perdido por completo sus casas», continúa. En cada aula o sala se aloja una familia entera, con colchones y mantas de la parroquia. Se cocina para todos con las provisiones que tenían y lo que han conseguido comprar. No hay electricidad ni agua corriente, pero la parroquia tiene cisterna. «Lo usamos todo muy racionado».

De los camiones que el sábado empezaron a entrar desde Egipto, «todavía no nos ha llegado ninguna ayuda. Sabemos que han sido poquísimos. Esperemos que pueda entrar lo necesario, todos estamos necesitados». En la Sagrada Familia hay además equipos de limpieza, sanitarios y encargados de los extintores y de dar la orden de desalojo si es necesario. Celebran dos Misas al día «y constantemente rezamos el rosario pidiendo la paz», explica Llerena. «Estoy orando y ayunando y creo que este es el momento para crecer y mejorar mi vocación. La salvación y la seguridad están en manos de mi Señor Jesucristo», ha relatado Suhail, de 18 años, a L’Osservatore Romano.

«Hay bombardeos constantemente, pero a menos de que den aviso de uno muy cercano continuamos la vida normal. Sabemos que no somos objetivo directo del Ejército israelí». Eso sí, cuentan con que les podría ocurrir lo mismo que en San Porfirio. Los niños «tristemente se han acostumbrado y siguen jugando». Ahora también ha llegado allí el aviso de que evacúen la parroquia. Pero la gente no se quiere ir. «¿A dónde?», le preguntan a la religiosa. «¿A kilómetros de aquí, donde no hay nada?». Impera la certeza de que en ningún lugar de la Franja estarán seguros. Tampoco en el sur. «Me quedo y si muero, muero con mi familia dentro de la iglesia», insisten. Al cierre de esta edición, la temida operación israelí por tierra se retrasaba por las presiones de Estados Unidos. «Será muy dura pero no nos moveremos de aquí», afirma la religiosa. Saben que no pueden prepararse para algo así. «Solo rezamos para que no suceda».

Por María Martínez López, publicado en Alfa y Omega

Comentarios

Entradas populares